Nació Facundo Cocañín, tan rollizo como hermoso, en la Vega de Ribadeo. Su padre
tenía una fábrica de manteca , y parecía que
Facundo había sido confeccionado
en la fábrica: parecía un rollo de manteca
destinado a sonsacar un premio, una medalla de oro en una exposición. Andando
el tiempo. Facundo se pasó la vida, en efecto, presentándose en concursos, más
industriales que otra cosa, y solicitando medallas de oro y de plata y
diplomas, y cuanto puede acreditar oficialmente competencia académica, científica, moral y
religiosa.
Prosperaba la industria de los Cocañines que
era una bendición del
cielo. A Dios, principalmente, atribuía aquella piadosa familia la corriente de
plata que se les entraba por las puertas de la fábrica. Así como
la India
antigua creyó muy de veras que la
Ganga , el Ganges, bajaba del cielo a fecundar la privilegiada tierra
de los creyentes. Cocañín padre, y su esposa y el hermano de Cocañín, don
Ambrosio, rector del seminario de Lugo , creían firmemente que toda aquella manteca ,
tan bien pagada, era gracia del Señor, que así premiaba las virtudes de varias
generaciones de Cocañiques, siempre mantequeros y siempre llenos de la fe del carbonero. Sí,
tenían la fe del carbonero decían, sin temor
de manchar la manteca .
Les iba muy bien creyendo así, y además, el negocio no hubiera dado siempre
para otra cosa. ¡Creer! -Poco les faltaba para poner en la tienda de Ribadeo,
donde vendían algo al pormenor, un rótulo que dijera: La
Nata. Fábrica
de mantecas. Proveedores de S. D. M. Lo consultaron con varios
teólogos y resultó que sería un sacrilegio. Que si no...
Facundo prosperó también, desde los primeros
meses, tanto como
el producto industrial de sus mayores.
-Mire usted, decía la madre muy hueca:
parece que lo han hecho abajo (en
la fábrica); y enseñaba al mundo entero los muslos, los brazos y los lomos del futuro neo
escolástico. Porque Facundo paró en eso, sin adelgazar nunca, ni perder el
color. Todo él era de rosa. Y todo en él redondo con hoyos que eran
redundancias de argollas de carne. Era un angelote de Murillo retocado por un
repostero. Por esto, no daban ganas de ponerlo en un cuadro, sino en el
escaparate de Lhardy.
Eso parecía principalmente, un gran bocado.
Lo mismo al año de nacer, que cuando ganó una canonjía, digo una cátedra, en
público certamen al grito de ¡Santiago y a ellos, que son pocos! (los jueces
liberales).
La religiosidad de los Cocañines era
tradicional y estaba enlazada, como una yedra, a
las sólidas murallas de la
Iglesia... que servían también de fortaleza
al crédito del
negocio. Porque, valga la verdad, eran unos mercaderes, para quien ya no había
un Cristo que los arrojase del
templo.
La clientela de frailes, cabildos, obispos,
monjas, clero suelto y familias timoratas, había venido poco a poco, al
principio, por la buena opinión ortodoxa de que gozaban los Cocañines; y había
aumentado y se conservaba gracias al piadoso temor de Dios y de esa clientela
que era el dogma de la fábrica. El más pequeño conato, no ya de herejía, de
liberalismo, que hubiera podido arrancar a la casa un solo parroquiano
escrupuloso en materia de fe, les hubiera parecido pecado que no se purgaría
con todas las penas del
infierno.
¡El infierno! Esa era la gran guardia civil
en que los Cocañines, velan garantía eterna de las abundantes salidas.
Por un sórites,
que inventó el Cocañín del seminario, pero que ya había hecho su hermano, sin
llamarlo así, llegaban desde el mercado de su producto hasta el dogma de las
penas eternas. La cosa era fácil de entender; y cuando creció Facundo y fue
filósofo escolástico, pero ya de los que usan macferlan y prescinden
de las formas silogísticas, el chico se explicaba, y explicaba a
los suyos, la necesidad... para la vida de la fábrica, del dogma, del gran
dogma del fuego eterno, diciendo algo por el estilo.
-«Son habas contadas: (le gustaban mucho las
cosas contadas y las habas contadas o no, pero con morcilla). Nuestro crédito
se funda en nuestra religiosidad completamente correcta (hablaba con los
barbarismos que leía en los periódicos neos,
puristas que no practicaban).
Todo Galicia y parte de Asturias, la de Occidente, y no poca parte de León y
algo de Portugal, se surten infaliblemente de manteca en nuestra casa; además,
contamos con la exportación para la Verde Erin , la católica Irlanda y para la Bretaña siempre fiel. Los
que nos compran no nos comprarían 1º: si dejáramos de ser ortodoxos; 2.º si la
fe se entibiara en los pueblos leales y esas dignísimas personas que viven del altar y de otras
cosas santas, no recaudaran lo mucho que cobran, gracias a la piedad de pueblos
y gobiernos. Pero ¿por qué se conserva la fe en muchos pueblos, a pesar de la peste de la
incredulidad que infesta el mundo? ¡Ay! Preciso es confesarlo: por la atrición;
por miedo a los castigos terribles del
infierno; por la eternidad de las penas. Suprimid el infierno y la sociedad se
viene abajo, y con ella la Nata , la mejor fábrica de manteca .
II
¿A qué destinarían los Cocañines aquel
vástago tan rollizo? No había que dudar. Había nacido canónigo. Aunque la
fábrica ocupaba territorio de Asturias, la familia tenía su abolengo, sus
amores de terruño, del otro lado del río, en Ribadeo.
Además, las relaciones eclesiásticas de los mantequeros ilustres eran
principalmente gallegas. -Facundo, como
buen rayano, era más gallego que uno de la Coruña , aunque civil y geográficamente era hijo
de Pelayo. El siempre invocaba al apóstol: ¡Santiago
y a ellos! -Fue, muy niño todavía, al lado de su tío el rector del seminario de Lugo , que
dejó este oficio por el de magistral de aquel ilustre cabildo, -Facundo fue
colegial, niño de coro ,
interno en el seminario. Aprendió muy bien latín; de memoria, se echó al cuerpo
una porción de filosofía de Balmes, Fray Ceferino González, todo en latín, y
entró triunfante en la teología desempedrando
Santos Padres y doctores de la Iglesia , como si dijéramos; y hasta los PP.
griegos citaba de memoria, sin entender una palabra. Uno de sus principales
cuidados en estos estudios de retentiva era estar al quite, como decía él, de
las citas que se hicieran pretendiendo demostrar que de la Patrología se reciben
grandes argumentos de autoridad en pro de las ideas socialistas y aún de las
comunistas. Facundo deslumbraba al Verbo con
las contras teológicas,
citando textos menos vulgares de los mismos santos autores en los que se deshacía el
efecto disolvente de las citas incendiarias. Para
mayor seguridad, añadía todo de memoria, por supuesto, los artificiosos
comentarios con que el clero burgués y
sabio de nuestros días
retorcía y mellaba las armas temibles de aquellos textos alarmantes,
convirtiéndolos en espadas de Bernardo. ¡No faltaba más! «La Iglesia no podía morir...
¡Pero La Nata tampoco!»
Cuando ya Facundo era redactor vergonzante
de La Atalaya espiritual, y
desde ella, y desde seguro, despreciaba la ciencia de todo liberal a partir de Kant y Fichte y el frenético Hegel (pronunciado como se
escribe) hasta Castelar y Pi; cuando ya había adquirido estilo propio, que
consistía en insultar y calumniar al enemigo, leerle, y condenarle al fuego
eterno, siempre con textos del Dante;
cuando en fin, era ya una maza de Fraga de todo sospechoso de
relajamiento en materia de fe, moral o disciplina, se consideró, y le
consideraron los suyos, en punto de caramelo para entrar en el sacerdocio de
una religión de paz y misericordia, por los pasos contados del derecho
canónico.
Pero quiso Dios, o quien fuera que illo tempore, por aquel tiempo, heredara una prima
de Facundo un fortunón en prados y vacas de leche. ¡Leche para la Nata !
-No había más que hablar. El
matrimonio también era un sacramento .
El caso era no ir a la cópula por concupiscencia, sino para procreación y
educación de los hijos y mutuo auxilio de los cónyuges.
Facundo puso el cerco a la plaza y la tomó,
por el valor del
propio mérito plástico, en parte, y con la ayuda de dos párrocos, un coadjutor
y un cabecilla carlista. Estas influencias consiguieron que Facundo pudiera
criar hijos para el cielo y miles de vacas para las primeras materias de la Nata.
¡Cuánta leche!
«Lacteos, virgíneos candores
gusto Bernardo ¡oh portento!
ya no es extraño lo dulce,
pues tan melifluo fue el premio».
Así dice una cuarteta, inscripción de una
iglesia de Madrid ,
aludiendo a la Virgen
María y a San [58] Bernardo.
Pues, si no fuera profanación, se podría decir que la Nata y sus propietarios, gozaron lacteos
candores gracias al matrimonio de Facundo.
III
Pero él no podía contentarse con dirigir una
fábrica de manteca .
Aquella filosofía escolástica; aquella teología de perro rabirabiado, aquel
anhelo de dictar sentencias en primera instancia para mandar precitos a los profundísimos
Infiernos, necesitaban horizontes más anchos de los que ofrece la raya de Asturias y Galicia.
Voló Facundo. Fue periodista en Valladolid Neo caliente hasta el blanco. Allí empezó a vestir con
elegancia y a usar un macferlan que
ya no abandonó nunca.
¡Le parecía a él tan chic, tan picante, pensar y sentir como un Torquemada y vestir como
un currutaco de Valladolid !
Acudió, calada la visera y con cartas de recomendación subrepticias, a multitud
de certámenes de la Unión católica, de cofradías y del
gay saber... ultramontano. En
prosa o en verso siempre triunfó, gracias a su intransigencia; el argumento
Aquiles que siempre arrojaba sobre el enemigo, las penas eternas. Calumniaba,
insultaba, demostraba que el impío está fuera de la ley y que vale todo contra
el réprobo... y se le llenaba la casa de pensamientos de oro, de escribanías de
plata, jarrones e imágenes sagradas. Pero a todos aquellos crucifijos que le
regalaban y que tenía tasados en lo mucho que valían, pesando el metal
precioso, sin menoscabo de la religiosidad; a todos, prefería un Cristo, que le
había regalado su padre, antiguo recuerdo de familia. Era una tosca imagen de
talla, pero no era escultura; repitiéndose aquí el milagro de otro Crucifijo
que un célebre poeta español heredó de sus mayores también; Crucifijo que
tampoco es escultural, pero es de talla. Milagro.
Cuando en la academia de J urisprudencia, (pues Facundo pasaba meses en
Madrid) discutía contra los liberales, nuestro paladín divino, y los injuriaba
y levantaba falsos testimonios como chichones, siempre imaginaba él que su arma
de combate era el crucifijo de tosca madera, que él, Hércules cristiano,
manejaba como una maza santa para aplastar hidras, domesticar leones y acabar
con otras calamidades liberales.
También hizo oposición a una cátedra y la
ganó, como pudo
haber ganado un J ubileo o Indulgencia plenaria. Los
ejercicios fueron unos fervorines, varias novenas, y casi casi las misas de San
Gregorio. Esto en la parte positiva; en la negativa, que era su fuerte, aquello
fue las Navas de Tolosa, o la batalla de Lepanto. ¡Pobre Kant! ¡Pobre Voltaire!
(¡todavía!) Pobre He gel, pobre J ovellanos, pobre Sanz del Río, pobre Pi y Margall
¡y pobre humanidad libre-pensadora o por lo menos liberal, o amiga de la
desamortización por lo mínimo! Con todos aquellos cientos de pensadores,
estadistas, literatos, etc., etc. Facundo se portó como un Vargas Machuca. El Cristo, el
Crucifijo de encina, chorreaba sangre y tenía incrustaciones de hueso, de
esquirlas, adornadas con piel humeante de liberal y heterodoxo.
De los contrincantes, sospechosos de filosofía alemana siquiera, no hay que
hablar. Un portero tuvo que barrer sus restos. El salón de actos quedó hecho un spollarium. Había dos jueces de la
cáscara amarga, y como
eran minoría... se quedaron sin cáscara; Facundo les hundió el Cristo en el
cráneo ochenta veces. Era el diablo. Por lo menos, disponía del
infierno como
si él mandase allí.
IV
Pasó mucho tiempo. Tanto, que el día en que
volvemos a ver a nuestro héroe es... el día del J uicio por la tarde.
Cocañín se presenta en el valle de J o safat,
triunfante, alegre, seguro de sí mismo,
con el mismo cuerpo que tuvo y con el mismo macferlan
de siempre. Sigue pareciendo un bocado exquisito del escaparate de Lhardy; fresco, rechoncho,
sonrosado. Avanza impaciente, dando codazos y pisotones, como cuando iba a recoger un premio, por
haber aplastado a media docena de apóstatas o réprobos. No duda ni un instante
de que en el cielo le pondrán muy cerca de los tronos y dominaciones, que son
sus predilectos. El juicio supremo para él es una ceremonia, como la de hacerse doctor. Está convencido de
que se salva, con los más favorables pronunciamientos.
Por fin, le
llega la vez... «Facundo Cocañín». Adelante... Saluda
con cierto aire de confianza... ¿Qué ve enfrente de sí? Un crucifijo clavado en
una pared, cubierta de paño negro. El crucifijo es el suyo, el de sus mayores; el Cristo de la Vega... de Rivadeo... Pero ha
crecido. Es de tamaño natural. De repente... sobre la encina de la cruz, la
encina del
crucificado empieza a transformarse en carne... ¡pero, qué carne! Carne
macerada, carne atormentada... Todas las llagas a que reza la piedad, están
sangrando, pero además ¡cuántas otras! ¡Y qué de huesos rotos! Un fémur
quebrado; la frente con diez agujeros, una mandíbula desencajada, un ojo
colgando... ¡Y sangre... sangre brotando de todo el cuerpo! ¡De sangre, un río!
-¡Facundo, mira como me has puesto! -exclama una voz de
agonía.
Un minuto después, Cocañín ingresaba, entre cuatro del orden celestial...
en el infierno. En el infierno, que no existía antes, pero que se inventó, para
Facundo, que tanto lo había deseado... para los demás.
1.028. Alas «Clarin» (Leopoldo)
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