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jueves, 15 de mayo de 2014

Canovas - Cap XI. Dos cartas

Escrito lo anterior, recibo una carta de un amigo que ha visto en Madrid las pruebas de este folleto, y me dice:
«Amigo Clarín: He leído gran parte de tu Cánovas, y aunque estamos conformes en el fondo, me parece que en la forma te has extralimitado. El que prueba demasiado, no prueba nada. Empiezas bien, reconociendo que Cánovas es un hombre capaz de continuar siéndolo, a pesar de presidir tantos ministerios; pero después se te va la burra, como suele decirse, y no sólo te apasionas y rebajas su verdadero mérito (el de Cánovas, no el de la burra), sino que a veces te sales de la literatura y vienes a llamarle poco delicado, y mal amigo, y mal intencionado, y cruel y tirano, con otra porción de cosas feas que, por lo menos, están fuera de su sitio. ¿Qué adelantas con tratar a Cánovas así? Nadie te creerá; a él, si lee tu folleto, le darás una mortificación que, por pequeña que sea, es cruel por lo inútil, y a ti mismo te expones a que te    quiera mal, y cuando pueda te perjudique, un hombre de grandísima influencia...».
A esta carta he contestado yo con esta otra:
«Amigo Fulano: Es difícil, tratándose de Cánovas, separar su literatura de sus buenas o malas intenciones; porque él, como literato apenas tiene más que la intención, mala o buena. Siempre he huido, al atacar a un escritor, de personalidades ajenas a sus escritos o a su talento; si ahora no lo he conseguido, culpa, no a mi voluntad, sino a la torpeza de mi ingenio y a lo enmarañado de las letras canovísticas. Separar a Cánovas literato de Cánovas monstruo, es casi imposible, y además no se debe hacer, aunque se pueda, si se quiere conservarle toda su originalidad. Lo dicho, dicho está, pues. Pero advirtiendo que reconozco en D. Antonio ciertas buenas cualidades morales, de que no hablé antes porque no venían a cuento. Porque una de ellas viene ahora, hablo de ella. Supones tú que puede Cánovas leer este folleto y sentir mortificación y procurarme algún disgusto. Nada de eso. Ni Cánovas leerá este folleto, ni, caso de leerlo, sentiría el más leve rasguño, ni caso de sentirlo, me procuraría el menor disgusto. No le conoces. Cada cosa en su sitio. D. Antonio, suponiendo que sepa de mi humilde existencia, me despreciará altamente, como dice La Época; además, él no lee papeluchos de gacetilleros; y por último, ha dado pruebas siempre de no perseguir a los que personal-mente le atacan, si se contienen en los límites en que yo me contengo.
Y viniendo a lo más importante, te digo que, o no has entendido mi folleto, o haces como que no lo entiendes. ¿Que pruebo demasiado y por tanto nada? ¿Que rebajo el mérito de Cánovas? No lo creas. Todo es cuestión de medida. Cuenta Odisse-Barot en sus Cartas sobre Filosofía de la Historia, que cierto monsieur, no sé cuántos, una especie de D. Manuel Barzanallana francés, tenía la manía de medir todos los monumentos públicos que visitaba, y las plazas, los paseos, las montañas, las calles, etc., etc.; en fin, la manía del marqués que suele presidir el Senado. Pero es el caso que el buen burgués medía catedrales, estatuas, castillos, teatros, etcétera, etcétera, con su paraguas; y así, decía: «la torre de la catedral de Strasburgo tiene tantos cientos de paraguas; y tantas docenas de paraguas hay desde el Capitolio hasta la roca Tarpeya, por ejemplo».
Pues los admiradores de Cánovas son como el franchute del cuento; como él, miden a su hombre con el paraguas, y resulta que es un monumento de muchos paraguas cuadrados.
Pero yo, como veo que Cánovas se tiene y los suyos le tienen por una octava maravilla, por  algo así parecido al faro de Alejandría o a las Pirámides de Egipto, le mido como Herodoto medía la torre de Belo y otros monumentos babilónicos; le mido... por estadios.
Y Cánovas, amigo mío, tendrá todos los cientos de paraguas de Barzanallana que se quiera; pero lo que es estadios, no mide ni siquiera uno.
Y ya que hablo de sus dimensiones, diré, para terminar, que es estrecho, y mucho más largo que profundo.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)

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