Había un señor que tenía un
gran rebaño. Una vez ordenó que mataran cinco carneros, los desollaran y
curtieran las pieles para hacerse una pelliza con ellas. Llamó a un sastre y le
dijo:
-Hazme una pelliza con
esto.
Cuando el sastre se puso a
tomar sus medidas, vio que necesitaba media piel más.
-Estas pieles no alcanzan
-dijo. Falta para los costadillos.
-Esto tiene remedio
-replicó el señor, y ordenó a un lacayo que fuera a arrancarle a un carnero la
piel de uno de los flancos.
Pero el carnero se enfadó
mucho con su amo. Fue a buscar a un macho cabrío y le dijo:
-Vámonos de casa de este
malvado. Ahora se puede vivir todavía en el bosque: hay hierba, agua encontraremos,
y con eso estaremos alimentados.
Así lo hicieron. Llegaron
al bosque, montaron una cabaña para dormir a cubierto, y fueron viviendo tan
contentos, sin que les faltara comida.
Pero ellos no eran los
únicos que no habían querido seguir en casa de aquel señor. También se habían
marchado una vaca y un cerdo, un gallo y un ganso. Mientras hizo buen tiempo
vivieron al aire, pero cuando llegó el invierno y apretó el frío, también
buscaron dónde guarecerse. Andando por el bosque dieron con la cabaña del carnero
y el macho cabrío.
-Dejadnos entrar -les
pidieron. Tenemos mucho frío. Pero los otros no les hacían caso ni querían
dejar entrar a nadie.
Entonces se acercó la vaca:
-Dejadme entrar -les dijo-
si no queréis que eche abajo vuestra cabaña.
Viendo que las cosas se
ponían mal, la dejaron entrar. Entonces se acercó el cerdo
-Dejadme entrar -dijo- si
no queréis que excave toda la tierra hasta llegar a vosotros. Será peor porque
pasaréis más frío.
¿Qué iban a hacer los
otros? Le dejaron entrar también. Pero en seguida dijo el ganso:
-Dejadme entrar si no
queréis que abra un agujero a picotazos. Será peor porque pasaréis más frío.
-Dejadme entrar -dijo luego
el gallo- si no queréis que os c... todo el tejado.
¿Qué iban a hacer los
otros? Los dejaron entrar también, y juntos se acomodaron todos en la cabaña.
Pasó algún tiempo, no sé si
poco o mucho, hasta que, al cruzar una vez por allí, unos bandoleros oyeron
gritos y alboroto. Se acercaron y, como no entendían lo que pasaba, enviaron a
uno de sus compañeros.
-Entérate de lo que es -le
dijeron- o te echamos al agua con una cuerda al cuello.
El bandolero no tuvo más
remedio que obedecer. Pero apenas entró en la cabaña se vio acometido desde
todas partes y retrocedió asustado.
-Podéis hacer conmigo lo
que queráis -les dijo a sus compañeros-, pero ya no vuelvo ahí dentro. ¡Nunca
he visto cosa tan espantosa! Nada más entrar, apareció a mi lado una mujerota
que me ha pegado de badilazos; luego, otra más pequeña gruñendo muy enfadada...
Después, un zapatero clavándome una lezna en el trasero... y un sastre pegando
tijeretazos... y un soldado con espuelas que me acometió gritando: «¡«Allá voy
por ti!», todo furioso y con los pelos de punta... ¿Quién sabe cuánta gente más
habrá ahí dentro? En una palabra, hermanos, que me he llevado el gran susto.
-Bueno, pues tendremos que
marcharnos -dijeron los demás, no vaya a ser que nos apaleen a todos. Y se
marcharon.
Entre tanto, los de la
cabaña seguían viviendo tan campantes cuando, de pronto, llegaron hasta allí
unos lobos y, por el olor, adivinaron quiénes eran.
-Entra tú primero -dijeron
los lobos a uno de ellos. Este no hizo más que asomar, cuando los de dentro se
le echaron encima y empezaron a golpearle de tal manera que escapó de milagro.
Los lobos no sabían qué
hacer; pero un erizo que estaba con ellos dijo:
-Dejad que pruebe yo; y
quizá resulte mejor.
El caso es que él estaba
enterado de que el carnero tenía un flanco desollado. Se acercó hecho una bola
y le pinchó tan dolorosamente, que el carnero pegó un salto por encima de todos
y salió corriendo. Los demás le siguieron, dispersándose, y en su lugar se
quedaron allí los lobos.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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