Translate

viernes, 22 de febrero de 2013

Cuento de la oca de los huevos de oro

Eranse dos hermanos, el uno rico y el otro pobre. El pobre tenía esposa e hijos, mientras que el rico vivía solo. Un día fue el pobre a ver al rico y le dijo:
-Hermano mío, dales hoy de comer a mis pobres hijos porque no tenemos nada que llevarnos a la boca.
-Hoy no puedo ocuparme de ti -contestó el hermano rico. Vendrán invitados de alto linaje, y la gente como vosotros no tiene nada que hacer entre ellos.
Llorando amargamente, el hermano pobre se fue entonces al río.
-Si pesco algo -pensaba, mis hijos tendrán por lo menos una sopa.
Nada más echar la red, sacó una vasija de barro y oyó una voz que decía:
-Llévame a la orilla y rómpeme allí.
El hermano pobre así lo hizo. Al instante salió de la vasija un joven desconocido que le habló de esta manera:
-Hay aquí cerca un prado verde, en ese prado un abedul y entre las raíces de ese abedul una oca. Córtale las raíces al abedul y llévate la oca a tu casa. Ella te dará un huevo cada día, y uno será de oro y el otro de plata.
El hermano fue donde estaba el abedul, sacó a la oca y se la llevó a su casa. En efecto, la oca empezó a poner, un día un huevo de oro y al otro día un huevo de plata. El los vendía a los mercaderes y a los boyardos, de manera que pronto se hizo rico.
-Hijos míos -dijo: demos gracias a Dios, que se ha compadecido de nosotros.
El hermano rico estaba furioso de envidia. «¿Cómo ha podido prosperar así mi hermano? -se preguntaba. Ahora resulta que él es rico y yo más pobre que él. Algún negocio sucio habrá hecho.»
Y fue a denunciarle.
El asunto llegó hasta el zar. El hermano pobre que se había enriquecido fue convocado a palacio. ¿Qué hacer con la oca? Como los hijos eran pequeños, hubo de dejarla al cuidado de su mujer. Desde entonces ella se encargó de llevar los huevos al mercado, donde los vendía a muy buen precio. Era una mujer bien parecida y se dejó seducir por un barin que la requirió de amores. Este le preguntó un día:
-¿Y cómo habéis hecho tanto dinero?
-Porque así lo ha querido Dios.
Pero él insistió:
-Dime la verdad. Si no me la dices, no volveré a verte.
En efecto, dejó de ir por su casa un par de días, hasta que la mujer le llamó y le confesó:
-Tenemos una oca que pone un día un huevo de oro y al otro un huevo de plata.
-Me gustaría verla. Tráela y enséñame esa oca.
El barin se puso a palpar la oca y descubrió que tenía escrito en letras doradas sobre el vientre que quien se comiera su cabeza llegaría a zar y quien se comiera su corazón escupiría oro al hablar.
Encalabrinado con semejante perspectiva, el barin se empeñó en que la mujer matara a la oca. Ella se resistió cuanto pudo, pero terminó degollando al animal y metiéndolo en el horno. Luego, como era día de fiesta, se marchó a misa.
Entre tanto regresaron sus dos hijos a casa y, como tenían hambre, abrieron el horno y sacaron la oca asada. El mayor se comió la cabeza y el menor el corazón.
Volvió la madre de misa y, cuando llegó el barin, se sentaron a comer. Entonces descubrió él que faltaban el corazón y la cabeza de la oca.
-¿Quién se los ha comido? -inquirió, y finalmente se enteró de que habían sido los dos niños.
-Tienes que matarlos -exigió a la madre- y sacarle a uno los sesos y al otro el corazón. Si no lo haces, se acabaron nuestras relaciones.
Después de estas palabras, se marchó. La mujer aguantó una semana, hasta que no pudo más y le mandó recado al barin:
-Vuelve. Si no hay otro remedio, sacrificaré incluso a mis hijos por ti.
Se puso a afilar un cuchillo. Al ver lo que hacía, el mayor de los hijos estalló en amargo llanto y suplicó:
-Déjanos salir un ratito al jardín, mátushka.
-Bueno, pero no os alejéis.
En cuanto salieron, lo que hicieron los chicos fue escapar corri-endo.
Cuando estaban ya rendidos y famélicos de tanto correr, vieron a un pastor que andaba por el campo con un rebaño de vacas.
-Oye, pastor: danos un poco de pan.
-Aquí tenéis este cantero. Es todo lo que me queda -contestó el pastor-. Que os aproveche.
El hermano mayor se lo cedió al pequeño:
-Cómetelo tú, hermanito. Yo soy más fuerte y puedo aguantar todavía.
-No, no. Tú me has llevado todo el tiempo de la mano tirando de mí y estarás más cansado. Nos lo comeremos a medias.
Conque partieron el cantero por la mitad, se lo comieron y los dos saciaron el hambre.
Siguieron adelante y adelante por un ancho camino hasta llegar a un sitio donde se dividía en dos. En la encrucijada había un poste con una inscripción diciendo que quien fuera hacia la derecha llegaría a zar y quien fuera hacia la izquierda se haría rico.
El hermano pequeño le dijo al mayor:
-Ve tú hacia la derecha: tú sabes más que yo y eres capaz de soportar más.
Conque el hermano mayor tiró hacia la derecha y el menor hacia la izquierda.
El mayor fue anda que te anda y llegó a un reino distinto. Llamó en casa de una viejecita pidiendo albergue, y allí pasó la noche. A la mañana siguiente se levantó, se lavó y después de vestirse hizo sus oraciones.
Precisamente acababa de morir el zar que reinaba allí, y todos los habitantes se dirigían hacia la iglesia llevando cirios. Según la ley que se practicaba allí, se coronaría zar a aquel cuyo cirio fuera el primero en encenderse él solo.
-Ve tú también, hijito -le dijo la vieja a nuestro muchacho-. ¿Quién sabe si no será tu cirio el primero que se encienda?
La viejecita le dio un cirio, y también él fue a la iglesia. No hizo más que entrar en el templo, y precisamente su cirio se encendió solo. Llenos de envidia, los nobles y los boyardos presentes se lanzaron a apagar la llama y a echar fuera al muchacho. Pero la zarevna, que lo veía todo desde lo alto de su trono, ordenó:
-No le hagáis nada. Para bien o para mal, está visto que es mi destino.
Unos servidores agarraron al chico por debajo de los brazos y le condujeron hasta la zarevna, que le marcó en la frente con el sello de su sortija de oro. Luego lo llevó con ella a palacio, lo educó, lo proclamó zar y se casó con él.
Llevaban algún tiempo casados, no sé si mucho o poco, cuando el nuevo zar le dijo a su esposa:
-Quisiera tu venia para ir en busca de mi hermano.
-Ve, y que Dios te acompañe.
El hermano mayor anduvo mucho tiempo por tierras distintas, hasta que se encontró al menor viviendo en la opulencia. Tenía montones de oro en los graneros porque, cada vez que escupía, la saliva se convertía en oro y no sabía dónde guardar tanto.
-Hermano mío -le dijo el pequeño al mayor-, ¿por qué no hace-mos una visita a nuestro padre para ver cómo vive?
-Por mí, ¡ahora mismo!
Llegaron, pues, a casa de su padre y pidieron entrar a descansar un rato, pero sin decir quiénes eran.
Se sentaron a comer y el hermano mayor se puso a hablar de la oca de los huevos de oro y del mal comportamiento de la madre. Esta, claro, se empeñaba en cortarle la palabra y cambiar de conversación. Hasta que el padre cayó en la cuenta de lo que ocurría y preguntó:
-¿Pero sois vosotros, hijos míos?
-Sí, bátiushka.
Se abrazaron, se besaron y se contaron todo lo que les había ocurrido. Luego el hermano mayor se llevó al padre a vivir a su reino y el menor se marchó a buscar novia para casarse.
En cuanto a la madre, allí la dejaron sola.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


No hay comentarios:

Publicar un comentario