Cierto invierno, una
liebre se instaló cerca de una aldea. Una noche, enderezó una oreja y prestó
atención; luego, enderezó la otra, movió los bigotes y se sentó sobre las
patitas traseras. Después, dió unos cuantos saltos por la espesa capa de nieve;
y, volviendo a sentarse sobre las patas traseras, miró en torno suyo. No se
veía nada mas que nieve en los alrededores. Las capas que ésta formaba eran
onduladas y brillantes, como e.l azúcar. A través de la neblina, la liebre
vió, por encima de su cabeza, grandes y refulgentes estrellas.
La liebre quiso cruzar el
camino real, para ir a una era que conocía. Pero oyó chirriar unos trineos y
relinchar caballos.
Se detuvo. Unos mujiks, con los cuellos de los caftanes
levantados, caminaban junto a los trineos. Apenas se les veía la cara; tenían
la barba, los bigotes y las pestañas completamente blancos. Se desprendía vaho
de sus bocas y de sus narices. Los caballos estaban sudorosos y cubiertos de
escarcha. Con sus colleras puestas, avanzaban, hundiéndose en las rodadas. Los
hombres los obligaban a andar, a fuerza de latigazos. Dos viejos iban
hablando; uno de ellos contaba cómo le habían robado el caballo.
Cuando el convoy se hubo
alejado, la liebre cruzó el camino y se encaminó hacia la era. El perro que
acompañaba el convoy divisó a la liebre y, ladrando, se lanzó en pos de ella.
La liebre echó a correr entre los surcos; en cambio, el perro se hundió en la
nieve, en cuanto hubo recorrido un trecho, y tuvo que detenerse. La liebre se
paró también. Y, después de estar un ratito sentada sobre las patas traseras,
prosiguió despacito su camino. En el campo se encontró de súbito con otras dos
liebres.
Comieron y retozaron un
rato. Luego la liebre siguió andando. La aldea permanecía en silencio; todas
las luces estaban apagadas. Sólo se oía el llanto de un niño, desde la isba, y el chasquido de las vigas a
causa de ¡a helada. La liebre llegó a la era, donde se encontró con otras
compañeras. Después de corretear un rato con ellas, comió avena del almacén, se
encaramó en el tejado, cubierto de nieve; y, tras de saltar por encima de la
valla, emprendió el camino hacia su guarida. Clareaba por Oriente, había menos
estrellas que antes y la neblina helada que se elevaba por encima de la tierra
era más densa. En la aldea, las mujeres iban por agua, los hombres traían
forraje de las eras y los chiquillos lloraban y alborotaban. Por el camino real
avanzaban algunos convoyes; los hombres que los conducían hablaban en voz
alta.
La liebre cruzó el camino
real y se acercó a su cama. Eligiendo un lugar algo elevado, hizo un hoyo en la
nieve, y se acostó en él, de espaldas. Luego, colocando las orejas sobre el
lomo, se durmió, con los ojos abiertos.
Cuento para niños
1.013. Tolstoi (Leon)
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