A unos diez kilómetros de la célebre ciudad
de Manhattoes, en aquel brazo de mar que queda entre el continente y Nassau o
Long Island, se encuentra una angostura donde la corriente queda violentamente
comprimida entre los promontorios que se proyectan hacia el mar y las rocas que
forman numerosos peñascales. En el mejor de los casos, por ser una corriente
violenta e impetuosa, ataca estos obstáculos con poderosa rabia: hirviendo en
torbellinos con ruido ensordecedor y deshaciéndose en olas; rabiando y rugiendo
en fuerte oleaje; en una palabra, cayendo en un paroxismo equivocado. En esas
ocasiones, ¡ay de la desgraciada embarcación que se aventurase entre sus
garras!
Sin embargo, este humor malvado prevalece en
ciertos momentos de la marea. Cuando el agua está baja, por ejemplo, es tan
pacífico que da gusto verlo; pero tan pronto sube aquélla, empieza a enojarse;
a media marca ruge potentemente, como un marinero que pide más alcohol, y
cuando la marea ha llegado a su altura máxima, duerme tan tranquilamente como
un alcalde después de la comida. Puede comparársele con una persona dada a la
bebida que se comporta pacíficamente mientras no bebe o no ha tomado todavía lo
suficiente, pero que se parece al mismo diablo cuando ha terminado el viaje.
Este pequeño estrecho, tan poderoso, tan
gritón, tan bebedor, capaz de sacar a uno de sus casillas, era un lugar de gran
peligro para los antiguos navegantes holandeses, puesto que sacudía sus barcas
en forma de bañera, deteniéndolas en remolinos capaces de marear a cualquiera
que no fuera un holandés, o, lo que ocurría con frecuencia, colocándolas sobre
rocas y restingas. Es lo que hizo con la célebre escuadra de Oloffre «El
Soñador», cuando buscaba un lugar para fundar la ciudad de Manhattoes, con lo
que, de puro avergonzados, decidieron llamar al lugar Helle-Gate (Puerta del
Infierno), encomendándolo solemnemente al diablo. Desde entonces esa
denominación ha pasado al inglés con el nombre correcto de Hell-Gate, que
significa lo mismo, aunque algunos, que no saben inglés ni holandés, lo
traducen por Hurl-Gate (Puerta o estrecho de los rizos). ¡Que San Nicolás los
confunda!
En mi niñez el estrecho de Hell-Gate era un
lugar que nos infundía mucho miedo, y en el cual emprendíamos peligrosas
aventuras, pues tengo algo de marinero. En esos pequeños mares corrí más de una
vez el riesgo de naufragar y ahogarme, en el curso de ciertos viajes a los
cuales era muy aficionado, junto con otros chiquillos holandeses.
En parte por el nombre y en parte por
diferentes circunstancias que se relacionaban con el lugar, éste tenía para los
ojos de mis compañeros y los míos, quizá porque íbamos por allí cuando
faltábamos a la escuela, un aspecto más terrorífico que el que presentaba
Escila y Caribdis de los tiempos de Maricastaña.
En medio del estrecho, cerca de un grupo de
rocas llamadas Las Gallinas y Los Pollos, se encontraba el casco de una
embarcación que, atrapada por los remolinos, había encallado allí. Se contaba
una terrible historia, según la cual era el resto de una embarcación pirata que
se había dedicado a sangrientas empresas. No puedo recordar ahora en sus
detalles ese relato que nos inducía a considerarla con gran terror, y
mantenernos alejados de ella durante nuestras excursiones.
---*---
El desolado aspecto del casco abandonado y el
terrible lugar donde acababa de pudrirse, eran suficientes para provocar las
más extrañas ideas. Una parte del maderamen ennegrecido por el tiempo
destacábase por encima de la superficie del agua en la alta marea; en la baja,
quedaba al aire libre una parte considerable del casco mostrando el maderamen
que carecía de las planchas de unión, pero que estaba cubierto de algas, por lo
que parecía el esqueleto de algún monstruo marino. Todavía se mantenía erguido
un pedazo de alguno de los mástiles, del cual colgaban algunas vergas y
motones, que bailaban zamarreados por el viento, haciendo un ruido al que
acompañaban los albatros, que giraban y gritaban alrededor del melancólico
esqueleto. Tengo un vago recuerdo de un cuento, relatado por marineros, acerca
de fantasmas que aparecían de noche en el casco, con el cráneo desnudo y
fosforescencias azules en sus órbitas, pero he olvidado todos los detalles.
De hecho, toda esta región, como el estrecho
ya citado de los tiempos de Maricastaña, era un lugar de fábula y encantamiento
para mí. Desde el Estrecho hasta Manhattoes, las costas de aquel brazo de mar
eran sumamente irregulares, llenas de rocas, entre las cuales crecían los
árboles, que le daban un aspecto desolado y romántico. Durante mi niñez se
relataban numerosas tradiciones acerca de piratas, fantasmas, contrabandistas y
dinero enterrado, todo lo cual tenía un efecto maravilloso sobre las jóvenes
mentes de mis compañeros y la mía propia.
Cuando llegué a la edad madura, efectué
diligentes investigacio-nes acerca de la veracidad de estos extraños relatos,
pues siempre he tenido mucha curiosidad por averiguar el fundamento de las
valiosas aunque obscuras tradiciones de la provincia donde nací. Encontré
infinitas dificultades para llegar a cualquier dato preciso. Es increíble el
número de fábulas que hallé al tratar de establecer la verdad de un solo hecho.
Nada diré de las Piedras del Diablo -sobre
las cuales el archienemigo del género humano se retiró desde Connecticut hasta
Long Island, a través del estrecho-en vista de que esta materia será tratada
como merece por un contemporáneo con cuya amistad me honro, historiador al cual
he suministrado todos los detalles. Tampoco diré nada del hombre negro con el
sombrero de tres picos, sentado al timón de un bote y que aparecía en Hell-Gate
durante el tiempo tormentoso; se llamaba el spooke; se dice que el gobernador
Stuyvesaent disparó una vez con una bala de plata.
Nada puedo opinar sobre esto por no haber
encontrado ninguna persona de confianza que afirmase haberlo visto, a no ser la
viuda de Manus Conklen, el herrero de Frogasnesk, pero la pobre mujer era un
poco cegatona, por lo que es probable que se equivocara, aunque decían que en
la obscuridad veía más lejos que la mayoría de la gente.
Sin embargo, todo esto era muy poco
satisfactorio en lo que respecta a la leyenda de piratas y sus tesoros
enterrados, acerca de lo cual yo tenía la mayor curiosidad. Lo que sigue, es lo
único que he podido oír y que tiene ciertos visos de autenticidad.
Cuento de la alhambra
1.025. Irving (Washington) - 058
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