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viernes, 22 de febrero de 2013

Cuento del carnero con un flanco desollado

Había un señor que tenía un gran rebaño. Una vez ordenó que mataran cinco carneros, los desollaran y curtieran las pieles para hacerse una pelliza con ellas. Llamó a un sastre y le dijo:
-Hazme una pelliza con esto.
Cuando el sastre se puso a tomar sus medidas, vio que necesitaba media piel más.
-Estas pieles no alcanzan -dijo. Falta para los costadillos.
-Esto tiene remedio -replicó el señor, y ordenó a un lacayo que fuera a arrancarle a un carnero la piel de uno de los flancos.
Pero el carnero se enfadó mucho con su amo. Fue a buscar a un macho cabrío y le dijo:
-Vámonos de casa de este malvado. Ahora se puede vivir todavía en el bosque: hay hierba, agua encontraremos, y con eso estaremos alimentados.
Así lo hicieron. Llegaron al bosque, montaron una cabaña para dormir a cubierto, y fueron viviendo tan contentos, sin que les faltara comida.
Pero ellos no eran los únicos que no habían querido seguir en casa de aquel señor. También se habían marchado una vaca y un cerdo, un gallo y un ganso. Mientras hizo buen tiempo vivieron al aire, pero cuando llegó el invierno y apretó el frío, también buscaron dónde guarecerse. Andando por el bosque dieron con la cabaña del carnero y el macho cabrío.
-Dejadnos entrar -les pidieron. Tenemos mucho frío. Pero los otros no les hacían caso ni querían dejar entrar a nadie.
Entonces se acercó la vaca:
-Dejadme entrar -les dijo- si no queréis que eche abajo vuestra cabaña.
Viendo que las cosas se ponían mal, la dejaron entrar. Entonces se acercó el cerdo
-Dejadme entrar -dijo- si no queréis que excave toda la tierra hasta llegar a vosotros. Será peor porque pasaréis más frío.
¿Qué iban a hacer los otros? Le dejaron entrar también. Pero en seguida dijo el ganso:
-Dejadme entrar si no queréis que abra un agujero a picotazos. Será peor porque pasaréis más frío.
-Dejadme entrar -dijo luego el gallo- si no queréis que os c... todo el tejado.
¿Qué iban a hacer los otros? Los dejaron entrar también, y juntos se acomodaron todos en la cabaña.
Pasó algún tiempo, no sé si poco o mucho, hasta que, al cruzar una vez por allí, unos bandoleros oyeron gritos y alboroto. Se acercaron y, como no entendían lo que pasaba, enviaron a uno de sus compañeros.
-Entérate de lo que es -le dijeron- o te echamos al agua con una cuerda al cuello.
El bandolero no tuvo más remedio que obedecer. Pero apenas entró en la cabaña se vio acometido desde todas partes y retrocedió asustado.
-Podéis hacer conmigo lo que queráis -les dijo a sus compañeros-, pero ya no vuelvo ahí dentro. ¡Nunca he visto cosa tan espantosa! Nada más entrar, apareció a mi lado una mujerota que me ha pegado de badilazos; luego, otra más pequeña gruñendo muy enfadada... Después, un zapatero clavándome una lezna en el trasero... y un sastre pegando tijeretazos... y un soldado con espuelas que me acometió gritando: «¡«Allá voy por ti!», todo furioso y con los pelos de punta... ¿Quién sabe cuánta gente más habrá ahí dentro? En una palabra, hermanos, que me he llevado el gran susto.
-Bueno, pues tendremos que marcharnos -dijeron los demás, no vaya a ser que nos apaleen a todos. Y se marcharon.
Entre tanto, los de la cabaña seguían viviendo tan campantes cuando, de pronto, llegaron hasta allí unos lobos y, por el olor, adivinaron quiénes eran.
-Entra tú primero -dijeron los lobos a uno de ellos. Este no hizo más que asomar, cuando los de dentro se le echaron encima y empezaron a golpearle de tal manera que escapó de milagro.
Los lobos no sabían qué hacer; pero un erizo que estaba con ellos dijo:
-Dejad que pruebe yo; y quizá resulte mejor.
El caso es que él estaba enterado de que el carnero tenía un flanco desollado. Se acercó hecho una bola y le pinchó tan dolorosamente, que el carnero pegó un salto por encima de todos y salió corriendo. Los demás le siguieron, dispersándose, y en su lugar se quedaron allí los lobos.

Cuento popular ruso

1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)


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