Hace días pasé a
ver a mi amigo, el periodista Misha Kovrov[1]. Estaba sentado
en su diván, se limpiaba las uñas y tomaba té. Me ofreció un vaso.
-Yo sin pan no
tomo -dije. ¡Vamos por el pan!
-¡Por nada! A un
enemigo, dígnate, lo convido con pan, pero a un amigo nunca.
-Es extraño...
¿Por qué, pues?
-Y mira por qué...
¡Ven acá!
Misha me llevó a
la mesa y extrajo una gaveta:
-¡Mira!
Yo miré en la
gaveta y no vi definitivamente nada.
-No veo nada...
Unos trastos... Unos clavos, trapitos, colitas...
-¡Y precisamente
eso, pues y mira! ¡Diez años hace que reúno estos trapitos, cuerditas y
clavitos! Una colección memorable.
Y Misha apiló en
sus manos todos los trastes y los vertió sobre una hoja de periódico.
-¿Ves este cerillo
quemado? -dijo, mostrándome un ordinario, ligeramente carbonizado cerillo.
Este es un cerillo interesante. El año pasado lo encontré en una rosca,
comprada en la panadería de Sevastianov. Casi me atraganté. Mi esposa, gracias,
estaba en casa y me golpeó por la espalda, si no se me hubiera quedado en la
garganta este cerillo. ¿Ves esta uña? Hace tres años fue encontrada en un
bizcocho, comprado en la panadería de Filippov. El bizcocho, como ves, estaba
sin manos, sin pies, pero con uñas. ¡El juego de la naturaleza! Este trapito
verde hace cinco años habitaba en un salchichón, comprado en uno de los mejores
almacenes moscovitas. Esa cucaracha reseca se bañaba alguna vez en una sopa,
que yo tomé en el bufete de una estación ferroviaria, y este clavo en una albóndiga,
en la misma estación. Esta colita de rata y pedacito de cordobán fueron
encontrados ambos en un mismo pan de Filippov. El boquerón, del que quedan
ahora sólo las espinas, mi esposa lo encontró en una torta, que le fue
obsequiada el día del santo. Esta fiera, llamada chinche, me fue obsequiada en
una jarra de cerveza en un tugurio alemán... Y ahí, ese pedacito de guano casi
no me lo tragué, comiéndome una empanada en una taberna... Y por el estilo,
querido.
-¡Admirable
colección!
-Sí. Pesa libra y
media, sin contar todo lo que yo, por descuido, alcancé a tragarme y digerir. Y
me he tragado yo, probablemente, unas cinco, seis libras...
Misha tomó con
cuidado la hoja de periódico, contempló por un minuto la colección y la vertió
de vuelta en la gaveta. Yo tomé en la mano el vaso, empecé a tomar té, pero ya
no rogué mandar por el pan.
1.014. Chejov (Anton)
[1] "M.
Kovrov", pseudónimo con que Chejov firma sus artículos en El espectador,
a principios de 1883.
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