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viernes, 22 de febrero de 2013

Cuento de la mujer marimandona (1)

Una mujer marimandona le hacía la vida imposible a su marido sin obedecerle en nada. ¿Que el marido le mandaba levantarse temprano? Ella se pasaba tres días durmiendo. ¿Que el marido le mandaba dormir? Ella no pegaba ojo. ¿Que el marido le mandaba hacer unas torrijas? Ella contestaba:
-¡Tú no mereces comer torrijas, bribón!
El marido decía, por ejemplo:
-Mujer, no hagas torrijas, puesto que no merezco comerlas.
Ella, entonces, hacía la fuente más grande que encontraba y decía:
-¡Come, bribón, que para eso las he hecho!
-Mujer -decía otra vez-, hoy no guises ni vayas a la siega. No quiero que te canses.
Y ella:
-Pues claro que iré, bribón! Y tú detrás de mí.
Aburrido de tanto bregar con ella, se fue el hombre a recoger bayas al bosque para distraerse un poco, encontró unas matas de grosellas y, entre ellas, descubrió un agujero que parecía sin fondo. Al asomarse pensó: «¿Por qué he de sufrir tanto viviendo con esa marimandona? ¿Y si la metiera ahí dentro un poco de tiempo para darle una lección?»
Conque volvió a su casa y dijo:
-Oye, mujer: no vayas a recoger bayas al bosque.
-¡Ya lo creo que iré, desgraciado!
-Es que he encontrado unas matas de grosellas y no quiero que las cojas tú.
-iQuia! Iré yo, las cogeré todas y no te daré a ti.
El hombre volvió al bosque y la mujer le siguió. Llegaron al grosellero, la mujer se lanzó a él como una fiera, gritando a voz en cuello:
-¡No te acerques, bribón! ¡No te acerques, o te mato!
Y como, a todo esto, iba metiéndose más entre las matas, izas, allá fue al hoyo!
El hombre volvió encantado a su casa, pasó tres días como en la gloria, pero al cuarto fue a ver cómo se encontraba. Agarró una cuerda muy larga, la echó por el agujero y cuando tiró de ella sacó un diablejo. Espantado, quiso volver a tirarlo dentro, pero el diablejo se puso a pegar voces rogándole:
-¡No vuelvas a echarme ahí dentro, por lo que más quieras! ¡Déjame aquí! Nos ha caído encima una mujer que es una fiera: nos ha mordido, nos ha pellizcado... ¡Es algo espantoso! Si me dejas aquí, yo sabré pagarte el favor.
Conque el campesino le permitió quedarse en este mundo de Dios, en la santa Rus. El diablejo propuso entonces:
-Mira, campesino: ven conmigo a la ciudad de Vólogda. Yo me dedicaré a poner enferma a la gente y tú a curarla.
Efectivamente, el diablejo empezó a meterse en el cuerpo de las mujeres y las hijas de los mercaderes, y ellas iban poniéndose pachuchas y enfermas. Pero en cuanto el campesino acudía a una casa donde se encontraba alguna de esas enfermas, su amigo el diablejo escapaba de allí y todo volvía a su curso normal. Y toda la gente, claro, convencida de que el campesino entendía de medicina, venga a darle dinero, a agasajarle con pastelillos...
De este modo reunió el campesino una buena cantidad de dinero. Entonces dijo el diablejo:
-Me parece que ya está bien, ¿verdad? ¿Estás satisfecho? Bueno, pues ahora voy a meterme en el cuerpo de la hija de un boyardo. No se te ocurra decir que vas a curarla a ella porque entonces te devoraré.
La hija del boyardo cayó enferma y tan desquiciada estaba, que pedía comer carne humana.
El boyardo ordenó buscar al campesino que curaba a la gente.
El campesino se presentó en la mansión del boyardo y le pidió ordenar que todos los habitantes de la ciudad y todos los carruajes con sus cocheros se concentraran frente a aquella casa y luego se pusieran a pegar latigazos a diestro y siniestro gritando a voz en cuello: «¡Ahí viene la marimandona! ¡Ahí viene esa fiera!»
Entró el campesino en los aposentos. El diablejo se puso furioso contra él.
-¿A qué has venido, ruso? Ahora te devoraré.
-¿Pero qué dices? -protestó el campesino-. No he venido a echarte. He venido, porque me ha dado pena de ti, a decirte que ahí está la mujer marimandona.
El diablejo se subió de un salto a la ventana, miró con los ojos desorbitados y vio que todos gritaban: «¡Ahí viene la marimandona! ¡Ahí viene esa fiera!»
-¡Campesino! -suplicó el diablejo. ¿Dónde podría meterme, di?
-Vuelve al agujero donde estabas. Seguro que ella no irá más por allí.
El diablejo así lo hizo y se encontró otra vez con la mujer marimandona.
El boyardo, para demostrarle su gratitud al campesino, le dio a su hija por esposa y la mitad de su hacienda como dote.
En cuanto a la mujer marimandona, en el agujero sin fondo sigue.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)

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