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jueves, 18 de diciembre de 2014

Las puertas del infierno

A unos diez kilómetros de la célebre ciudad de Manhattoes, en aquel brazo de mar que queda entre el continente y Nassau o Long Island, se encuentra una angostura donde la corriente queda violentamente comprimida entre los promontorios que se proyectan hacia el mar y las rocas que forman numerosos peñascales. En el mejor de los casos, por ser una corriente violenta e impetuosa, ataca estos obstáculos con poderosa rabia: hirviendo en torbellinos con ruido ensordecedor y deshaciéndose en olas; rabiando y rugiendo en fuerte oleaje; en una palabra, cayendo en un paroxismo equivocado. En esas ocasiones, ¡ay de la desgraciada embarcación que se aventurase entre sus garras!
Sin embargo, este humor malvado prevalece en ciertos momentos de la marea. Cuando el agua está baja, por ejemplo, es tan pacífico que da gusto verlo; pero tan pronto sube aquélla, empieza a enojarse; a media marca ruge potentemente, como un marinero que pide más alcohol, y cuando la marea ha llegado a su altura máxima, duerme tan tranquilamente como un alcalde después de la comida. Puede comparársele con una persona dada a la bebida que se comporta pacíficamente mientras no bebe o no ha tomado todavía lo suficiente, pero que se parece al mismo diablo cuando ha terminado el viaje.
Este pequeño estrecho, tan poderoso, tan gritón, tan bebedor, capaz de sacar a uno de sus casillas, era un lugar de gran peligro para los antiguos navegantes holandeses, puesto que sacudía sus barcas en forma de bañera, deteniéndolas en remolinos capaces de marear a cualquiera que no fuera un holandés, o, lo que ocurría con frecuencia, colocándolas sobre rocas y restingas. Es lo que hizo con la célebre escuadra de Oloffre «El Soñador», cuando buscaba un lugar para fundar la ciudad de Manhattoes, con lo que, de puro avergonzados, decidieron llamar al lugar Helle-Gate (Puerta del Infierno), encomendándolo solemnemente al diablo. Desde entonces esa denominación ha pasado al inglés con el nombre correcto de Hell-Gate, que significa lo mismo, aunque algunos, que no saben inglés ni holandés, lo traducen por Hurl-Gate (Puerta o estrecho de los rizos). ¡Que San Nicolás los confunda!
En mi niñez el estrecho de Hell-Gate era un lugar que nos infundía mucho miedo, y en el cual emprendíamos peligrosas aventuras, pues tengo algo de marinero. En esos pequeños mares corrí más de una vez el riesgo de naufragar y ahogarme, en el curso de ciertos viajes a los cuales era muy aficionado, junto con otros chiquillos holandeses.
En parte por el nombre y en parte por diferentes circunstancias que se relacionaban con el lugar, éste tenía para los ojos de mis compañeros y los míos, quizá porque íbamos por allí cuando faltábamos a la escuela, un aspecto más terrorífico que el que presentaba Escila y Caribdis de los tiempos de Maricastaña.
En medio del estrecho, cerca de un grupo de rocas llamadas Las Gallinas y Los Pollos, se encontraba el casco de una embarcación que, atrapada por los remolinos, había encallado allí. Se contaba una terrible historia, según la cual era el resto de una embarcación pirata que se había dedicado a sangrientas empresas. No puedo recordar ahora en sus detalles ese relato que nos inducía a considerarla con gran terror, y mantenernos alejados de ella durante nuestras excursiones.

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El desolado aspecto del casco abandonado y el terrible lugar donde acababa de pudrirse, eran suficientes para provocar las más extrañas ideas. Una parte del maderamen ennegrecido por el tiempo destacábase por encima de la superficie del agua en la alta marea; en la baja, quedaba al aire libre una parte considerable del casco mostrando el maderamen que carecía de las planchas de unión, pero que estaba cubierto de algas, por lo que parecía el esqueleto de algún monstruo marino. Todavía se mantenía erguido un pedazo de alguno de los mástiles, del cual colgaban algunas vergas y motones, que bailaban zamarreados por el viento, haciendo un ruido al que acompañaban los albatros, que giraban y gritaban alrededor del melancólico esqueleto. Tengo un vago recuerdo de un cuento, relatado por marineros, acerca de fantasmas que aparecían de noche en el casco, con el cráneo desnudo y fosforescencias azules en sus órbitas, pero he olvidado todos los detalles.
De hecho, toda esta región, como el estrecho ya citado de los tiempos de Maricastaña, era un lugar de fábula y encantamiento para mí. Desde el Estrecho hasta Manhattoes, las costas de aquel brazo de mar eran sumamente irregulares, llenas de rocas, entre las cuales crecían los árboles, que le daban un aspecto desolado y romántico. Durante mi niñez se relataban numerosas tradiciones acerca de piratas, fantasmas, contrabandistas y dinero enterrado, todo lo cual tenía un efecto maravilloso sobre las jóvenes mentes de mis compañeros y la mía propia.
Cuando llegué a la edad madura, efectué diligentes investigacio-nes acerca de la veracidad de estos extraños relatos, pues siempre he tenido mucha curiosidad por averiguar el fundamento de las valiosas aunque obscuras tradiciones de la provincia donde nací. Encontré infinitas dificultades para llegar a cualquier dato preciso. Es increíble el número de fábulas que hallé al tratar de establecer la verdad de un solo hecho.
Nada diré de las Piedras del Diablo -sobre las cuales el archienemigo del género humano se retiró desde Connecticut hasta Long Island, a través del estrecho-en vista de que esta materia será tratada como merece por un contemporáneo con cuya amistad me honro, historiador al cual he suministrado todos los detalles. Tampoco diré nada del hombre negro con el sombrero de tres picos, sentado al timón de un bote y que aparecía en Hell-Gate durante el tiempo tormentoso; se llamaba el spooke; se dice que el gobernador Stuyvesaent disparó una vez con una bala de plata.
Nada puedo opinar sobre esto por no haber encontrado ninguna persona de confianza que afirmase haberlo visto, a no ser la viuda de Manus Conklen, el herrero de Frogasnesk, pero la pobre mujer era un poco cegatona, por lo que es probable que se equivocara, aunque decían que en la obscuridad veía más lejos que la mayoría de la gente.
Sin embargo, todo esto era muy poco satisfactorio en lo que respecta a la leyenda de piratas y sus tesoros enterrados, acerca de lo cual yo tenía la mayor curiosidad. Lo que sigue, es lo único que he podido oír y que tiene ciertos visos de autenticidad.

Cuento de la alhambra

1.025. Irving (Washington) - 058

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