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sábado, 11 de enero de 2014

La lechuga

Había una vez un joven y alegre Cazador que se fue al bosque a cazar. Estaba muy contento e iba silbando una tonada mientras buscaba la caza.
De pronto, una Vieja se le apareció y le dijo:
‑Buenos días, joven Cazador; vos estáis alegre y feliz, mientras yo tengo hambre y sed. Bien podíais darme una limosna.
Apiadándose de la pobre Vieja, el Cazador llevose la mano al bolsillo y le dio una limosna proporcionada a sus medios.
Entonces quiso seguir adelante, pero la Vieja le detuvo diciendo:
‑No tan de prisa, buen Cazador. Quiero hacerte un regalo para premiar tu buen corazón. Sigue andando y encontrarás un árbol en el cual hay nueve pajaritos que se pelean con garras y picos por una capa. Pide ayuda a tu escopeta y dispara en medio de ellos. Si tocas en el centro de la capa, uno de los pajaritos caerá muerto; llévate la capa, pues al que la posee le concede todos los deseos. Si te la echas sobre los hombros, no tienes más que desear ir a un sitio, para encontrarte inmediatamente allí. Coge también el corazón del pájaro muerto, y cómetelo entero; con que hagas esto, cada mañana encontrarás debajo de tu almohada, al despertar, un puñado de monedas de oro.
El Cazador dio las gracias a la Vieja y pensó: "Bonitas promesas... si fueran verdad."
Cuando hubo andado un centenar de pasos, oyó sobre sí, en las ramas de un árbol, un murmullo que le hizo levantar la cabeza.
Entonces vio una bandada de pájaros estirando con garras y picos una tela; parecía como si cada uno quisiera llevársela para sí.
‑Esto es maravilloso ‑dijo el Cazador. Parece exactamente lo que me ha dicho la viejecilla.
Se echó la escopeta al hombro, apuntó y disparó justo en el centro de la bandada, haciendo volar las plumas aquí y allí. Los pájaros se echaron a volar con gran ruido, excepto uno, que cayó muerto al suelo, con la capa envuelta en sus garras.
Como había dicho la viejecilla, el Cazador sacó el corazón del pájaro y se lo tragó enterito. Después se llevó la capa con él.
Al despertar, por la mañana, recordó la promesa de la Vieja y miró debajo de la almohada a ver si era verdad. Allí, ante sus asombrados ojos, brillaba un montoncito de monedas de oro, y a la mañana siguiente otro, y otro a la tercera, y así cada mañana, al despertar. Fue reuniendo los puñados de oro, y al fin se le ocurrió pensar: “¿Para qué me sirve todo este oro si me estoy siempre en casa? Mejor será que me vaya a recorrer mundo."
Se despidió de sus padres, colgó la escopeta y se fue por el mundo adelante. Sucedió que un día, cuando atravesaba un espeso bosque, vio a lo lejos un precioso castillo. Vio también a una Vieja que estaba asomada a una de las ventanas, teniendo a su lado a una Doncella hermosísima. La Vieja era una Bruja y dijo a la Doncella:
‑Ahora entra un hombre en el bosque. Lleva consigo un maravilloso tesoro; tenemos que tratar de quitárselo, querida niña, pues nos será más provechoso que a él. Es el corazón de un pajarito, gracias al cual, cada mañana, al despertar, se encuentra un puñado de monedas de oro debajo de la almohada.
Explicó también a la joven cómo había obtenido el Cazador su talismán, y, para terminar, le advirtió:
‑Si no puedes quitárselo, peor para ti.
Cuando el Cazador se hubo acercado más, vio a la Doncella y pensó:
“Bastante tiempo he andado de un lado para otro; ahora entraré en el castillo y descansaré. Afortunadamente llevo dinero para recompensar a sus dueños."
Pero la verdadera razón de su deseo era la hermosura de la Doncella, a quien había visto a la ventana. Entró, pues, y fue recibido amablemente y tratado a cuerpo de rey. No tardó mucho tiempo en enamorarse de la Doncella y no pensaba en otra cosa que en estar siempre a su lado, ni se preocupaba de nada más que en serle agradable. La Bruja dijo a la Doncella:
‑Ahora ha llegado la ocasión de quitarle el corazón del pajarito. Preparó una poción, y cuando estuvo lista, echándola en una copa, la dio a la joven.
La Doncella la tomó y dijo al Cazador:
‑Ahora, amado mío, bebe a mi salud.
Él tomó la copa y bebió la poción; cuando la hubo tragado, arrojó el corazón del pajarito. La Doncella lo cogió disimuladamente y, a su vez, se lo tragó, aunque la vieja Bruja lo quería para ella.
Desde aquel día, el Cazador no encontró más monedas de oro debajo de su almohada; el montoncito aparecía siempre debajo de la de la Doncella y la vieja Bruja lo recogía cada mañana al despertar. Pero, como estaba muy enamorado, el Cazador no pensaba sino en gozar al lado de la hermosa joven. Entonces la Bruja dijo a ésta:
‑Ahora que tenemos el corazón del pajarito, hemos de quitarle también la capa encantada.
Pero la Doncella contestó:
‑Dejémosle al menos la capa, ya que le hemos despojado de su fortuna.
Mas la Bruja se encolerizó, e insistió:
‑La capa es también una cosa maravillosa y difícil de obtener. ¡La necesito y la tendré!
La joven tuvo que obedecer las órdenes de la Bruja; fue a asomarse a la ventana, y miró tristemente las distantes colinas.
El Cazador le preguntó:
‑¿Por qué estás tan triste?
‑¡Ay, amor mío! ‑contestó ella. Más allá de aquellas colinas está la Montaña Roja, donde se encuentran las piedras preciosas. Hace mucho tiempo que siento gran tristeza pensando en ellas. ¿Pero quién podría llegar allá? Acaso los pájaros, que saben volar... Pero nunca un ser humano llegará hasta allí.
‑Si eso te causa pesar ‑dijo el Cazador, yo puedo en seguida quitar ese peso de tu corazón.
Entonces le echó la capa sobre los hombros y en un momento estuvieron los dos al otro lado de la montaña. Las piedras preciosas chispeaban en torno y los corazones de los enamorados se regocijaron a la vista de aquella riqueza, cogiendo cuantas piedras les agradaban, las más fulgentes y hermosas.
Pero la Bruja se las había arreglado de modo que el Cazador empezase a sentir pesado sueño. Dijo, pues, a la Doncella:
‑Necesito echarme un rato; estoy tan cansado que no me puedo tener en pie.
Se echó, con la cabeza en el regazo de ella, y pronto se quedó dormido. Apenas le vio cerrar los ojos, la Doncella le arrancó la capa de los hombros y se la puso, recogió todas las piedras preciosas que llevaban los dos y deseó encontrarse de nuevo en el castillo. Cuando el Cazador se despertó, vio que su adorada le había engañado, dejándole solo en la áspera Montaña Roja.
‑iOh, cuánta traición hay en este mundo! ‑exclamó. Y se quedó muy triste, muy triste, sin saber qué hacer.
En aquella montaña vivían unos Gigantes que eran sus dueños. No pasó mucho tiempo sin que el Cazador viese venir a tres de aquellos hombrones. Rápidamente, se echó al suelo, y fingió dormir. El primer Gigante llegó junto a él, le dio con el pie y preguntó:
‑¿Qué clase de gusanillo es éste?
El segundo dijo:
‑Písalo y mátalo.
Pero el tercero se opuso.
‑¿Por qué hemos de molestarle? Dejémosle tranquilo; aquí no podrá vivir; cuando suba a lo alto de la montaña, las nubes le arrollarán y se lo llevarán.
Pasaron de largo, y el Cazador, que había oído cuanto ellos dijeran, se levantó a toda prisa y echó a correr hacia la cima de la montaña. Permaneció allí sentado durante un buen rato, hasta que una nube que flotaba sobre él, lo envolvió y se lo llevó.
Al principio se sintió barrido por los aires, después fue amablemente mecido, y, por fin, depositado dentro de un jardín de altos muros, sobre un blando lecho de lechugas y otros vegetales. El Cazador miró en torno suyo y pensó: "Si aún hubiese algo que comer; tengo verdadera hambre. No veo peras ni manzanas ni fruta alguna; solamente hierbas y lechugas." Por último, sin embargo, se decidió: "No me quedará más remedio que comer algo de esta verdura; si no es muy alimenticia, al menos será refrescante."
Arrancó una hoja de lechuga y empezó a comérsela. Pero apenas había tragado un trocito de ella, cuando empezó a sentirse más pequeño y completamente cambiado. Le salieron cuatro patas en vez de dos, una cabeza grande y dos largas orejas, y, con el horror consiguiente, pudo darse cuenta de que se había transformado en burro. Como, al mismo tiempo, sentíase más hambriento que antes, y la jugosa lechuga le había parecido muy bien, continuó comiendo. Por último, encontró otra clase de verdura que no había probado aún; empezó a comer y comer, y, sin darse cuenta, volvió a recobrar la forma humana. Después de esto, se echó y quedó dormido, tan rendido de fatiga estaba.
Al despertar, a la mañana siguiente, cortó unas cuantas lechugas malas y otras cuantas lechugas buenas y pensó:
"Esto me ayudará a recobrar mi riqueza y a castigar a los traidores."
Se echó las hortalizas en el morral, saltó la muralla, y anda que andarás, trató de llegar al castillo de su adorada.
Varios días tardó en dar con él, pero, al fin, tuvo la fortuna de encontrar bosque y castillo. Entonces desfiguró su rostro y se disfrazó, con tanta habilidad, que ni su propia madre lo hubiese reconocido. Seguro de su caracterización, se dirigió al castillo y pidió albergue.
‑Estoy tan cansado ‑dijo‑ que no puedo continuar mi viaje.
La Bruja le preguntó:
‑¿Quién sois, caballero, y qué buscáis aquí?
El Cazador contestó:
‑Soy un mensajero del Rey. Su Majestad tuvo a bien enviarme en busca de la más rara lechuga que crece bajo el sol. He tenido la suerte de encontrarla y la llevo en mi morral. Pero hace tanto calor, que temo pueda estropeárseme una planta tan delicada y no sé si sería capaz de volver a encontrarla.
Cuando la Bruja oyó hablar de la rara hortaliza, sintió gran deseo de tenerla y dijo:
‑Buen caballero, dejadme probar la lechuga maravillosa.
‑Con mucho gusto ‑contestó él. Llevo conmigo dos cogollos; os daré uno y llevaré al Rey el otro.
Y diciendo esto, abrió su morral y dio a la Vieja la lechuga maligna. La Bruja no sospechó nada y se relamía ya de gusto pensando en aquella rica planta, tan preciada, por lo que ella misma fue a la cocina a prepararla adecuadamente. Cuando la tuvo lista, no pudo esperar a ponerla en la mesa, sino que empezó a comer en seguida algunas de las hojas. Apenas las había tragado, cuando perdió su forma humana y echó a correr camino del patio convertida en una burra vieja.
Entonces la criada que la servía fue a la cocina, vio la lechuga tan bien preparada y la cogió para llevarla a la mesa, mas por el camino le apeteció probarla un poco y, siguiendo su costumbre, se comió unas hojitas. El poder de la lechuga hizo su efecto en seguida, pues también ella se transformó en una burrita joven y echó a correr por el patio adelante, junto a la vieja Bruja, mientras la fuente de la lechuga quedaba en el suelo.
En tanto, el mensajero estaba sentado con la hermosa Doncella, y, como nadie aparecía con la lechuga y ella deseara también probarla, exclamó:
No sé qué habrá sucedido con esa dichosa lechuga.
Pero el Cazador pensaba:
"La planta debe de haber hecho su efecto." Y dijo:
‑Voy a la cocina a ver qué ha pasado.
Apenas bajó la escalera, vio a las dos burras corriendo arriba y abajo y la lechuga tirada en el suelo.
‑¡Perfectamente! ‑se dijo. Ya tenemos dos con su merecido.
Recogió las hojas, las puso en un plato y las llevó a la hermosa Doncella.
‑Os traigo yo mismo la preciada planta ‑dijo, para que no tengáis que esperar más tiempo.
Comió ella la lechuga y, lo mismo que las otras, fue inmediatamente transformada en burra, echando a correr por el patio adelante. Enton­ces el Cazador fue a lavarse la cara, a fin de que las transformadas cria­turas pudieran reconocerle, y, dirigiéndose al patio, les dijo:
‑Ahora pagáis bien cara vuestra traición.
Con un látigo las hacía trotar y las obligó a ir hasta el molino. Allí llamó a la ventana y el molinero asomó la cabeza, preguntándole qué quería.
‑Aquí tengo tres animales rebeldes ‑dijo‑ y quiero educarlos. Si consentís en quedároslos, alimentarlos y tratarlos como yo quiero, pagaré lo que se me pida.
‑¿Por qué no? ‑dijo el molinero. ¿Cómo deben ser tratados?
El Cazador dijo que a la burra vieja (la Bruja) había que zurrarle tres veces al día y darle de comer sólo una. A la joven ‑que era la Criada‑ debía pegarle una vez y darle de comer tres. A la más joven y bien parecida de las tres bestias ‑que era la hermosa Doncella‑ le daría alimento tres veces y no le pegaría ninguna; el Cazador no tenía valor para hacerla sufrir.
Después de esto, el Cazador volvió al castillo, donde encontró cuan­to podía necesitar para vivir a su placer.
Pocos días después el molinero fue a encontrarle y le dijo que la burra vieja, a la que había zurrado tres veces, acababa de morir.
‑Las otras dos ‑terminó, sobre todo aquella a la cual zurro una vez al día, no están muertas, pero poco les falta.
El corazón del Cazador se enterneció y dijo al molinero que volviese al molino. Cuando el hombre se hubo marchado, él tomó de su morral la lechuga buena ‑la que devolvía la forma humana, fue al molino y desencantó a las dos doncellas. La que tanto había sido amada se arrodilló ante él y le dijo:
‑iOh, amado mío, perdóname todo el mal que te hice! Fue contra mi voluntad, pues siempre te amé. La Bruja, que era mi tutora, me obligó a ello. La capa encantada está colgada en la alacena, y el corazón del pajarito ahora te lo voy a devolver.
‑Guárdalo ‑dijo él: es lo mismo, puesto que lo único que deseo es hacerte mi esposa.
La boda se celebró en seguida y juntos vivieron felices.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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