Érase una vez un rico
campesino que no tenía ningún hijo con su mujer. A menudo cuando iba con los
demás campesinos a la ciudad éstos se burlaban de él y le preguntaban por qué
no tenía hijos. Una vez se puso muy furioso y cuando llegó a su casa dijo:
-¡Yo quiero tener un
hijo! ¡Aunque sea un erizo!
Su mujer entonces tuvo un
hijo que era de mitad para arriba un erizo y de mitad para abajo un niño, y
cuando vio a su hijo se asustó mucho y dijo:
-¿Lo ves? ¡Nos has echado
encima una maldición!
Entonces dijo el marido:
-Ya no sirve de nada
lamentarse, tenemos que bautizar al niño, pero no podemos darle ningún padrino.
La mujer dijo:
-Y tampoco podemos
bautizarlo más que con el nombre de Juan-mi-erizo.
Cuando estuvo bautizado
dijo el cura:
-A éste con sus púas no
se le puede poner en una cama como es debido.
Así que le prepararon un
poco de paja detrás de la estufa y acostaron allí a Juan-mi-erizo. Tampoco
podía alimentarse del pecho de la madre, pues la hubiera pinchado con sus púas.
Así, se pasó ocho años tumbado detrás de la estufa, y su padre estaba ya harto
de él y deseando que se muriera; pero no se moría, y allí seguía acostado.
Ocurrió entonces que en la ciudad había mercado y el campesino quiso ir. Entonces
le preguntó a su mujer qué quería que le trajera.
-Un poco de carne y un
par de panecillos que hacen falta en casa -dijo ella.
Después le preguntó a la
criada y ésta le pidió un par de zapatillas y unas medias de rombos. Finalmente
dijo también:
-¿Y tú qué quieres,
Juan-mi-erizo?
-Padrecito -dijo, tráeme
una gaita, anda.
Cuando el campesino
volvió a casa le dio a su mujer lo que le había traído: la carne y los
panecillos; luego le dio a la criada las zapatillas y las medias de rombos, y
finalmente se fue detrás de la estufa y le dio a Juan-mi-erizo la gaita.
Y cuando Juan-mi-erizo la
tuvo dijo:
-Padrecito, anda, ve a la
herrería y encarga que le pongan herraduras a mi gallo, que entonces me
marcharé cabalgando en él y no volveré jamás.
El padre entonces se puso
muy contento porque iba a librarse de él e hizo que herraran al gallo, y cuando
estuvo listo Juan-mi-erizo se montó en él y se marchó, llevándose también
cerdos y asnos, pues quería apacentarlos en el bosque. Una vez en él, sin embargo,
el gallo tuvo que volar con él hasta un alto árbol, y allí se quedó, cuidando
de los asnos y los cerdos, y allí estuvo muchos años, hasta que el rebaño se
hizo grandísimo, y su padre no supo nada de él. Y mientras estaba en el árbol
tocaba su gaita y hacía una música muy hermosa. Una vez pasó por allí un rey
que se había perdido y oyó la música; entonces se quedó muy asombrado y envió a
un criado a que mirara de dónde procedía la música. Este miró por
todas partes, pero lo único que vio fue, arriba en el árbol, un pequeño animal
que parecía un gallo con un erizo encima y que era el que tocaba la música. Entonces
el rey le dijo al criado que le preguntara por qué estaba allí y si no sabría
cuál era el camino para volver a su reino.
Juan-mi-erizo se bajó entonces
del árbol y le dijo que le enseñaría el camino si el rey le prometía por
escrito que le daría lo primero con lo que se encontrara en la corte real
cuando llegara a casa. El rey pensó: «Eso puedes hacerlo tranquilamente, pues
Juan-mi-erizo no entiende y puedes escribir lo que tú quieras.» El rey entonces
cogió pluma y tinta y escribió cualquier cosa, y una vez hecho esto
Juan-mi-erizo le enseñó el camino y llegó felizmente a casa. Pero a su hija,
que le vio llegar desde lejos, le entró tanta alegría que salió corriendo a su
encuentro y le besó.
Él se acordó de
Juan-mi-erizo y le contó lo que le había sucedido y que le había tenido que
prometer por escrito a un extraño animal que iba montado en un gallo y tocaba
una bella música que le daría lo primero que se encontrara al llegar a casa,
pero que como Juan-mi-erizo no sabía leer, lo que había escrito realmente era
que no se lo daría. La princesa se alegró mucho y dijo que eso estaba muy bien,
pues jamás se hubiera ido con él.
Juan-mi-erizo, por su parte,
siguió apacentando los asnos y los cerdos y siempre estaba alegre subido al
árbol y tocando su gaita. Y sucedió entonces que pasó por allí con sus criados
y sus alfiles otro rey que se había perdido y no sabía volver a casa porque el
bosque era muy grande. Entonces oyó también a lo lejos la bella música y le
preguntó a su alfil qué sería aquello, que fuera a mirar de dónde procedía.
El alfil llegó debajo del
árbol y vio arriba del todo al gallo con Juan-mi-erizo encima. El alfil le
preguntó qué era lo que hacía allí arriba.
-Estoy apacentando mis
asnos y mis cerdos. ¿Qué se les ofrece?
El alfil dijo que se
habían perdido y no podrían regresar a su reino si él no les enseñaba el
camino. Entonces Juan-mi-erizo se bajó con su gallo del árbol y le dijo al
viejo rey que le enseñaría el camino si le daba lo primero que se encontrara en
su casa delante del palacio real. El rey dijo que sí y le confirmó por escrito
a Juan-mi-erizo que se lo daría. Una vez hecho esto Juan-mi-erizo se puso al
frente montado en el gallo y le enseñó el camino, y el rey regresó felizmente a
su reino. Cuando llegó a la corte hubo una gran alegría. Y el rey tenía una
única hija que era muy bella y salió a su encuentro, se le abrazó al cuello y
le besó y se alegró mucho de que su viejo padre hubiera vuelto. Le preguntó
también que dónde había estado por el mundo tanto tiempo y él entonces le contó
que se había perdido y a punto había estado de no volver jamás, pero que cuando
pasaba por un gran bosque un ser medio erizo, medio hombre, que estaba montado
en un gallo subido a un alto árbol y tocaba una bella música le había ayudado y
le había enseñado el camino, y que él a cambio le había prometido que le daría
lo primero que se encontrara en la corte real, y que lo primero había sido ella
y lo sentía muchísimo.
Ella, sin embargo, le
prometió entonces que, por amor a su viejo padre, se iría con él si iba por
allí. Juan-mi-erizo, sin embargo, siguió cuidando sus cerdos, y los cerdos
tuvieron más cerdos y éstos tuvieron otros y así sucesivamente, hasta que al
final eran ya tantos que llenaban el bosque entero.
Entonces Juan-mi-erizo
hizo que le dijeran a su padre que vaciaran y limpiaran todos los establos del
pueblo, que iba a ir con una piara de cerdos tan grande que todo el que supiera
hacer matanza tendría que ponerse a hacerla.
Cuando su padre lo oyó se
quedó muy afligido, pues pensaba que Juan-mi-erizo se había muerto ya hacía
mucho tiempo. Pero Juan-mi-erizo se montó en su gallo, condujo los cerdos hasta
el pueblo y los hizo matar. ¡Uf, menuda carnicería! ¡Se podía oír hasta a dos
horas de camino de distancia! Después dijo Juan-mi-erizo:
-Padrecito, haz que
hierren de nuevo a mi gallo en la herrería y entonces me marcharé de aquí y no
volveré en toda mi vida.
El padre entonces hizo que
herraran al gallo y se alegró mucho de que Juan-mi-erizo no quisiera volver.
Juan-mi-erizo se fue cabalgando al primer reino; allí el rey había dado orden
de que si llegaba uno montado en un gallo y con una gaita, dispararan todos
contra él y le golpearan y le dieran cuchilladas para que no llegara al
palacio.
Cuando Juan-mi-erizo
llegó se abalanzaron sobre él con las bayonetas, pero él espoleó a su gallo,
pasó volando sobre la puerta del palacio y se posó en la ventana del rey y le
dijo que le diera lo que le había prometido o de lo contrario les quitaría la
vida a él y a su hija.
El rey entonces le dijo a
su hija con buenas palabras que tenía que marcharse con él si quería salvar su
vida y la suya propia. Ella se vistió de blanco, y su padre le dio un coche con
seis caballos y unos magníficos criados, dinero y enseres. Ella se montó en el
coche y Juan-mi-erizo se sentó con su gallo a su lado; luego se despidieron y
se marcharon de allí, y el rey pensó que no volvería a verlos.
Pero no sucedió lo que él
pensaba, pues cuando estaban ya a un trecho de camino de la ciudad Juan-mi -erizo
la desnudó y la pinchó con su piel de erizo hasta que estuvo completamente
llena de sangre.
-Éste es el pago a la
falsedad de ustedes. Vete, que no te quiero -le dijo, y la echó de allí a su
casa, y ya estaba ultrajada para toda su vida.
Juan-mi-erizo, por su
parte, siguió cabalgando en su gallo con su gaita hacia el segundo reino, a
cuyo rey le había enseñado también el camino. Éste, sin embargo, había
dispuesto que si llegaba alguien como Juan-mi-erizo le presentaran armas y le
dejaran franco el paso, lanzaran vivas y le llevaran al palacio real. Cuando la
princesa le vio se asustó, pues realmente tenía un aspecto extrañísimo, pero
pensó que no quedaba más remedio, pues se lo había prometido a su padre. El rey
entonces le dio la bienvenida a Juan-mi-erizo y éste tuvo que acompañarle a la
mesa real, y ella se sentó a su lado, y comieron y bebieron. Cuando se hizo de
noche y se iban a ir a dormir a ella le dieron mucho miedo sus púas, pero él le
dijo que no temiera, que no sufriría ningún daño, y al viejo rey le dijo que
apostara cuatro hombres en la puerta de la alcoba y que encendieran un gran
fuego, y que cuando él entrara en la alcoba y fuera a acostarse en la cama se
desprendería de su piel de erizo y la dejaría a los pies de la cama; entonces
los hombres tendrían que acudir rápidamente y echarla al fuego y quedarse allí
hasta que el fuego la hubiera consumido.
Cuando la campana dio las
once entró en la alcoba y se quitó la piel de erizo y la dejó a los pies de la
cama; entonces entraron los hombres y la cogieron rápidamente y la echaron al
fuego, y cuando el fuego la consumió él quedó salvado, echado allí en la cama
como una persona normal y corriente, aunque negro como el carbón, igual que si
se hubiera quemado. El rey envió allí a su médico y le limpió con buenas
pomadas y le untó con bálsamo, y entonces se volvió blanco y quedó convertido
en un joven y hermoso señor.
Cuando la princesa lo vio
se alegró mucho, y se levantaron muy contentos y comieron y bebieron y se
celebró la boda, y el viejo rey le otorgó su reino a Juan-mi-erizo.
Cuando habían pasado ya
unos cuantos años se fue de viaje con su esposa a la casa de su padre y le dijo
que era su hijo; el padre, sin embargo, le contestó que no tenía ninguno, que
solamente había tenido uno una vez, pero que había nacido con púas como un
erizo y se había marchado por esos mundos. Él entonces se dio a conocer y el
anciano padre se alegró mucho y se fue con él a su reino.
1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)
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