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lunes, 23 de diciembre de 2013

Los faisanes

En el Cáucaso llaman faisanes a las gallinas silvestres. Abundan tanto, que son más baratos que las gallinas de co­rral. Se cazan de tres maneras. Se pone un trozo de lona sobre un bastidor. En el centro de éste se coloca un travesaño y se hace una abertura en la lona. Al amanecer, sale uno al bosque armado de ese bastidor delante, a modo de escudo, y se acechan los faisanes a través de la rendija. Al amanecer, los faisanes buscan alimento en las praderas. A veces se ven familias enteras; otras, la hembra con los polluelos, el macho con la hembra, o un grupo de machos.
Los faisanes no ven al hombre y, como el bastidor no los asusta, permiten que uno se les acerque mucho. Entonces el cazador apoya el bastidor en el suelo, saca el cañón de la escopeta por la ren­dija y dispara a su antojo.
La segunda manera de matar faisanes es la siguiente : se suelta a un mastín y se le sigue. Cuando éste se encuentra con un faisán, se abalanza sobre él. El faisán levanta el vuelo y se posa en un árbol. Entonces, el perro empieza a la­drarlo. El cazador se acerca y dispara. Este modo de cazar sería fácil si el fai­sán se posara en el árbol, en un lugar despejado, y permaneciera allí, de forma que el cazador lo viese. Pero lo que sue­lee hacer es posarse en árboles muy fron­dosos y esconderse entre las ramas, en cuanto ve al cazador. Es difícil abrirse paso entre la espesura para llegar al ár­bol donde está el faisán. Mientras el perro está solo, el faisán no le tiene miedo; permanece posado en una rama y hasta gallea y bate las alas. Pero en el momento en que descubre al hombre, se acurruca, de modo que sólo un cazador muy experto puede distinguirlo; quien no tiene experiencia no lo ve ni aun es­tando a su lado.
Cuando los cosacos se acercan a un faisán, suelen cubrirse la cara con la go­rra y no miran hacia arriba porque el faisán teme al hombre armado y, sobre todo, sus ojos.
El tercer modo de cazar faisanes es éste; se suelta un perro de muestra y se le sigue. El perro olfatea el lugar en que los faisanes han estado, buscan­do alimento, al amanecer; y sigue sus huellas. Por más vueltas que hayan dado los faisanes, un buen perro ha de encon­trar siempre la última huella, es decir, el lugar donde encontraron el alimento.
Cuanto más avanza el perro por la pis­ta, tanto más percibe el olor de los fai­sanes; y así llega al paraje donde se en­cuentran, ocultos en la hierba, o donde pasean. Según se acerca el faisan, el perro avanza con más cautela, para no asustarlo. De cuando en cuando, se de­tiene para abalanzarse sobre él y apre­sarlo súbitamente. Cuando llega junto al faisán, éste levanta el vuelo, y el cazador dispara.

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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