Una carta escrita por Tolstoi seis meses después
de su matrimonio a la hermana más joven de su esposa, la Natacha de Guerra y Paz. En las primeras líneas, la letra
es de su mujer,
en el resto la suya propia.
21 de marzo de 1863
¿Por qué te has vuelto tan fría, Tania? Ya no me
escribes, y me gusta tanto saber de ti... Aún no has contestado a la alocada
carta de Levochka (Tolstoi), de la que no entendí una palabra.
23 de marzo
Aquí ella empezó a escribir y de pronto dejó de
hacerlo, porque no pudo seguir. ¿Sabes por qué, querida Tania? Le ha ocurrido
algo extraordinario, aunque no tanto como a mí. Como ya sabes, al igual que el
resto de nosotros, siempre estuvo constituida de carne y hueso, con todas las ventajas
y desventajas inherentes a esta condición: respiraba, era tibia y a veces
caliente, se sonaba la nariz (¡y de qué modo!) y, lo más importante, tenía
control sobre sus extremidades, las cuales -brazos y piernas- podían asumir
diferentes posiciones. En una palabra, su cuerpo era como el de cualquiera de
nosotros. De pronto, el día 21 de marzo, a las diez de la noche, nos sucedió
algo extraordinario a ella y a mí. ¡Tania! Sé que siempre la has querido (no sé
qué sentimiento despertará ahora en ti), sé que sientes un afectuoso interés
por mí y conozco tu razonable y sano punto de vista sobre los hechos
importantes de la vida; además, amas a tus padres (por favor, prepáralos e
infórmales de lo sucedido), es por esto que te escribo, para contarte cómo ocurrió.
Aquel día me levanté temprano, paseé mucho rato a
pie y a caballo. Almorzamos y comimos juntos, después leímos (aún podía
hacerlo) y yo me sentía tranquilo y feliz. A las diez le di las buenas noches a
la tía (Sonia estaba como siempre y me dijo que pronto se reuniría conmigo) y
me fui a la cama. A través de mi sueño la oí abrir la puerta, respirar mientras
se desvestía, salir de detrás del biombo y acercarse a la cama. Abrí los ojos y
vi -no a la Sonia
que tú y yo conocíamos-, ¡sino a una Sonia de porcelana! Hecha de esa misma
porcelana que provocó una discusión entre tus padres. Ya sabes, una de esas
muñecas con desnudos hombros fríos y cuello y brazos inclinados hacia adelante,
pero hechos con el mismo material que el cuerpo. Tienen el cabello pintado de
negro y arreglado en largas ondas con la pintura que desaparece en la parte
superior, protuberantes ojos de porcelana que son demasiado grandes y que
también están pintados de negro en los bordes. Los rígidos pliegues de
porcelana de sus faldas forman una sola pieza junto con el resto. ¡Y Sonia era
así! Le toqué el brazo; era suave, agradable al tacto y de fría porcelana.
Pensé que estaba dormido y me pellizqué, pero ella no cambió y se mantuvo
inmóvil frente a mí.
Le dije:
-¿Eres de porcelana?
Y sin abrir la boca (que permaneció como estaba
con sus labios curvos pintados de rojo brillante), replicó:
-Sí, soy de porcelana.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Miré sus
piernas: también eran de porcelana y (ya puedes imaginarte mi horror) estaban
fijas en un pedestal de la misma materia, que representaba el suelo y estaba
pintado de verde para simular un prado. Cerca de su pierna izquierda, un poco
más arriba, detrás de la rodilla, había una columna de porcelana, pintada de
marrón, que probablemente pretendía ser el tronco de un árbol. También formaba
parte de la misma pieza que la contenía a ella. Comprendí que sin ese apoyo no
podría permanecer erguida y me puse muy triste; tú, que la querías tanto, ya te
puedes imaginar mi pena. No podía creer lo que estaba viendo y empecé a
llamarla. Le era imposible moverse sin el tronco y su base; giró un poco (junto
con la base) para inclinarse hacia mí. Pude oír el pedestal batiendo contra el
suelo. Volví a tocarla, era suave, agradable al tacto y de fría porcelana.
Traté de levantarle la mano, pero no pude; traté de pasar un dedo, siquiera la
uña entre su codo y su cadera, pero no lo logré. El obstáculo lo formaba la
misma masa de porcelana, esa materia con la que en Auerbach hacen las salseras.
Empecé a examinar su camisa, formaba parte del cuerpo, tanto arriba como abajo.
La miré desde más cerca y vi que tenía una punta rota y que se había puesto
marrón. La pintura en la parte superior de la cabeza había caído y se veía una
manchita blanca. También había saltado un poco de pintura de un labio y uno de
los hombres mostraba una pequeña raspadura. Pero estaba todo tan bien hecho,
tan natural, que aún seguía siendo nuestra Sonia. La camisa era la que yo le
conocía, con encajes; llevaba el pelo recogido en un moño, pero de porcelana y
sus manos delicadas y grandes ojos, al igual que los labios, eran los mismos,
pero de porcelana. El hoyuelo en su barbilla y los pequeños huesos salientes
bajo sus hombros estaban allí también, pero de porcelana. Sentía una terrible confusión
y no sabía qué decir ni qué pensar. Ella me habría ayudado gustosa, pero, ¿qué
podía hacer una criatura de porcelana? Los ojos entornados, las cejas y las
pestañas, a cierta distancia, parecían llenos de vida. No me miraba a mí, sino
a la cama. Quería acostarse y daba vueltas en su pedestal continuamente. Casi
perdí el control de mis nervios; la levanté y traté de llevarla hasta el lecho.
Mis dedos no dejaron huella en su frío cuerpo de porcelana y lo que me dejó más
sorprendido es que era ligera como una pluma. De repente, pareció encogerse y
volverse muy pequeña, más diminuta que la palma de mi mano, aunque su aspecto
no varió. Tomé una almohada y la puse en un extremo, hice un hueco en el otro
con mi puño y la coloqué allí, para luego doblar su gorro de dormir en cuatro y
cubrirla hasta la cabeza con él. Continuó inmóvil. Apagué la vela y súbita-mente
oí su voz desde la almohada:
-Leva, ¿por qué me he vuelto de porcelana?
No supe qué contestar, y ella repitió:
-¿Cambiará algo entre nosotros el que yo sea de
porcelana?
No quise apenarla y respondí que no. Volví a
tocarla en la oscuridad; estaba quieta como antes, fría y de porcelana. Su
estómago seguía siendo el mismo que en vida, sobresalía un poco, hecho poco
natural para una muñeca de porcelana. Entonces experimenté un extraño
sentimiento. Me pareció agradable que hubiese adquirido aquel estado y ya no me
sentí sorprendido. Ahora todo resultaba natural. La levanté, me la pasé de una
mano a la otra para abrigarla bajo mi cabeza. Le gustó. Nos dormimos. Por la
mañana me levanté y salí sin mirarla. Todo lo sucedido el día anterior me
parecía demasiado terrible. Cuando regresé a la hora de comer, había recuperado
su estado normal, pero no le recordé su transformación, temiendo apenarlas a
ella y a la tía. Sólo te lo he contado a ti. Creí que todo había pasado, pero
cada día, al quedarnos solos, ocurre lo mismo. De pronto se convierte en un
minúsculo ser de porcelana. En presencia de los demás continúa igual que antes.
No se siente abatida por ello, ni tampoco yo. Por extraño que pueda parecerte,
confieso con franqueza que me alegro, y aun pese a su condición de porcelana,
somos muy felices.
Te escribo todo esto, querida Tania, para que
prepares a sus padres para la noticia y para que papá investigue con los
médicos el significado de esta transformación y si no puede ser perjudicial
para el niño que esperamos. Ahora estamos solos, está sentada bajo mi corbata
de lazo y siento cómo su nariz puntiaguda me rasca el cuello. Ayer la dejé sola
en una habitación y al entrar vi que «Dora», nuestra perrita, la había
arrastrado hasta una esquina y jugaba con ella. Estuvo a punto de romperla. Le
pegué a «Dora», metí a Sonia en el bolsillo de mi chaleco y la conduje a mi
estudio. Ahora estoy esperando de Tula una cajita de madera que he encargado,
cubierta de tafilete en el exterior y con el interior forrado de terciopelo
frambuesa, con un espacio arreglado para que pueda ser llevada con los codos,
cabeza y espalda dispuestos de tal modo que no pueda romperse. La cubriré
también totalmente de gamuza.
Estaba escribiendo esta carta cuando ha ocurrido
una terrible desgracia. Ella estaba sobre la mesa cuando Natalia Petrovna la ha
empujado al pasar. Ha caído al suelo y se ha roto una pierna por encima de la
rodilla, y el tronco. Alex dice que puede arreglarse con un pegamento a base de
clara de huevo. Si tal receta se conoce en Moscú, envíamela, por favor.
1.013. Tolstoi (Leon)
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