Para coger ese tren -dijo el coronel Levering, sentado en el hotel
Waldorf-Astoria- tendrá que pasar casi toda la noche en Atlanta. Es una ciudad
bonita, pero le aconsejo que no se aloje en el Breathitt House, uno de los
hoteles más importantes. Es un viejo edificio de madera que tiene una urgente
necesidad de reparación. Hay grietas en las paredes por las que cabe un gato.
Las habitaciones no tienen cerrojos en las puertas, ni más muebles que una
simple silla y un somier sin ropa de cama, y sólo un colchón. Ni siquiera
puedes estar seguro de disfrutar de estas escasas comodidades en exclusiva.
Amigo, es un hotel de lo más abominable.
» La noche que pasé allí fue muy incómoda. Llegué tarde y fui
conducido a una habitación del piso bajo por un portero de noche lleno de
disculpas que, con gran consideración, me dejó la vela de sebo que llevaba.
Dos días y una noche de duro viaje por ferrocarril me habían agotado y todavía
no me había recuperado totalmente de una herida de bala en la cabeza recibida
en un altercado. En vez de buscar un alojamiento mejor, me eché en el colchón
sin quitarme la ropa y me dormí.
» Me desperté de madrugada. La luna había salido y brillaba a través
de una ventana sin cortinas, iluminando la habitación con una suave luz
azulada que producía un cierto efecto misterioso, aunque he de decir que su
apariencia no era inusual; la luz de la luna siempre es así si te fijas.
¡Imagina mi sorpresa e indignación cuando vi el suelo ocupado por al menos una
docena más de huéspedes! Me incorporé maldiciendo con la mayor seriedad a la
administración de aquel hotel increíble, y cuando estaba a punto de ponerme en
pie para ir a montarle un lío al portero, el de las disculpas y la vela, hubo
algo en aquella situación que me hizo sentir una extraña indisposición a
moverme. Supongo que, como diría un escritor, me había quedado «helado por el
terror». ¡Porque obviamente todos aquellos hombres estaban muertos!
»Yacían de espaldas, dispuestos ordenadamente en tres lados de la
habitación, con los pies mirando a la pared; en el otro lado, el que quedaba,
estaba mi cama y una silla. Tenían las caras cubiertas, pero debajo de aquellos
paños blancos las características de los dos cuerpos que reposaban cerca de la
ventana, sobre la mancha cuadrada de la luz de la luna, presentaban un perfil
de nariz y barbilla afilado.
»Creía que se trataba de una pesadilla e intenté gritar, como se hace
cuando uno tiene un mal sueño, pero no podía emitir sonido alguno. Por fin,
haciendo un esfuerzo desesperado, me puse en pie, pasé entre las dos filas de
rostros tapados y los dos cuerpos que había unto a la puerta y huí de aquel
lugar infernal con dirección a la oficina. El portero estaba allí sentado,
detrás de un escritorio, a la luz de otra vela de sebo: sentado y mirando. Ni
se levantó: mi brusca irrupción no pareció producirle efecto alguno, aunque
supongo que yo debía tener el aspecto de un verdadero cadáver. Entonces me di
cuenta de que realmente antes no me había fijado bien en aquel tipo.
Era pequeño, con una cara descolorida y los ojos más blancos e inexpresivos que
nunca he visto. No había en él más expresión que en el dorso de mi mano.
Llevaba un traje de un sucio color gris.
»-¡Maldición! -exclamé- ¿Qué es lo que pretende?
»Pero daba lo mismo, estaba temblando como una hoja
agitada por el viento y no reconocí mi propia voz.
»El portero se puso en pie, se inclinó (con aire de
pedir perdón) y, bueno... desapareció; en aquel momento sentí por detrás que
alguien apoyaba su mano sobre mi hombro. ¡Imagínatelo si puedes! Con un miedo
cerval, di media vuelta y me encontré con un caballero gordo, de cara
agradable, que me preguntó:
»-¿Qué le sucede, amigo?
»No tardé mucho en decírselo, pero, antes de que
terminara, él también se puso pálido.
»-Míreme -dijo, ¿está usted diciendo la verdad?
»En ese momento yo ya había conseguido sobreponerme,
y el terror había dejado paso a la indignacion.
»-¡Si se atreve a dudarlo -le espeté- le machaco a
golpes!
»-No -contestó, no lo haga; siéntese y yo le
contaré. Esto no es un hotel. Lo fue, y después un hospital. Ahora está
deshabitado, a la espera de alguien que lo quiera alquilar. La habitación a la
que usted se refiere era la habitación de los muertos; allí siempre había
muchos muertos. El tipo al que usted llama portero solía serlo, pero más tarde
se encargaba de registrar a los pacientes que llegaban. No comprendo qué hace
ahora aquí. Hace unas cuantas semanas que murió.
»-¿Y usted quién es? -le pregunté.
»-Oh, yo me encargo de cuidar el local. Pasaba por
aquí, vi luz y entré a investigar. Vamos, echemos un vistazo a esa habitación
-añadió levantado del escritorio aquella vela que chisporroteaba.
»-¡Antes vería al mismísimo demonio! -exclamé saliendo
rápidamente a la calle.
» Amigo, ese Breathitt House de
Atlanta es un lugar maldito. No se aloje allí.
-¡No quiera Dios! La visión que usted ha dado de él
no sugiere comodidad, desde luego. A propósito, coronel, ¿cuándo ocurrió todo
eso?
-En septiembre de 1864, poco después del estado de
sitio.
1.007. Briece (Ambrose)
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