Erase un
hombre llamado Nesterka. Tenía seis hijos, pero no poseía ningún bien de
fortuna. Como no podía alimentar a su familia y no se atrevía a robar, enganchó
el carro, montó a los niños en él y echó a andar por el mundo, a pedir limosna.
Iba por el camino cuando, al volver la cabeza, vio tirado en el barro a un
anciano sin piernas.
Y le rogó
el anciano:
-Llévame
en tu carro, por favor.
-No
puedo, bátiushka -contestó Nesterka. Llevo a mis seis criaturas y el caballo
no tiene fuerzas. Pero el mendigo insistió:
-Por
favor, hombre, llévame.
Nesterka
acabó subiendo al mendigo al carro y siguió su camino. Al cabo de un rato dijo
el mendigo:
-Vamos a
echar a suertes para ver cuál de nosotros se considera el hermano mayor.
Echaron a
suertes y le correspondió al mendigo considerarse el hermano mayor.
En esto
llegaron a una aldea.
-Ve a
aquella casa -ordenó el mendigo- y pide que nos dejen pasar allí la noche.
Nesterka
fue a pedir albergue para la noche. Pero la vieja que le abrió la puerta
contestó:
-No puede
ser. Apenas si tenemos sitio para nosotros. Volvió Nesterka donde el mendigo y
le dijo:
-Aquí no
nos dejan.
Pero el
mendigo le hizo volver para que insistiera hasta conseguirlo. Y por fin logró
Nesterka que les dejaran entrar. Metió el carro en el patio, llevó a sus hijos
a la casa y luego llevó también al mendigo.
-A tus
hijos, acuéstalos debajo del banco -dijo la vieja, y al cojo súbele al rellano
de la estufa.
El hombre
subió al cojo al rellano de la estufa y acomodó a sus hijos debajo del banco.
-¿Dónde
está tu marido? -preguntó el mendigo a la vieja.
-Ha
salido a robar. Y con él, nuestros dos hijos.
El amo de
la casa volvió por fin, metió en el patio doce carros, llenos de plata hasta
arriba, y luego entró. Al ver a los pobres, reprendió a su mujer:
-¿Por qué
has dejado entrar a esta gente?
-Son unos
pobres que han pedido pasar aquí la noche.
-¡Mal
hecho! Podían haberse quedado fuera.
El amo se
sentó a cenar con su mujer y sus dos hijos, pero sin decirles a los pobres que
les acompañaran. El mendigo sacó entonces media prosvirka[1], comió
él, les dio a Nesterka y sus hijos, y todos tuvieron bastante.
El amo de
la casa estaba asombrado. «¿Cómo será eso? -pensaba. Nosotros cuatro nos hemos
comido una hogaza entera y nos hemos quedado con hambre mientras que a ellos
ocho les ha bastado con media prosuirka...»
Cuando el
amo de la casa se durmió, el mendigo mandó a Nesterka que se asomara al patio
para ver lo que allí pasaba.
Nesterka
obedeció: todos los caballos estaban comiendo avena.
El
mendigo le mandó por segunda vez.
Salió
Nesterka y vio que todos los caballos tenían la collera puesta. Por tercera vez
mandó el mendigo salir a Nesterka. Este obedeció: todos los caballos estaban
enganchados a los carros. Volvió a la casa y dijo:
-Todos
los caballos están enganchados.
-Entonces
-ordenó el mendigo, saca a tus hijos, sácame a mí y vámonos.
Montaron
en su carro, salieron del patio y los doce caballos de aquel amo les siguieron
con sus carros. Llevaban ya un rato de camino cuando el mendigo le mandó a
Nesterka que volviera a la casa donde habían pasado la noche y le trajera sus
manoplas.
-Me las
dejé en el rellano de la estufa -explicó.
Volvió
Nesterka sobre sus pasos y se encontró con que la casa había desaparecido como
si se la hubiera tragado la tierra. Sólo se habían salvado las manoplas sobre
lo que fue la estufa. Conqu agarró las manoplas y volvió donde el mendigo con
la noticia de que la tierra se había tragado la casa entera.
-Eso ha
sido un castigo de Dios por los robos cometidos. Quédate tú con estos doce
carros y todo lo que contienen -dijo el mendigo, y desapareció.
Nesterka
volvió a su casa, vio que los carros estaban todos llenos de plata y se puso a
vivir tan ricamente.
Un día le
dijo su mujer:
-Estos
caballos llevan mucho tiempo sin hacer nada. Llévatelos a que galopen un poco.
El hombre
se dirigió a la ciudad con los caballos. Por el camino se encontró con una
doncella a quien nunca había visto.
-Estos
caballos no son tuyos -le dijo la joven.
-Cierto:
no son míos -contestó Nesterka. Puesto que los reconoces por tuyos, llévatelos
y que Dios te acompañe.
La
doncella se quedó con los doce caballos y el hombre volvió a su casa. Al día
siguiente se presentó la misma muchacha, llamó a la ventana de la casa y dijo:
Toma tus caballos. Lo que yo te dije era una
broma y, sin embargo, tú me los diste.
Nesterka
agarró los caballos y vio que los carros estaban cargados con más plata y oro
que antes
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
[1] Prosvirka: Pan consagrado, del tamaño de una
figurita de mazapán, que sustituye a la hostia en el rito ortodoxo ruso.
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