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viernes, 22 de febrero de 2013

Cuento del zarévich iván, el pájaro de fuego y el lobo gris

En cierto reino,, en cierto país, vivía un zar llamado Vislav An­drónovich. Este zar tenía tres hijos: los zaréviches Dmitri, Vasili e Iván.
El zar Vislav Andrónovich poseía, además, un jardín que no tenía igual en ningún otro país. Crecían en aquel jardín muchos árboles valiosos, frutales y no frutales; pero, entre ellos, el predi­lecto del zar era un manzano que daba solamente manzanas de oro.
Un pájaro de fuego tomó la costumbre de penetrar en el jardín del zar Vislav. Tenía el plumaje de oro y los ojos parecidos al cris­tal de Oriente. Todas las noches llegaba volando al jardín, se posa­ba sobre el manzano predilecto del zar Vislav, arrancaba algunas manzanas y se marchaba.
El zar Vislav estaba muy apenado por lo que sucedía con aquel manzano y por que el pájaro de fuego hubiera arrancado tantos frutos. Por eso, llamó a sus tres hijos y les habló así:     
-Amados hijos, ¿cuál de vosotros podrá capturar al pájaro de fuego en mi jardín? Al que lo capture vivo le daré ya la mitad de mi reino y, cuando yo muera, suyo será todo lo demás.
Sus hijos, los zaréviches, exclamaron entonces al unísono:
-¡Padre y señor nuestro! ¡Majestad imperial! ¡Nos encantará cap­turar vivo al pájaro de fuego!
La primera noche fue el zarévich Dmitri a montar la guardia en el jardín. Se acomodó al pie del árbol del que arrancaba las man­zanas el pájaro de fuego, se quedó dormido y ni se enteró de que llegó el pájaro de fuego y se comió otras muchas.
Por la mañana, el zar Vislav llamó a su hijo, el zarévich Dmitri, y le preguntó:
-¿Has visto o no has visto al pájaro de fuego, hijo mío querido?
-No, padre y señor mío -contestó el hijo. Esta noche no ha venido.
A la noche siguiente le tocó al zarévich Vasili ir a acechar al pájaro de fuego en el jardín. Se instaló debajo del famoso árbol y, al cabo de un par de horas de oscuridad, se quedó dormido tan profundamente, que ni se enteró de que el pájaro de fuego llegó y estuvo comiendo manzanas.
El zar Vislav le llamó por la mañana para preguntarle:
-¿Has visto o no has visto al pájaro de fuego, hijo mío querido?
-Esta noche no ha venido, padre y señor mío.
A la tercera noche le tocó montar la guardia en el jardín al za­révich Iván. Sentado al pie del manzano, se pasó allí una hora, luego otra y otra más, hasta que de pronto resplandeció todo el jardín lo mismo que si hubiera habido muchas velas encendidas: llegó el pájaro de fuego, se posó en el árbol y empezó a comer manzanas.
El zarévich Iván se aproximó a él con tanto sigilo, que lo agarró de la cola. Pero no pudo detenerle: el pájaro se desprendió y echó a volar, dejando solamente entre las manos del zarévich Iván la pluma de la cola que había agarrado con tanta fuerza.
Por la mañana, apenas se despertó el zar Vislav, entró en sus aposentos el zarévich Iván y le entregó la pluma del pájaro de fuego.
El zar Vislav se alegró mucho de que el zarévich Iván hubiera conseguido arrancarle por lo menos una pluma de la cola al pájaro de fuego.
Aquella pluma era tan maravillosa y resplandeciente que, lle­vada a un aposento oscuro, le habría dado la misma luminosidad que multitud de velas encendidas. El zar Vislav colocó la pluma en su despacho, como si se tratara de una de esas cosas que de­ben conservarse eternamente.
A partir de entonces, el pájaro de fuego no volvió por el jardín.
El zar Vislav hizo venir a sus hijos y les habló de esta manera:
-Hijos míos queridos: os doy mi bendición para que vayáis a buscar al pájaro de fuego y me lo traigáis vivo. Lo que tengo pro­metido sigue en pie y, naturalmente, será para el que me traiga el pájaro de fuego vivo.
Los zaréviches Dmitri y Vasili empezaban a tomarle ojeriza a su hermano menor, el zarévich Iván, por haber logrado arrancarle al pájaro de fuego una pluma de la cola. Recibieron la bendición de su padre y partieron los dos en busca del pájaro de fuego.
También el zarévich Iván insistió en que le diera su bendición para ponerse en camino.
-Querido hijo y amada criatura -objetó el zar Vislav: eres todavía joven y no estás hecho a viajes tan largos y difíciles. ¿Por qué has de alejarte de mi? Tus dos hermanos ya se han marchado. ¿Y si te marchas tú también y os pasáis los tres mucho tiempo sin regresar? Yo he llegado a la vejez y camino hacia la tumba. Y si durante vuestra ausencia me llamara Dios a su lado, ¿quién gober­naría mi reino en mi lugar? Podría producirse una rebelión o esta­llar discordias entre nuestro pueblo y no habría nadie para resta­blecer el orden. O el enemigo podría amenazar nuestro territorio y no habría nadie para ponerse al mando de ejército.
Sin embargo, por mucho que intentara el zar Vislav retener al zarévich Iván, no tuvo más remedio que acceder en vista de su in­sistencia.
El zarévich Iván recibió la bendición de su padre, eligió un ca­ballo y se puso en marcha sin saber él mismo hacia dónde se diri­gía.
Caminando su camino, no sé si largo o corto, no sé si por mon­tes o por llanos, porque las cosas se cuentan muy pronto pero son largas de hacer, llegó por fin a unas verdes praderas. En aquel cam­po se alzaba un poste y en aquel poste había un cartel que decía: «Quien camine todo derecho a partir de este poste pasará hambre y frío; quien camine hacia la derecha quedará sano y salvo, pero su caballo morirá; quien camine hacia la izquierda perderá la vida. pero su caballo quedará sano y salvo.»
Después de leer la inscripción, el zarévich Iván se encaminó hacia la derecha diciéndose que, aunque muriese su caballo, él conser­varía la vida y, con el tiempo, podría conseguir otra montura.
Caminó un día, otro y otro, cuando de pronto salió a su en­cuentro un enorme lobo gris y le dijo:
-¡Ah! ¿Eres tú, joven zarévich Iván? Ya leíste lo que decía el cartel del poste. Sabiendo que moriría tu caballo, ¿por qué has ve­nido hacia acá?
Dicho lo cual, el lobo gris desventró al caballo del zarévich Iván y se alejó de allí.
Muy afligido por la pérdida de su caballo, el zarévich rompió a llorar amargamente y reanudó su camino a pie. Anduvo un día entero y, cuando iba a sentarse, horriblemente cansado, apareció de pronto el lobo gris y le dijo:
-Siento que te hayas fatigado tanto de caminar a pie y tam­bién siento haber matado a tu buen caballo. Pero no importa. Sú­bete encima de mí, del lobo gris, y dime a dónde debo conducirte y por qué.
El zarévich Iván le dijo al lobo gris a dónde debía ir, y el lobo gris partió con él encima, más raudo que un caballo. Al cabo de algún tiempo, precisamente al caer la noche, se detuvo al pie de un muro de piedra no muy alto y dijo:
-Bueno, zarévich Iván, apéate del, lobo gris y salta ese muro. Detrás hay un jardín y en el jardín está el pájaro de fuego metido en una jaula de oro. Coge al pájaro de fuego, pero no toques la jaula, porque si intentas llevártela no podrás escapar: te cazarán en seguida.
El zarévich saltó la tapia y, ya en el jardín vio al pájaro de fuego en la jaula de oro, que le gustó mucho. Sacó al pájaro de la jaula y volvió hacia la tapia, pro luego reflexionó y se dijo:
-Si me llevo al pájaro sin jaula, ¿dónde lo meto?
Volvió para atrás y no hizo más que descolgar la jaula, cuando todo el jardín se llenó de ruidos, porque la jaula estaba suspendida de cuerdas musicales.
Los centinelas se despertaron al instante, corrieron al jardín, de­tuvieron al zarévich Iván con el pájaro de fuego y le condujeron ante su señor, que era el zar Dolmat. El zar Dolmat se enfadó mu­chísimo con el zarévich Iván y le preguntó a gritos, con voz furiosa:
-¿Cómo no te da vergüenza robar, muchacho? ¿Quién eres, de qué tierras vienes, de qué padre eres hijo y cuál es tu nombre?
-Soy del reino de Vislav, hijo del zar Vislav Andrónovich, y me llamo el zarévich Iván. Tu pájaro de fuego ha cogido la cos­tumbre de venir a nuestro jardín todas las noches a comerse las manzanas de oro del árbol predilecto de mi padre y ha echado a perder casi enteramente el manzano. Por eso me ha mandado mi padre buscar el pájaro de fuego y llevárselo.
-Pero, joven zarévich Iván, ¿te parece bien portarte de esa ma­nera? -exclamó el zar Dolmat-. Si hubieras venido a verme, yo te habría dado el pájaro de fuego sin más historias. En cambio ahora. ¿qué te va a parecer cuando mande a todos los países la relación de lo mal que te has portado aquí? Aunque escucha una cosa, za­révich Iván: si me haces un favor yendo a los confines del mundo al más remoto de los países y le quitas para mí al zar Afron el caba­llo de las crines de oro, perdonaré tu falta y te regalaré con mucho gusto el pájaro de fuego; pero, si no me haces ese favor, haré sa­ber a todos los países que eres un ladrón sin honor.
El zarévich Iván se alejó muy triste del zar Dolmat, prometién­dole conseguir el caballo de las crines de oro.
Llegó donde había dejado al lobo gris y le contó todo lo que le había dicho el zar Dolmat.
-¡Vaya con el joven zarévich Iván! -rezongó el lobo gris-. ¿Por qué no atendiste lo que yo te dije y cogiste la jaula de oro? -Tienes razón. Discúlpame.
-En fin, sea -profirió el lobo gris-. Móntate encima del lobo gris y te llevaré donde tengas que ir.
El zarévich Iván se montó a lomos del lobo gris y el lobo gris echó a correr tan raudo como una saeta, hasta que por fin llegó al país del zar Afron, ya de noche. Entonces el lobo gris llevó al zarévich Iván a las blancas caballerizas reales y le dijo:
-Entra en esas caballerizas blancas, zarévich Iván (todos los mozos que las guardan están ahora profundamente dormidos). y llévate al caballo de las crines de oro. Pero no cojas la brida de oro que está colgada en la pared, porque ocurrirá una desgracia.
El zarévich Iván entró en las blancas caballerizas, agarró el ca­ballo de las crines de oro y ya se marchaba cuando vio la brida de oro colgada en la pared. Le gustó tanto, que la descolgó: pero al instante estalló un ruido tremendo por todas las caballerizas, por­que había cuerdas musicales atadas a aquella brida.
Los mozos de cuadra se despertaron en seguida, corrieron. aga­rraron al zarévich Iván y lo condujeron ante el zar Afron.
-Vamos a ver, joven -comenzó el zar Afron. ¿Quién eres de qué tierras vienes, de qué padre eres hijo y cuál es tu nombre?
-Soy del reino de Vislav -contestó el zarévich, hijo del zar Vislav Andró-novich, y me llamo el zarévich Iván.
-¡Vaya con el joven zarévich Iván! -siguió el zar Afron. ¿Te parece digno de un caballero lo que acabas de hacer? Podrías ha­ber acudido a mí y te hubiera dado por las buenas el caballo de las crines de oro. En cambio ahora, ¿qué te va a parecer cuando envíe a todos los países la relación de lo mal que te has portado aquí? Aunque escucha una cosa, zarévich Iván: si me haces un fa­vor yendo a los confines del mundo, al más remoto de los países, y robas para mí a la princesa Elena la Hermosa, de quien estoy enamorado desde hace tiempo con el alma y el corazón, pero sin poder acercarme a ella, te daré sin más historias el caballo de las crines de oro y la brida de oro. Pero, si no me haces este favor, haré saber a todos los reinos que eres un ladrón sin honor y expli­caré lo mal que te has portado aquí.
El zarévich Iván le prometió entonces al zar Afron traerle a la princesa Elena la Hermosa, y salió de la sala llorando amargamente.
Llegó donde había dejado al lobo gris y le contó cuanto le ha­bía sucedido.
-¡Vaya con el zarévich Iván! -rezongó el lobo gris. ¿Por qué no atendiste lo que yo te dije y cogiste la brida de oro?
-Tienes razón, discúlpame.
-En fin, sea -prosiguió el lobo gris-. Móntate encima del lobo gris y te llevaré donde tengas que ir.
El zarévich Iván se montó a lomos del lobo gris, el lobo gris echó a correr tan raudo como una saeta, y en nada de tiempo, según se dice en los cuentos, llegó al estado de la princesa Elena la Her­mosa. Junto a la verja de oro que rodeaba un jardín maravilloso, el lobo gris le dijo al zarévich Iván:
-Ahora, zarévich Iván, apéate de los lomos del lobo gris, vuelve por el camino que hemos seguido al venir y espérame en el cam­po, ~ debajo de un roble verde.
El zarévich Iván hizo lo que le mandaba. El lobo gris se tendió junto a la verja de oro, esperando a que la princesa Elena la Her­mosa saliera a dar un paseo por el jardín.
Al caer la tarde, cuando el sol iba ya hacia su ocaso y el aire no estaba tan caliente, la princesa Elena la Hermosa salió a dar un paseo por el jardín con sus doncellas y los boyardos de la corte. Cuando se acercó al lugar donde el lobo gris estaba tendido fuera, al pie de la verja, éste saltó de repente al jardín, agarró a la prince­sa Elena la Hermosa, volvió a saltar la verja hacia fuera y echó a correr con todas sus fuerzas. Así llegó al campo, donde el zarévich Iván le esperaba debajo de un roble verde, y le dijo:
-Zarévich Iván, ¡súbete proto a lomos del lobo gris!
El zarévich Iván se subió a sus lomos, y el lobo gris los llevó a los dos a toda velocidad hacia el país del zar Afron.
Las doncellas y todos los boyardos cortesanos que estaban en el jardín con la hermosa princesa Elena corrieron al palacio para organizar un grupo de jinetes que partieran detrás del lobo gris. Sin embargo, por mucho que galoparon, no pudieron darle alcance y regresaron sin más.
El zarévich Iván se enamoró de todo corazón de la hermosa princesa Elena mientras iba montado con ella a lomos del lobo gris, y también ella se enamoró del zarévich Iván. Por eso, cuando el lobo gris los condujo al estado del zar Afron y llegó el momento de llevar a la hermosa princesa Elena al palacio para entregársela, el zarévich Iván se sintió muy apenado y rompió a llorar amarga­mente.
-¿Por qué lloras, zarévich Iván? -le preguntó el lobo gris.
-¡Lobo gris, amigo mío! -contestó el zarévich Iván. ¿Có­mo no voy a llorar y desesperarme? Estoy enamorado de corazón de la hermosa princesa Elena y ahora debo entregársela al zar Afron a cambio del caballo de las crines de oro y de la brida de oro, por­que, si no se la entrego, el zar Afron me cubrirá de oprobio ante todos los países.
-Muchos servicios te he hecho, zarévich Iván -dijo -el lobo gris-, pero te haré uno más. Escucha, zarévich Iván: yo me con­vertiré en la hermosa princesa Elena y tú me llevas al zar Afron a cambio del caballo de las crines de oro. El zar me tomará por la auténtica princesa. Pero cuando tú te montes en el caballo de las crines de oro y te hayas alejado bastante, le diré al zar Afron que quiero salir al campo a pasear. En cuanto me dé permiso para salir con las doncellas, las ayas y los boyardos de la corte y yo me encuentre con ellos en el campo, tú acuérdate de mí y de nuevo estaré a tu lado.
Después de estas palabras, el lobo gris pegó contra la tierra hú­meda y se convirtió en la hermosa princesa Elena. Se parecía tan­to, que nadie habría podido sospechar que no era ella. El zarévich Iván fue con el lobo gris al palacio del zar Afron diciendo a la her­mosa princesa Elena que le esperase fuera de la ciudad.
Cuando el zarévich Iván se presentó ante el zar Afron con la falsa princesa Elena, el corazón del zar rebosó de dicha al verse dueño de un tesoro que ansiaba desde hacía tanto tiempo. A cambio de la falsa princesa le entregó al zarévich Iván el caballo de las crines de oro.
El zarévich Iván se montó en aquel caballo, abandonó la ciu­dad, recogió a Elena la Hermosa y, con ella a la grupa, se encami­nó hacia el estado del zar Dolmat.
Entre tanto, el lobo gris vivía en el palacio del zar Afron, en lugar de la hermosa princesa Elena. Así pasó un día, otro y otro, hasta que al cuarto día fue a pedirle al zar Afron permiso para salir al campo a pasear para distraer sus penas y sus tristezas.
-¡Ah, hermosa princesa Elena! ¿Qué no haría yó por ti? Pue­des ir a pasear al campo.
En seguida ordenó a las doncellas y las ayas y a todos los bo­yardos de la corte que fueran al campo a pasear con la hermosa princesa.
En cuantoo al zarévich Iván-, .séguía su,camino, charlando con Elena la Hermosa y casi tenía olvidado al lobo gris, cuando de pronto se acordó.
-¿Dónde estará mi lobo gris? -exclamó.
Eso bastó para que el lobo gris apareciese ante el zarévich Iván diciendo:
-Sube tú a lomos del lobo gris, zarévich Iván, y que la bella princesa cabalgue el caballo de las crines de oro.
El zarévich Iván montó a lomos del lobo gris y así partieron ha­cia el estado del zar Dolmat. Después de mucho correr -o poco, no lo sé- se detuvieron tres verstas antes de entrar en la ciudad. El zarévich Iván le rogó entonces al lobo gris:
-Escucha, amigo mío, lobo gris: ya que me has hecho tantos favores, hazme uno más, el último: ¿no podrías convertirte en ca­ballo de crines doradas en lugar de éste? Porque me da mucha pe­na separarme de él.
Al instante, el lobo gris pegó contra la tierra húmeda y se trans­formó en caballo con las crines de oro. El zarévich dejó a la her­mosa princesa Elena en una verde pradera, montó sobre el lobo gris transformado en caballo y se dirigió al palacio del zar Dolmat.
En cuanto el zar Dolmat le vio llegar sobre el caballo de las cri­nes de oro se alegró mucho, salió de sus aposentos para acoger al zarévich en el espacioso patio. Luego le besó en los labios. le tomó la mano derecha y le condujo alas salas de mármol.
Con tan fausto motivo, el zar Dolmat ordenó un gran banque­te. Comieron sobre mesass de roble y manteles bordados, se divir­tieron justo durante dos días y al tercero el zar Dolmat le entregó al zarévich Iván el pájaro de fuego en su jaula de oro.
Con el pájaro de fuego y el caballo de las crines de oro, el zaré­vich abandonó la ciudad, recogió a la hermosa princesa Elena y se encaminó hacia su país, el estado del zar Vislav Andrónovich.
El zar Dolmat quiso probar su caballo de crines de oro al día siguiente en campo abierto: lo mandó ensillar, montó en él y salió al campo; pero en cuanto lo espoleó, el caballo le arrojó al suelo y, tomando su forma de lobo gris, corrió detrás del zarévich Iván.
-Monta sobre mis lomos -le dijo en cuanto le dio alcance, y que Elena la Hermosa vaya en el caballo de las crines de oro.
Así lo hicieron, y continuaron su camino. Pero, cuando llega­ron al sitio donde había desgarrado al caballo del zarévich, dijo el lobo gris:
-Zarévich Iván, te he servido con lealtad. Te he traído hasta este sitio donde desgarré tu caballo. Apéate del lobo gris. Ahora tienes un caballo de crines de oro para ir adonde quieras. En cuan­to a mí, ya no tengo por qué servirte.
Después de pronunciar estas palabras, el lobo gris se apartó co­rriendo. El zarévich Iván lloró amargamente la marcha del lobo gris, pero luego reanudó su marcha con la hermosa princesa.
Cabalgaron los dos -no sé si mucho o poco tiempo- hasta que, veinte verstas antes de llegar al estado, se apearon para des­cansar debajo de un árbol mientras pasaba el bochorno del día. El zarévich ató al mismo árbol al caballo de las crines de oro y dejó a su lado la jaula con el pájaro de fuego. Recostados sobre la blan­da hierba y platicando tiernamente se quedaron dormidos.
Los zaréviches Dmitri y Vas¡]¡, hermanos de Iván, habiendo re­corrido muchos estados sin encontrar el pájaro de fuego, regresa­ban entonces a su patria con las manos vacías.
Se encontraron fortuitamente con su hermano Iván y la her­mosa princesa Elena cuando estaban dormidos. Viendo al caballo de las crines de oro y al pájaro de fuego en su jaula de oro, la codi­cia se apoderó de ellos, y les vino la idea de matar al zarévich Iván.
El zarévich Dmitri desnudó su espada, degolló al zarévich Iván y le despedazó. Luego despertó a la hermosa princesa Elena y le preguntó:
-Hermosa doncella, ¿de qué tierras vienes, de qué padre eres hija y cuál es tu nombre?
La hermosa princesa Elena se asustó mucho al ver muerto al zarévich Iván y rompió a llorar amargamente. Entre lágrimas con­testó:
-Soy la princesa Elena la Hermosa y fue a buscarme el zaré­vich Iván a quien habéis matado vilmente. Podría consideraros nobles caballeros si hubieseis salido al campo a pelear con él, ven­ciéndole cuando estaba vivo. Habiéndole matado mientras dormía, ¿qué honor vais a sacar de esa acción? Una persona dormida es lo mismo que una persona muerta.
Al oír estas palabras, el zarévich Dmitri apoyó la punta de su espada sobre el corazón de la hermosa princesa Elena y le dijo:
-¡Escucha, Elena la Hermosa! Ahora estás en nuestras manos. Vamos a conducirte ante nuestro padre, el zar Vislav Andrónovich. a quien dirás que hemos sido nosotros los que te hemos encontra­do a ti y también al pájaro y al caballo de las crines de oro. Si no prometes hacerlo así, te mato ahora mismo.
Asustada, la hermosa princesa Elena prometió y juró por to­dos los santos que diría lo que le mandaran decir. Los zaréviches echaron entonces a suertes para decidir quién se quedaría con la hermosa princesa y quién se quedaría con el caballo de las crines de oro. El resultado fue que la hermosa princesa sería para el zaré­vich Vasili y el caballo de las crines de oro para el zarévich Dmitri.
El zarévich Vasili hizo subir a la hermosa princesa a la grupa de su recio corcel, mientras'el zarévich Dmitri montaba en el caba­llo de las crines de oro llevando además la jaula con el pájaro de fuego para entregárselo a su padre, el zar Vislav Andrónovich. Así se pusieron en camino.
El zarévich Iván yació muerto justo treinta días en aquel sitio. hasta que el lobo gris pasó casualmente por allí y le reconoció al olfatearle. Hubiera querido resucitarle, pero no sabía cómo. En es­to vio que un cuervo y dos corvatos giraban sobre el cadáver con el propósito de posarse en tierra y alimentarse con la carne del za­révich Iván. El lobo gris se ocultó detrás de unas matas y, en cuan­to los corvatos se posaron en tierra y empezaron a comer el cuer­po del zarévich Iván, cayó sobre ellos, agarró a uno y ya iba a des­garrarlo en dos, cuando el cuervo se posó en tierra, a cierta distan­cia del lobo gris, y le dijo:
-Lobo gris: no mates al menor de mis corvatos. El no te ha hecho ningún daño.
-Escucha, Cuervo Cuervovich -profirió el lobo gris-: yo no le haré daño a tu corvato y lo soltaré sano y salvo si tú me haces el favor de ir hasta los confines del mundo, hasta el más remoto de los países y me traes de allí agua de la muerte y agua de la vida.
A lo cual contestó Cuervo Cuervovich:
-Te haré ese favor, pero no le hagas el menor daño a mi hijo.
Con estas palabras, el cuervo emprendió el vuelo, perdiéndo­se de vista en seguida. Al tercer día regresó con dos pequeños fras­cos -uno con agua de la vida y otro con agua de la muerte, que entregó al lobo gris.
El lobo gris tomó los dos frasquitos, desgarró al corvato por la mitad y luego le roció con agua de la muerte, y volvieron a juntar­se los dos pedazos; entonces le roció con agua de la vida, y el cor­vato se agitó y remontó el vuelo.
El lobo gris repitió la misma operación con el zarévich Iván.
Roció sus pedazos con agua de la muerte, y los pedazos se unie­ron; roció luego el cuerpo con el agua de la vida, y el zarévich Iván se levantó diciendo:
-¡Pero cuánto tiempo he dormido, maldita...!
-Como que tu sueño habría sido eterno si no paso yo por aquí -replicó el lobo gris. Has de saber que tus hermanos te despeda­zaron, llevándose luego a la hermosa princesa Elena, así como el ca­ballo de las crines de oro y el pájaro de fuego. Ahora, apresúrate a volver a tu tierra, porque tu hermano, el zarévich Vasili, se casa hoy con tu prometida, la hermosa princesa Elena. Para ganar tiempo, lo mejor será que te montes a lomos del lobo gris: yo te llevaré.
El zarévich Iván montó a lomos del lobo gris, el lobo gris se di­rigió a toda velocidad hacia el estado del zar Vislav Andrónovich y llegó hasta la ciudad principal.
El zarévich Iván se apeó del lobo gris, entró en la ciudad y, cuan­do llegó al palacio, se encontró con que su hermano Vasili se ha­bía casado con la hermosa princesa Elena y, después de la cere­monia, presidía el banquete de esponsales.
El zarévich Iván entró en la sala y Elena la Hermosa corrió a él en cuanto le vio, besándole en los dulces labios y gritando:
-Mi amado prometido es éste, el zarévich Iván, y no ese mal­vado que está sentado a la mesa.
El zar Vislav Andrónovich se levantó entonces de la mesa y le preguntó a la hermosa princesa Elena qué significaba aquello y de qué estaba hablando. Elena le refirió entonces toda la verdad, tal y como había sucedido: que el zarévich Iván había ido a buscarla a ella, que había conseguido hacerse con el caballo de las crines de oro y con el pájaro de fuego, que sus hermanos mayores le ha­bían dado muerte mientras estaba dormido y, con amenazas, la ha­bían obligado a ella a decir que todo era obra de ellos.
El zar Vislav se enfadó mucho con los zaréviches Dmitri y Vasi­li y los hizo encerrar- en una mazmorra.
En cuanto al zarévich Iván, se casó con la hermosa princesa Elena y juntos vivieron en amor y armonía, tan unidos que no po­dían pasar ni un minuto el uno sin el otro.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


1 comentario:

  1. Me trae muchos recuerdos de mi infancia y ahora que soy padre se lo relato a mi amado hijo.. hermoso cuento.... hace que fantasia siempre viva

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