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lunes, 23 de diciembre de 2013

La liebre

Cierto invierno, una liebre se instaló cerca de una aldea. Una noche, ende­rezó una oreja y prestó atención; luego, enderezó la otra, movió los bigotes y se sentó sobre las patitas traseras. Después, dió unos cuantos saltos por la espesa capa de nieve; y, volviendo a sentarse sobre las patas traseras, miró en torno suyo. No se veía nada mas que nieve en los alrededores. Las capas que ésta formaba eran onduladas y brillantes, co­mo e.l azúcar. A través de la neblina, la liebre vió, por encima de su cabeza, grandes y refulgentes estrellas.
La liebre quiso cruzar el camino real, para ir a una era que conocía. Pero oyó chirriar unos trineos y relinchar ca­ballos.
Se detuvo. Unos mujiks, con los cue­llos de los caftanes levantados, cami­naban junto a los trineos. Apenas se les veía la cara; tenían la barba, los bigotes y las pestañas completamente blancos. Se desprendía vaho de sus bocas y de sus narices. Los caballos estaban sudo­rosos y cubiertos de escarcha. Con sus colleras puestas, avanzaban, hundiéndose en las rodadas. Los hombres los obliga­ban a andar, a fuerza de latigazos. Dos viejos iban hablando; uno de ellos con­taba cómo le habían robado el caballo.
Cuando el convoy se hubo alejado, la liebre cruzó el camino y se encaminó hacia la era. El perro que acompañaba el convoy divisó a la liebre y, ladrando, se lanzó en pos de ella. La liebre echó a correr entre los surcos; en cam­bio, el perro se hundió en la nieve, en cuanto hubo recorrido un trecho, y tuvo que detenerse. La liebre se paró también. Y, después de estar un ratito sentada sobre las patas traseras, prosi­guió despacito su camino. En el campo se encontró de súbito con otras dos lie­bres.
Comieron y retozaron un rato. Luego la liebre siguió andando. La aldea per­manecía en silencio; todas las luces es­taban apagadas. Sólo se oía el llanto de un niño, desde la isba, y el chasquido de las vigas a causa de ¡a helada. La liebre llegó a la era, donde se encon­tró con otras compañeras. Después de corretear un rato con ellas, comió avena del almacén, se encaramó en el tejado, cubierto de nieve; y, tras de saltar por encima de la valla, emprendió el ca­mino hacia su guarida. Clareaba por Oriente, había menos estrellas que antes y la neblina helada que se elevaba por encima de la tierra era más densa. En la aldea, las mujeres iban por agua, los hombres traían forraje de las eras y los chiquillos lloraban y alborotaban. Por el camino real avanzaban algunos convoyes; los hombres que los conducían hablaban en voz alta.
La liebre cruzó el camino real y se acercó a su cama. Eligiendo un lugar algo elevado, hizo un hoyo en la nieve, y se acostó en él, de espaldas. Luego, colocando las orejas sobre el lomo, se durmió, con los ojos abiertos.

Cuento para niños

1.013. Tolstoi (Leon)

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