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lunes, 23 de diciembre de 2013

La rama

Por Semana Santa, un campesino salió a ver si la tierra empezaba a des-helarse. Con una estaca tocó la tierra del huerto. Estaba blanda. Entonces se dirigió al bosque. Las ramas estaban ya cubiertas de brotes. El campesino pen­só: "Plantaré unas cuantas ramas en torno al huerto; eso lo resguardará." Co­gió el hacha, cortó diez ramas y las plan­tó, alrededor del huerto.
Todas echaron hojas; y, algunas, arrai­garon.
En otoño, el campesino estaba muy satisfecho de las ramas que había plan­tado : habían prendido seis. Pero, al llegar la primavera, los rebaños royeron las ramas y sólo se salvaron dos. Y a la primavera siguiente, volvieron a roer las dos que quedaban. Una se echó a perder; la otra revivió, convirtiéndose en un auténtico árbol. En las épocas de enjambrazón, se posaban en él enjambres de abejas, y los hombres las cazaban. Los campesinos solían echar un sueñe­cito, al pie del árbol, después de comer; y los niños trepaban por el tronco, para arrancar ramitas.
Hacía mucho que había muerto el cam­pesino que lo plantó; pero el árbol se­guía creciendo. El hijo mayor lo había podado ya dos veces aprovechando las ramas para la lumbre. Lo había dejado completamente sin ramas, pero en prima­vera volvieron a brotar, aunque salieron más finas y dos veces más largas que las anteriores, como suele ocurrir con las crines de los potros, cuando se los es­quila.
El hijo mayor del campesino aban­donó aquellas tierras. Ya la aldea fué trasladada de allí. El árbol quedó en campo raso. Llegaron otros campesinos, y también cortaron algunas ramas; sin embargo, el árbol siguió creciendo. Una vez, un rayo resquebrajó el tronco del árbol; a pesar de eso, volvió a flore­cer. Un hombre qúé pasaba por allí, quiso talarlo, para provechar la madera; pero estaba tan podrido, que tuvo que renunciar. El árbol se había inclinado mucho hacia un lado. No obstante, cada año acudían enjambres de abejas a libar en sus flores.
Cierta primavera, unos muchachos, que cuidaban caballos, se reunieron al pie del árbol. Tenían frío y quisieron encender una hoguera. Uno de ellos trepó al árbol y arrancó algunas ramas. Las colocaron en el hueco de éste y pren­dieron fuego. Pronto crepitaron las lla­mas; chisporroteó la savia, se elevó una columna de humo y el fuego se co­municó de un lado a otro. El hueco del árbol se ennegreció; se ajaron los brotes jóvenes; y las flores se marchita­ron. Los muchachos volvieron a la aldea con los caballos. El árbol quemado quedó solo, en medio del campo. Entonces, llegó un cuervo y, posándose en él, graznó:
-¡Ya era hora de que acabaras!

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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