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miércoles, 14 de agosto de 2013

Javronia-pizquita

Ya sabéis que hay en el mundo gente buena y gente mala; hay quien no teme a Dios y no se avergüenza de sus malas acciones ni ante sus propios hermanos. Pues en manos de gente así cayó Javronia-Pizquita. La recogieron cuando se quedó huérfana de muy pequeña, le dieron de comer, pero no la dejaron gozar ni de la luz de Dios; la tuvieron los días enteros agobiada de trabajo: ella servía a la mesa, recogía la casa, respondía de todo y por todos.
Su ama tenía tres hijas mozas. La mayor se llamaba Unojo, la segunda Dosojos y la menor Tresojos. Su única ocupación consis­tía en sentarse a la puerta y mirar a la calle, mientras Javronia­-Pizquita trabajaba para ellas, les hacía la ropa, hilaba y tejía, sin oír nunca una buena palabra. Eso era lo triste: siempre había quien la reprendiera y maltratara, pero nadie que la animara y elogiara.
A veces iba Javronia-Pizquita al campo, abrazaba a su vaca al­bazana, reposaba la cabeza sobre su cuello y le contaba lo dura que era su existencia:
-¡Vaquita mía, mátushka! Me pegan, me regañan, no me dan de comer y ni siquiera me permiten llorar. Para mañana, me han dado cinco puds* de hilaza para que los hile y luego teja lienzos con el hilo, los blanquee y los enrolle.
-Linda mocita -contestaba la vaca: métete por una de mis orejas, sal por la otra y lo encontrarás todo hecho.
Así ocurría. Cuando la linda mocita salía por la oreja, todo es­taba hecho y los lienzos tejidos, blanqueados y enrollados. Se los llevaba a su madrastra, que los miraba y remiraba reprimiendo un bufido y los guardaba en un arca. Luego le daba a Javronia más trabajo todavía. Ella acudía de nuevo a la vaca, se metía por una de sus orejas, salía por la otra, se lo encontraba todo hecho y no tenía más que llevárselo. Muy sorprendida, la vieja llamó a Unojo.
-Hijita mía querida, hijita mía bonita: mira a ver quién ayuda a la huérfana, quién teje, hila y enrolla los lienzos por ella.
Unojo fue con Javronia al bosque, fue luego al campo y olvidó todo lo que le había mandado su madre. Sofocada del sol, se ten­dió en la hierba. Javronia se puso a murmurar como un arrullo:
-¡Duerme, ojito! ¡Duerme, ojito!
El ojito se durmió, y mientras Unojo echaba un sueño, la vaca tejió y blanqueó. Como no pudo enterarse de nada,, la madrastra mandó a Dosojos con el mismo encargo. Pero Dosojos también se tendió en la hierbá, sofocada del calor, olvidó el encargo de su madre y entornó los ojos mientras Javronia la arrullaba:
-¡Duerme, ojito! ¡Dormíos los dos!
La vaca tejió, blanqueó y enrolló los lienzos antes de que Dosojos se despertara.
Muy enfadada, la vieja envió al día siguiente a Tresojos y le dio a Javronia más tarea todavía. Igual que sus hermanas mayores, Tresojos anduvo corretando y saltando y luego se tendió sobre la hierba. Javronia canturreó: «¡Duerme; ojito! ¡Dormíos los dos!», pero se olvidó del tercer ojo. Conque dos ojos se durmieron, pero el otro siguió abierto y lo vio todo. Vio que la linda mocita se metía por una oreja de la vaca, salía por la otra y no tenía más que reco­ger los lienzos ya listos. Todo lo que vio Tresojos se lo contó a su madre. Encantada, la vieja le ordenó a su marido al día siguiente:
-¡Mata a la vaca albazana!
-Mujer -intentó disuadirla el marido, ¿estás en tus cabales? ¡Es una vaca joven, una buena vaca!
Pero la mujer, empeñada en que la matara. Por fin fue el hom­bre a afilar el cuchillo. Javronia corrió donde estaba la vaca.
-¡Vaquita mía, mátushka! Te quieren matar.
-Pues tú, linda mocita, no comas de mi carne. Recoge mis huesos, átalos en un pañuelo, plántalos en el jardín y riégalos to­das las mañanas sin olvidarte nunca de mí.
Javronia-Pizquita hizo todo lo que le había encomendado la va­ca. Pasó hambre, pero no probó su carne, y todos los días regaba los huesos plantados en el jardín, de los que al poco tiempo nació un manzano. ¡Pero qué preciosidad de manzano, Dios mío! Tenía los frutos en sazón, las hojas de oro, que rumoreaban cuando las mecía el aire, y las ramas finas y flexibles de plata. Los viajeros de­tenían sus carruajes para contemplarlo y los caminantes no se can­saban de admirarlo. Una vez, estando las muchachas en el jardín, acertó a pasar por el campo un gran señor, rico, muy joven, con el cabello rizado. Al ver las manzanas, dijo a las muchachas:
-Lindas mocitas: me casaré con la que me traiga una manzana.
Las tres hermanas corrieron al árbol, deseosas todas de llegar la primera. Pero las manzanas, que pendían a poca altura, al al­cance de la mano, de pronto se remontaron muy arriba, muy por encima de sus cabezas. Las tres hermanas intentaron hacerlas caer con varas, pero las hojas las cegaban; luego quisieron arrancarlas, pero las ramas les deshicieron las trenzas. Por mucho que se afa­naron, sólo consiguieron desollarse las manos sin alcanzarlas. En­tonces se aproximó Javronia: las ramas se inclinaron hacia ella y las manzanas bajaron de lo alto. El gran señor se casó con ella, y Javronia-Pizquita vivió feliz y contenta, sin conocer más sinsabores.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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