Translate

viernes, 22 de febrero de 2013

Cuento del apuesto mancebo, de las manzanas de la juventud y el agua de la vida

Erase un zar que tenía tres hijos: Fiodor, Egor e Iván. El último no era muy inteligente.
El zar envió al mayor de sus hijos en busca del agua de la vida y las dulces manzanas de la juventud. El zarévich Fiodor se puso en camino y llegó a una encrucijada donde había un poste que de­cía: «Si vas hacia la derecha, comerás y beberás; si vas hacia la izquierda, la cabeza perderás.» Torció hacia la derecha y llegó a una casita donde una moza le dijo:
-Pasa, zarévich Fiodor, y acuéstate conmigo.
En cuanto se acostó, la moza le empujó a un lugar ignorado.
Viendo que Fiodor tardaba tanto en regresar, el zar envió al segundo de los hijos. También este llegó a la misma encrucijada y entró en la casa. La moza que allí habitaba le trató lo mismo que al primero.
El zar terminó encomendándole su comisión al menor de los hijos.
Llegado a la encrucijada, Iván se dijo:
-Siendo en bien de mi padre, estoy dispuesto a perder la ca­beza.
Y tiró hacia la izquierda. Al cabo de algún tiempo se halló fren­te a una casita. Entro y encontró a una yáguishna hilando vedejas de plata con huso de oro.
-¿Hacia dónde te diriges, zarévich Iván, huesos rusos?
-Antes de hacerme preguntas, podías darme de comer y de beber -le contestó él.
Cuando la yáguishna le dio de comer y de beber, explicó el zár révich Iván:
-Voy en busca del agua de la vida y de las dulces manzanas de la juventud, allá donde vive Blanca de los Cisnes.
-No pienso que lo consigas si yo no te ayudo -opinó la yá­guishna, y le ofreció su caballo.
El zarévich Iván montó en aquel caballo y cabalgó hasta llegar donde vivía otra hermana yáguishna. El zarévich entró en la casi­ta, y ella le dijo:
-F-f-f, f-f-f... Hasta ahora no se habían oído ni visto huesos rusos; pero hoy se meten en mi propia casa. ¿Hacia dónde te diri­ges, zarévich Iván?
-Antes de hacerme preguntas, podías darme de comer y de beber.
La yáguishna le dio de comer y de beber, y entonces explicó el zarévich:
-Voy en busca del agua de la vida y de las dulces manzanas de la juventud, allá donde vive Blanca de los Cisnes.
-No pienso que lo consigas si yo no te ayudo -dijo la yá­guishna, y le dio su caballo.
El zarévich partió hacia la casa de la tercera yáguishna. Cuan­do ésta le vio entrar, dijo:
-F-f-f, f-f-f... Hasta ahora no se habían oído ni visto huesos rusos; pero hoy se meten en mi propia casa. ¿Hacia dónde te diri­ges, zarévich Iván?
-Antes de hacerme preguntas, podías darme de comer y de beber.
La yáguishna le dio de comer y de beber, y entonces explicó el zarévich:
-Voy en busca del agua de la vida y de las dulces manzanas de la juventud.
-Es una empresa difícil, zarévich. No pienso que lo consigas.
Luego le dio su caballo, una manzana de setecientos puds y le advirtió:
-Cuando vayas llegando a la ciudad, pégale al caballo con esta maza para que salte por encima de la muralla.
El zarévich Iván así lo hizo: saltó por encima de la muralla de la ciudad, ató su caballo a un poste y se dirigió al palacio de Blanca de los Cisnes. Los servidores no querían dejarle pasar, pero él se­guía adelante diciendo:
-Traigo un mensaje para Blanca de los Cisnes.
Así llegó hasta los aposentos de Blanca de los Cisnes, que dor­mía profundamente, tendida sobre sus colchones de plumas. El agua de la vida estaba en un frasco a la cabecera de la cama.
El zarévich Iván se apoderó del agua, le dio un beso a la her­mosa doncella y luego la hizo objeto de una broma poco decoro­sa. Finalmente cogió algunas manzanas de la juventud y empren­dió el regreso.
Su caballo saltó por encima de la muralla rozándola un poco_ Inmediatamente se pusieron a sonar muchas campanillas y cam­panillitas, despertando a la ciudad entera.
Blanca de los Cisnes iba y venía toda sulfurada -pegando a una criada, empujando a otra- y gritaba:
-¡Arriba todo el mundo! Alguien ha estado aquí, ha bebido de mi agua y no ha tapado el pozo...
Entre tanto, el zarévich había llegado galopando hasta la casa de la primera yáguishna, y allí cambió de caballo. Pero Blanca de los Cisnes, que le perseguía, llegó a la misma casa donde había cambiado de caballo y le preguntó a aquella yáguishna:
-¿A dónde has ido? Tu caballo está sudoroso.
-He ido al campo, a recoger el ganado.
El zarévich Iván cambió también de caballo en casa de la se­gunda yáguishna. Tras él llegó Blanca de los Cisnes y preguntó:
-¿A dónde has ido, yáguishna? Tu caballo está sudoroso.
-He ido al campo, a recoger el ganado, y por eso está sudo­roso el caballo.
El zarévich llegó a casa de la última yáguishna y cambió de ca­ballo. También Blanca de los Cisnes, que continuaba persiguién­dole, llegó poco después y preguntó:
-¿Por qué está sudoroso tu caballo?
-Porque he ido al campo a recoger el ganado -contestó la yáguishna.
Blanca de los Cisnes volvió grupas desde allí.
El zarévich Iván continuó su camino y llegó a la casa donde es­taban sus hermanos. La moza que allí vivía salió al porche a darle la bienvenida y luego le invitó a dormir con ella.
-Podías empezar por darme de comer y de beber.
La moza le dio de comer y de beber y luego insistió:
-Acuéstate conmigo.
-Acuéstate tú primero -dijo el zarévich.
La moza se acostó primero y él le dio un empujón, arrojándola a un lugar ignorado. Entonces, se dijo: «Tengo que abrir esta tram­pilla por si están allí mis hermanos.»
Abrió la trampilla y allí los encontró.
-Salid -les dijo-. ¿Qué hacéis aquí, hermanos? ¿No os da vergüenza?
En seguida se prepararon para regresar juntos a casa de su pa­dre. Por el camino, los hermanos mayores hicieron el propósito de matar al menor. Adivinando sus intenciones, éste les dijo:
-No me matéis, y os lo daré todo.
Pero ellos no aceptaron, sino que le asesinaron y dispersaron sus huesos por el campo.
El caballo del zarévich Iván reunió entonces todos los huesos en un sitio, los roció con el agua de la vida y volvieron a soldarse los huesos y las articulaciones. El zarévich revivió diciendo:
-Mucho he dormido, pero pronto he despertado.
Cuando al cabo del tiempo volvió a casa de su padre, éste le dijo al verle:
-¿Por dónde has andado? Ahora, ponte a limpiar las letrinas.
Entre tanto, Blanca de los Cisnes llegó a los prados acotados del zar y le hizo entregar una carta exigiendo que pusiera entre sus manos al culpable.
El zar envió al mayor de sus hijos.
Al verlo, los hijos de Blanca de los Cisnes gritaron:
-¡Ahí viene nuestro bátiushka! ¿Con qué le damos la bienve­nida?
-Ese no es vuestro padre -les advirtió la madre-, sino uno de vuestros tíos. Podéis darle la bienvenida con lo que tenéis entre las manos.
Y como cada uno tenía una estaca, le dieron tal paliza que ape­nas pudó regresar a su casa.
Luego envió el zar al zarévich Egor. Al verle venir, los chicos se alegraron mucho y gritaron:
-¡Ahí viene nuestro padre!
-No -advirtió la madre-. Ese es tío vuestro.
-¿Con qué le damos la bienvenida?
-Podéis darle la bienvenida con lo que tenéis entre las ma­nos.
Le acariciaron las costillas tanto como a su hermano mayor.
Blanca de los Cisnes envió otro mensaje al zar exigiendo que le entregara al culpable. Entonces el zar envió al menor de sus hijos.
Allá fue el zarévich Iván. Llevaba unos lapti y un ropón muy viejos. Los niños gritaron:
-¡Ahí viene un pobre!
-No es un pobre -advirtió la madre; ese es vuestro bátiush­ka.
-¿Con qué le damos la bienvenida?
-Con lo que Dios quiera enviarnos.
Cuando llegó el zarévich Iván, Blanca de los Cisnes le hizo vestir lujosas ropas y después fueron juntos a ver al zar.
El zarévich Iván le contó a su padre cómo había rescatado él a sus hermanos de la trampa en que habían caído y cómo ellos le mataron después. Indignado, el padre les privó de todas sus pre­bendas y ordenó que fueran destinados a los más viles menesteres.
En cuanto al menor de los hijos, le llamó a vivir a su palacio y le nombró sucesor suyo.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


No hay comentarios:

Publicar un comentario