En cierto
reino vivía un barin. Aquel barin tenía un lacayo y un cochero. Al lacayo le
habían puesto de mote Carne y al cochero Hueso.
En una
ocasión le robaron al barin unas perlas. Fue a mirar en el baúl, y habían
desaparecido las perlas. Llamó a todos sus criados.
-¿Las
habéis robado vosotros? -preguntó.
-No, no.
Nosotros no sabemos nada.
-¡Allá
vosotros! Pero voy a llamar ahora mismo a una adivinadora, y como ella lo descubra
y os denuncie a vosotros, lo vais a pasar mal.
Conque
mandó el barin a buscar a una vieja adivinadora.
-Hola,
abuela -le dijo cuando la trajeron. Me han desaparecido unas perlas muy
valiosas y quiero que eches las cartas para ver adónde han ido a parar.
-Está
bien, barin. Se lo preguntaré a las cartas. Pero manda primero que calienten el
baño para asearme después del viaje.
Calentaron
el baño, entró la vieja y, mientras se relajaba tan a gusto con el vapor, decía
entre dientes:
-Ahora
verán lo que es bueno mi carne y mis huesos...
El lacayo
y el cochero, que se habían quedado cerca de la ventana par oír lo que decía,
la oyeron y les pareció que se refería a ellos.
-¡La
maldita vieja se ha enterado ya de todo! -dijo el cochero. ¿Qué hacemos ahora?
En cuanto
vieron salir a la vieja del baño, corrieron a ella.
-Abuelita
querida, no le digas al barin que hemos sido nosotros.
-¿Y dónde
están las perlas? ¿Las tenéis todavía?
-Sí,
abuela, sí.
-Bueno,
pues vais a meter cada perla en una miga de pan y a darle las migas al ganso
gris para que se las coma.
Dicho y
hecho. Luego fue la vieja a ver al barin.
-¿Qué? ¿Te has enterado ya, abuela?
-Claro
que sí, hijo mío.
-¿Quién
es el culpable?
-El ganso
gris que anda por el corral. Como tenéis las ventanas abiertas, él se metió por
una y se tragó las perlas.
El barin
ordenó que cazaran al ganso gris y lo degollaran. Lo agarraron, lo degollaron y
en el buche le encontraron las perlas. El barin agradeció sus servicios a la
adivinadora, la invitó luego a comer y, para gastarle una broma, mandó que
sirvieran una urraca asada. «A ver si se da cuenta la vieja», pensó.
Se
sentaron a la mesa, presentaron la urraca asada, y precisamente entonces estaba
diciendo la vieja mirando a su alrededor:
-Con
tanto lujo en la casa, debo parecer una urraca.
-¡Pero
qué lista! ¡Todo lo adivina!
Concluido
el almuerzo, el barin mandó enganchar un carruaje que la llevara a su casa y
metió unos huevos dentro para reírse si los aplastaba.
Al subir
la vieja al carruaje dijo entre dientes:
-Aquí habrá
que sentarse como sobre huevos.
El barin
se sorprendió mucho al ver que la vieja adivinaba y lo descubría todo. Le pagó
un buen dinero por sus servicios y la dejó marchar sin más.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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