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sábado, 21 de diciembre de 2013

Tres domingos en una semana

¡Tú, insensible, testarudo, costroso, mohoso, roñoso, añoso y viejo salvaje! -dije, por lo bajo, una tarde, a mi tío abuelo Rumgudgeon agitando ante él el puño en mi imaginación.
Sólo en mi imaginación. El hecho es que, sí que existía justo entonces, una trivial discrepancia entre lo que yo decía y lo que no tenía el valor de decir, entre lo que hacía y lo que deseaba hacer.
La vieja marsopa, cuando abrí la puerta de la  sala  de  estar,  se  hallaba  sentada  con  los pies sobre la repisa de la chimenea y con una copa de oporto en su zarpa, haciendo activos esfuerzos por llevar a la práctica la cantinela:

Remplis ton verre vide!
Vide ton verre plein!

-Mi  querido  tío  -dije,  cerrando  la  puerta suavemente  y  aproximán-dome  a  él  con  la más  meliflua  de  las  sonrisas,  siempre  has sido tan amable y considerado y has demostrado  tu  benevolencia  de  tantas,  tantísimas maneras que... que creo que bastará sugerirte sólo una vez más ese pequeño asunto para estar seguro de tu plena aquiescencia.
-Ajá -dijo- ¡Buen chico! ¡Prosigue!
-Estoy seguro, queridísimo tío (¡detestable y viejo bribón!) que no tendrás realmente, un serio  propósito  de  oponerte  a  mi  unión  con Kate. Eso no es más que una broma de las tuyas,  ya  lo  sé...  ¡ja,  ja,  ja!  ¡Qué  divertido eres a veces!
-¡Ja,  ja,  ja!  -dijo  él-  ¡Qué  condenado! ¡Vaya que sí!
-Desde  luego,  desde  luego.  Ya  sabía  que estabas bromeando. Bueno, tío, todo lo que Kate  y  yo  deseamos  es  que  nos  favorezcas con tu consejo en... en lo que respecta a la fecha, ya me entiendes, tío. En un a palabra, ¿Cuándo te viene mejor que la boda vaya a consumarse? Ya me entiendes.
-¿Consumarse, bergante? ¿Qué quiere decir con eso? Mejor será que esperes primero a que se celebre.
-¡Ja, ja, ja! ¡Je, je, je! ¡Ji, ji, ji! ¡Jo, jo, jo! ¡Ju, ju ju! ¡Oh, eso sí que es estupendo! ¡Qué chiste!  Pero  lo  que  queremos  ahora,  ya  me entiendes  tío,  es  que  nos  indiques  la  fecha exactamente.
-¡Ah! ¿Exactamente?
-Sí, tío. Es decir, si te viene bien.
-¿No convendría más, Bobby, que lo dejara al azar? ¿Para algún día, dentro de un año o así? ¿O es que tengo que decirlo exacta-mente?
-Si te place, tío..., exactamente.
-Pues bien, Bobby, hijo mío... Tú eres un buen  muchacho  ¿verdad?  Y  como  quieres saber la fecha justa, yo..., sí señor, yo te voy a dar gusto por una vez.
-¡Querido tío!
-¡Chist, caballerete! (Ahogando mi voz)..., te voy a dar gusto por una vez. Tendrás mi consentimiento... y la pasta, no debes olvidar la pasta. ¡Vamos a ver!... ¿Cuándo será? Hoy es domingo, ¿Verdad? Pues bien, ¡Os casaréis exactamente  -¡exactamente!-,  recuérdalo, cuando  se  junten  tres  domingos  en  una  semana. ¿Me oyes, caballerete? ¿Por qué abres así la boca? Repito que tendrás a Kate y su pasta cuando se junten tres domingos en una semana, pero hasta entonces no, bribón, hasta  entonces,  no,  aunque  me  muera.  Ya  me conoces... soy hombre de palabra..., y, ahora, ¡largo! 
Dicho  esto,  se  echó  al  coleto  su  vaso  de oporto, mientras yo salía precipitadamente de la estancia lleno de desesperación. 
Un "viejo y auténtico caballero inglés" era mi tío abuelo, sí; pero a diferencia de la canción tenía sus puntos flacos. Era un personaje menudo,  obeso,  pomposo,  apasionado  y  semicircular con una roja nariz, un grueso cráneo, una gran fortuna y un fuerte sentido de su propia importancia. Con el mejor corazón del mundo contribuía, debido a un predominante  espíritu  de  contradicción,  a  ganarse fama de tacaño ente aquellos que sólo le co-nocían  superficialmente.  Como  ocurre  con muchas personas excelentes parecía poseído de la manía de atormentar a la gente, lo cual hubiese podido tomarse fácilmente a primera vista por malevolencia. A toda su petición, su inmediata respuesta era un categórico "¡no!".
Pero al final, muy, muy al final, eran poquísimas las peticiones que dejaba de atender. A todos  los  ataques  dirigidos  contra  su  bolsa oponía la más feroz defensa, pero, en definitiva, la cantidad que se le arrancaba estaba por lo general en razón directa con la duración del asedio y la tenacidad de la resistencia.  En  cuestiones  de  caridad  ninguno  daba con más liberalidad ni con peor gracia.
Por las bellas artes y, en especial, por las belles  lettres  sentía  un  profundo  desprecio, que  le  había  inspirado  Casimir  Perier,  cuya petulante  preguntilla  "¿A  quoi  un  poète  est-il bon?"  tenía  la  costumbre  de  citar,  con  una pronunciación muy chusca, como el non plus ultra de agudeza lógica. De ahí que mi propia inclinación  por  las  Musas  hubiese  provocado su  total  descontento.  Me  aseguró  un  día, cuando  le  pedí  un  ejemplar  de  una  nueva edición  de  Homero,  que  la  traducción  de "Poeta nascitur non fit" era que "Un asqueroso  poeta  no  vale  para  nada"[1],  observación que  recibí  con  gran  resentimiento.  Además, su  repugnancia  hacia  "las  humanidades" había aumentado mucho última-mente a causa de un accidental viraje en favor de lo que él  suponía  que  eran  las  ciencias  naturales.
Alguien le había abordado en la calle, tomándole nada menos que por el doctor Dubble L. Dee, el catedrático de física empírica. Esto le hizo cambiar bruscamente de rumbo, y justo por la época de esta historia, pues esta historia va camino de ser después de todo, mi tío abuelo Rumgudgeon se mostraba asequible y pacífico sólo en lo tocante a puntos que daban en coincidir con las cabriolas del hobby[2] que montaba. Por lo demás, reía a mandíbula batiente y su política era inflexible y fácil de comprender. Pensaba,  con Horseley, que "la gente no tiene que ocuparse de las leyes más que para obedecerlas". 
Había vivido yo toda mi vida con el anciano caballero. Mis padres, al morir, me habían donado a él como un rico legado. Creo que el viejo bribón me quería como a un hijo, casi, si  no  tanto,  como  a  su  hija  Kate,  pero  me daba  una  vida  de  perros,  después  de  todo.
Desde mi primer año con él hasta el quinto, me  favoreció  con  periódicas  azotainas.  Del quinto  al  decimoquinto,  me  amenazaba  a todas horas con el correccional. Del decimoquinto al vigésimo no pasó un día en que no me prometiera desheredarme. Era yo un tarambana,  es  cierto,  pero  eso  constituía  una parte de mi naturaleza, un rasgo de mi manera de ser. En Kate, sin embargo, yo tenía una fiel amiga y lo sabía. Era una buena muchacha y me decía dulcemente que sería mía (con pasta y todo), siempre que a fuerza de importunar  a  mi  tío  abuelo  le  arrancara  el necesario  consen-timiento.  ¡Pobre  muchacha!
Tenía apenas quince años y, sin ese consentimiento, no podría echar mano a su pequeño capitalito  hasta  que  cinco  inconmensurables veranos hubiesen "terminado de arrastrar su larga  existencia".  ¿Qué  hacer,  pues?  A  los quince,  e  incluso  a  lo  veintiuno  (pues  yo había pasado ya mi quinta olimpíada), cinco años en perspectiva nos parecían quinientos.
En  vano  asediábamos  al  anciano  caballero con  nuestra  machaconería.  Era  aquella  una pièce de résistance (como dirían los señores Ude  y  Carene)  que  se  acomodaba  perfectamente a su perversa imaginación. Habría excitado  la  indignación  del  mismo  Job  el  ver hasta  qué  punto  se  conducía  como  un  viejo perro ratonero con dos pobrecillos y míseros ratones como nosotros dos. Su corazón nada deseaba  más  ardientemente  que  nuestra unión.  Era  una  idea  que  había  alimentado desde siempre. En realidad, habría dado diez mil  libras  de  su  propio  bolsillo  (la  pasta  de Kate era de  ella) si hubiese podido inventar algo que se pareciera a un pretexto para acceder a nuestros muy naturales deseos. Pero es que Kate y yo habíamos sido tan imprudentes como para mencionar por primera vez la  cuestión  nosotros  mismos.  Creo  sinceramente  que  no  oponerse  a  ella  en  tales  circunstancias era algo superior a sus fuerzas.
He dicho ya que tenía sus puntos débiles, pero, cuando hablo de ellos, no debe entenderse que me refiero a su testarudez, que por cierto era uno de sus puntos fuertes: "assurément ce n'était pas sa faible". Cuando menciono sus debilidades, hago ilusión a na inexplicable superstición de vieja comadre que le acosaba. Era dado a conceder mucha importancia a sueños, portentos et id genus omne de galimatías. Era, también muy puntilloso en pequeñas cuestiones de honor y , a su manera,  hombre  de  palabra,  sin  ninguna  duda.
Aquello  constituía,  en  realidad,  uno  de  sus pasatiempos. No tenía escrúpulos en reducir el  espíritu  de  sus  promesas  a  cero,  pero  la letra  era  un  compromiso  inviolable.  Ahora bien,  fue  de  esta  última  peculiaridad  de  su idiosincrasia de la que el ingenio de Kate nos permitió un buen día, no mucho después  de nuestra entrevista en la sala, sacar un provecho  inesperado.  Y  habiendo  agotado  así  en prolegómenos, a la manera de todos los bardos  y  oradores,  todo  el  tiempo  puesto  a  mi servicio  y  casi  todo  el  espacio  puesto  a  mi  disposición,  resumiré  en  pocas  palabras  lo que constituye el meollo de esta historia.
Sucedió  entonces  -así  lo  dispusieron  los hados-  que  entre  las  relacio-nes  náuticas  de mi prometida se contasen dos caballeros que acababan de poner pie en las costas de Inglaterra, tras un año de ausencia, cada uno de ellos haciendo un viaje por el extranjero. En compañía de estos dos caballeros, mi prima y yo, premeditadamente, hicimos una visita al tío Rumgudgeon un domingo por la tarde, el diez de octubre, justo tres semanas después de  la  memorable  decisión  que  había  echado por  tierra  tan  cruelmente  nuestras  esperanzas. Durante media hora la conversación discurrió sobre tópicos corrientes, pero al fin nos las  arreglamos,  con  toda  naturalidad,  para darle el siguiente giro:

Capitán  Pratt.- Bien,  he  estado  ausente justo  un  año.  Justo  un  año  hará  hoy,  a  fe mía.  Vamos  a  ver...  ¡sí!  Estamos  a  diez  de octubre.  Recordará  usted,  señor  Rumgudgeon, que vine a verle tal día como hoy para despedirme de usted. Y, a propósito: sí que parece una coincidencia ¿no es verdad? que nuestro  amigo  el  capitán  Smitherton,  aquí presente,  haya  estado  ausente  también  un año... ¡un año se cumple hoy!

Smitherton.- Sí, justo un año redondo. Recordará usted, señor Rumgudgeon, que vine con  el  capitán  Pratol  ese  mismo  día,  el  año pasado para presentarle mis respetos al partir.

Tío.- Sí,  sí,  sí...  lo  recuerdo  muy  bien... ¡Muy  raro,  verdadera-mente!  Se  marcharon ustedes dos hace justo un año. ¡Una coincidencia  muy  extraña,  verdaderamente!  Justo lo  que  el  doctor  Dubble  L.  Dee  denominaría una extraña concurrencia de acontecimientos. El doctor Dub...

Kate.- Pues sí, papá, el capitán Pratt dio la vuelta al Cabo de Hornos y el capitán Smitherton dobló el Cabo de Beuna Esperanza.

Tío.- ¡Exactamente! El uno fue por el este y el  otro  fue  por  el  oeste,  tunanta,  y  ambos han dado la vuelta completa al mundo. Entre paréntesis, el doctor Dubble L. Dee...
  
Yo  (apresuradamente).- Capitán  Pratt,  debiera  usted  venir  ma-ñana  a  pasar  la  tarde con  nosotros...,  usted  y  Smitherton.  Podrán contarnos todo lo referente a sus viajes, jugaremos al whist y...

Pratt.- Al  whist,  mi  querido  muchacho..., olvida usted que mañana es domingo. Alguna otra tarde...
  
Kate.- ¡Oh, no, por favor! Robert no es tan torpe. Hoy es domingo.
  
Tío.- Claro que sí, claro que sí.

Pratt.- Les pido a los dos mil perdones, pero yo no puedo estar tan equivocado. Sé que mañana será domingo porque...
  
Smitherton  (muy  sorprendido).- ¿En  qué están  pensando  todo  ustedes?  ¿No  fue  ayer domingo?
  
Todos.- ¡Ayer!  ¡Vamos!  ¡Usted  está  chiflado!
  
Tío.- Hoy es domingo, repito. ¿No lo sabré yo?
  
Smitherton.- Todos  ustedes  están  locos... todos y cada uno de ustedes. Estoy tan seguro de que ayer fue domingo como de que me hallo sentado en esta silla.
  
Kate  (levantándose  impetuosamente).- Ya veo... ya lo veo todo. Papá, esto significa el fallo de... de ya sabes qué. No digáis nada y os  lo  explicaré  en  un  minuto.  Es  una  cosa sencillísima,   verdaderamente. El   capitán Smitherton  dice  que  ayer  fue  domingo,  y  lo fue: tiene, pues razón. El primo Bobby, el tío y yo decimos que hoy es domingo, y lo  es. Tenemos, pues razón. El capitán Pratt sostiene que mañana será domingo, y lo será: tiene,  pues,  razón  también.  El  hecho  es  que todos tenemos razón y que de esta forma se han reunido tres domingos en una semana.
  
Smitherton  (tras  una  pausa).- Pues  sí, Pratt,  Kate  se  halla  totalmente  en  lo  cierto. ¡Qué  tontos  somos  los  dos!  Señor  Rumgud-geon, la cosa es clara: la tierra, como sabe, tiene veinticuatro mil millas de circunferencia. Ahora  bien,  este  globo  terráqueo  gira  sobre su propio eje, da vueltas, se mueve en círculo...  con  lo  cual  esas  veinticuatro  mil  millas de longitud se desplazan de oeste a este en veinticuatro  horas  exactamente.  ¿Comprende, señor Rumgudgeon?
  
Tío.- Desde luego, desde luego... El doctor Dub...
  
Smitherton  (cortándole  la  palabra).- Bien, señor, eso hace una velocidad de mil millas al este de aquí. Ahora bien, suponga que zarpo de  un  punto  situado  a  mil  millas  al  este  de aquí. Desde luego me anticiparé una hora a la salida del sol aquí, en Londres. Veré salir el sol  una  hora  antes  que  ustedes.  Habiendo recorrido,  en  la  misma  dirección  otras  mil millas, me anticiparé en tres horas a ella, y así  sucesivamente  hasta  dar  la  vuelta  completa al globo y regresar a este punto en que, habiendo recorrido veinticuatro mil millas en dirección este, me habré anticipado a la salida del sol londinense en no menos de veinti-cuatro horas, es decir, tendré un día de adelanto  con  respecto  al  horario  de  ustedes. Comprendido ¿eh?
  
Tío.- Pero Dubble L. Dee...
  
Smitherton  (hablando  muy  alto).- El  capitán Pratt, por el contrario, cuando hubo navegado mil millas hacia el oeste de este punto, tenía una hora de retraso y cuando hubo navegado veinticuatro mil millas hacia el oeste tenía veinticuatro horas, o un día, de retraso con respecto al horario de Londres. Así, para mí ayer era domingo, así, para ustedes hoy  es  domingo  y  así,  para  Pratt  mañana será domingo. Y lo que es más, señor Rumgudgeon, está taxativamente claro que todos tenemos razón, pues no puede existir ninguna razón filosófica para pensar que la idea de uno de nosotros deba tener preferencia sobre la de los demás.
  
Tío.- ¡Vaya, vaya! Bien, Kate; bien Bobby, éste  es  el  fallo,  como  decís.  Pero  yo  soy hombre de palabra, ¡que no se olvide! Tuya será  muchacho  (con  pasta  y  todo)  cuando quieras.  ¡Esto  está  concluido,  por  Júpiter! ¡Tres domingos en fila! ¡Iré a oír la opinión de Dubble L. Dee sobre eso!
  
   1.011. Poe (Edgar Allan)



[1] Juego de palabras intraducible. La pronunciación inglesa de la frase latina Poeta nascitur non fit = el poeta nace, no se hace, da pie a la interpretación de Rumgudgeon.
[2] Otro juego de palabras. Hobby, además de pasatiempo favorito, significa también caballito.

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