Llegó la hora de desembarco, en una noche tropical, tibia, suave, extenuante. Abríase, potentemente iluminada por los reflectores del puerto, la belleza inigualable de la bahía de la Habana. Con reciedumbre de siglos, destacaban las siluetas de los históricos castillos de la Punta y el Morro, adivinándose a la par, la artística puerta de la Cabaña , otra de las fortalezas construídas en época colonial.
Entre ruidos de sirenas, voces de mando y ajetreo de cargadores, llegóse lentamente al muelle el barco alemán, que portaba entre otras mercancías, al emigrante Josefín. Ya en el antepuerto, había recibido orden del Capitán, para que prestamente se asease; cuando cumplido el encargo, asomóse a cubierta, estaba atracado el buque, lánguidamente balanceado, por la suave corriente de la Bahía.
Con rapidez, unos marineros tendieron la pasarela. Inmediatamente, dos hombres llegaron a cubierta.
El uno, viejo, encorvado, de andar cansino y mirada penetrante.
El otro, joven, sonriente y uniformado. Sin preámbulos, llegáronse al capitán y tras unas palabras dichas en voz baja, éste, llamó a Josefín.
-Tu tío. -Presentó.
El viejo, dejóse abrazar y besar por el rapaz, que nerviosamente le preguntó por su salud, y le contó cosas incoherentes de la familia en Asturias. Cuestiones que a su tío, no parecían importarle, por que sin apenas hacerle caso, reponía:
-Déjate de monsergas, rapaz. Ahora, lo interesante, es arreglar tu situación. Síguenos.
Josefín, quiso despedirse del capitán y no pudo; ya se había hundido en las bodegas del buque, después de haber entregado sin novedad la mercancía.
Poco más tarde, aquel joven uniformado, sentado tras una mesa de escritorio en una oscura oficina del Puerto, recibía de manos del tío de Josefín, un puñado de dinero. A cambio, entregó al viejo, unos papeles sellados. Despidiéronse con apretón de manos. Ya en la calle, el tío decía:
-Eres un ciudadano cubano. Habrás visto, como he entregado doscientos pesos para legalizar tu situación. Por tanto, acuérdate que, desde hoy eres mi deudor. Dé no haberlo solucionado, irías irremisible-mente a Triscornia.
-En cuanto trabaye y gane, pagaréiles, tíu.
-Replicó el sobrino.
-¡Desde luego!
-Secamente repuso el viejo.
-Son las tres de la mañana y por tanto, debemos ir a dormir.
Hoy, como pariente, dormirás en mi casa. Mañana por la noche, como empleado, dormirás en la tienda.
-Donde usté quiera -argüía aquél.
-Tengo sueñu y con tal de dormir, aúnde sea.
-Mañana, -continuaba el viejo sin hacer caso a las manifestaciones del joven- te llevaré a dar una vuelta por la Habana , a fin de que la conozcas. Pasado mañana; empezarás a trabajar y por tanto, no tendrás quizá en años, ocasión de ver la hermosa ciudad.
-Pero tíu -espantado dijo Josefín.
-¿Ye qué aquí el que trabaya, non sal nin de día, nin de noche?
-¿Para qué, chico?
-Con la mayor frialdad decía su tío.
-El que sale del tajo para pasear, no es un buen trabajador y nunca nada hará.
-Con la mayor frialdad decía su tío.
-El que sale del tajo para pasear, no es un buen trabajador y nunca nada hará.
Aquí, no lo olvides nunca, se viene, única y exclusivamente, a trabajar. Sólo a eso. A trabajar.
-Y recalcó con reciedumbre la frase.
-Y recalcó con reciedumbre la frase.
Josefín, quedó silencioso y algo triste. Miró hacia lo alto y antojósele ver las mismas estrellas de Asturias. Marchaban a lo largo de la calle Virtudes. De un balcón. entreabierto, salía un rayo de luz y envuelto en él, risas, de mujeres, mezcladas con las notas dulzonas de un piano.
-Mira, sobrino.
-Inició la conversación el viejo. Esta es la calle Virtudes y allá el Prado. Ya ves mi tienda, con un letrero luminoso que dice: La "Casona". Encima, está la vivienda.
-Inició la conversación el viejo. Esta es la calle Virtudes y allá el Prado. Ya ves mi tienda, con un letrero luminoso que dice: La "Casona". Encima, está la vivienda.
Subieron y entraron en un piso que pudiera decirse abandonado.
Sólo dos habitaciones, sucias, sin muebles, ni ropas. Pronto saltaba a la vista que, allí vivía un hombre sólo y huraño.
-Ahí tienes tu cama de hoy, sobrino. Mañana, será otra cosa.
Sin más, se alejó.
En las pocas horas que restaban a la noche, Josefín, no durmió.
Por las amplias ventanas, entraba el aliento sofocante de la noche.
Gran laxitud, amodorramiento y cansancio, invadían todo su ser, hallándose en una situación de extraño desasosiego. Era la primer noche tropical, que le enfebrecía, haciéndole hablar sólo, en claro delirio:
-¡Madre! ¡Ya toy en la Bana ! Cerca de mí, rínse muyeres cubanes; suena un pianu, y, talmente paezme oyer repicar, el oro bailando per les calles... Mañana, voy ver la Bana , con mió tíu y pasau ganaré sin frayar tarrones, les primeres perres de una fortuna. ¡Madre! ¡Madre!
¿Sigues llorando per mí? ¿Non ves que feliz soy? ¡Cuando vaiga, llevaréte un rosariu de oro, que brille na Iglesia más qu'el sol! ¡Madre mía!...
Y seguía en la noche tropical, delirando en extraño rerviosismo...
No bien serían las once de la mañana, cuando Josefín, llevando de guía a su tío, irrumpía lleno de ansiedad sabedora en las calles de la Habana. Las amplias avenidas del más moderno estilo, los grandes edificios de atrevidas líneas, los monumentos perpetuadores de la Colonización , los parques repletos de esbeltas palmeras, los miles de automóviles pasando y repasando por las calles... todo le hacía estremecer en sobresaltó de sorpresa.
Eso pensó su tío, cuando viéndole con la boca abierta contemplando el Capitolio, y después unos escaparates llamativos de un gran almacén, le preguntó:
-¿Te asusta ésto, verdad?
Asustame non, tíu. iGústame! Ahora que, tal paez. me Xixón. En toos llaos, letreros de tiendes que se llamen de López, de Suárez, de Quirós. Lo único que veo, más automóviles.
-Tranquilamente respondió Josefín.
-Tranquilamente respondió Josefín.
El tío lo miró de arriba abajo, con mirada escrutadora, reponiendo:
-Veo que no eres impresionable. Es una gran virtud de carácter para llegar.
-¿Qué diz?
-Inquirió el sobrino que no había comprendido el alcance de las palabras del viejo.
-Inquirió el sobrino que no había comprendido el alcance de las palabras del viejo.
-No. Nada importante.
-Razonó el tío, para continuar.
-Estamos enla Plaza de la Catedral. Un buen recuerdo de España.
-Razonó el tío, para continuar.
-Estamos en
Efectivamente. Hallábanse en uno de los rincones, donde aun perdura la grandeza de la Madre Patria. Esta Plaza de la Catedral , juntamente con la de Armas, conservan su primitivo carácter, siendo los dos más bellos rincones típicos coloniales, de la vieja ciudad de San Cristóbal de la Habana. Allí estaba perenne, la magnífica Catedral, como claro exponente de la pujanza espiritual de la raza, que siendo Madre, en parto glorioso, sembró hijos en el Mundo Nuevo y cuajó de monumentos a todo un Continente. A ambos lados de la Catedral , hállanse, como centinelas guardadores eternos del inapreciable tesoro, los palacios del Conde Lombillo, Marqués de Arcos y Marqués de Aguas Claras, cabe la calle del Chorro.
-Tío -preguntó con ansias de saber Josefín.
-¿Esto quién lo fizo y pa qué?
-¿Esto quién lo fizo y pa qué?
-Lo hicieron unos albañiles españoles, para nada. Mejor dicho, para que una vez terminado y gastado en la obra buenos millones de oro, donados por la esplendidez española, viniesen los Estados Unidos a apoderarse de ellos.
-Esta fué, la erudita explicación que acertó a hilvanar el opulento bodeguero del Prado.
-Esta fué, la erudita explicación que acertó a hilvanar el opulento bodeguero del Prado.
Siguieron caminando por la ciudad. Boquiabierto, emocionóse Josefín, al contemplar en la Alameda de Santa Paula, el Arbol de la Fuente , monumento levantado en el año 1847 en homenaje a la Marina de Guerra Española. Rápidamente, fueron desfilando ante sus retinas insaciables, otros rincones bellísimos, recuerdos emocionantes de la Habana colonial, tales como la Cúpula de Santo Domingo, Casa de Rey Aguiar, Senado, Palacio Municipal... junto con
la moderna población, donde resaltan edificios de tan magnífica factura, como el Colegio Jesuíta de Belén, el Colegio de Arquitectos, el Hotel Nacional y muchos otros que la ofuscación del joven emigrante, no alcanzó a ver.
En unión de un viejo amigo de su tío, comieron, Después, pasearon por los jardines del Centro Asturiano, contemplaron el campo de Deportes de la "Tropical", miraron de refilón el anuncio llamativo de un cabaret,
Las primeras luces, semi-iluminando las calles, interrumpieron el paseo.
-Vamos sobrino. Nos quedan cuatro cuadras para llegar a la tienda. Ten en cuenta que, hace muchísimos años que no he perdido el tiempo como hoy. Hora que se pierde, nunca se recupera.
Josefín, callaba y otorgaba. En ésto, plantáronse ante la "Casona", que se hallaba ya cerrada.
-Fíjate en la bodega. De las mejores de la Habana , y, es mía, muy mía.
-Decía hinchándose de vanidad el viejo.
-Pues bien, sobrino; cuando vine, no tenía donde caerme muerto. Hoy tengo mucho y todo fué hecho a fuerza de trabajos, de sacrificios, de penalidades, de privaciones. Esta "Casona", vale miles de pesos y tengo el orgullo de decir que, es la mejor bodega del Prado. Ahora, entras en ella, como yo entré: desnudo. Puedes salir bien vestido en oro, si sigues mis consejos. Nada de paseos, de diversiones, de holganza. Debes de decir adiós a todo. Al buen comer, al bien vestir, al amor de verdad y al amor barato. Piensa sobrino, que precisamente las mujeres, son la bancarrota del ahorro.
Y según se hallaba en plan de consejero paternal, abrió la tienda.
Encendió la luz, diciendo:
-Ven.
-Le llevó a la trastienda.
-Ya eres mi empleado. Cógete esos sacos vacíos, y sígueme. Josefín, obedeció en silencio.
-Ahora, -decía el viejo nuevamente en la tienda. Tu cama, será debajo de este mostrador. ¡Muchos años fué mi sitio! Extiendes los sacos y tendrás estupendo mullido. Por la mañana, los recoges, los doblas y los guardas en la trastienda, para usarlos a la otra noche.
Josefín, quedóse atónico. Quiso protestar, pero la angustia en forma de nudo doloroso en la laringe, impidióle articular los sonidos.
Sin embargo, la lucidez de su mente, hacíale meditar: ¡Dormir cómo un perro debajo del mostrador! ¡En su casa de Asturias, para los mendigos había un techo de teja y yerba seca en el henil! ¿Era aquéllo, el sueño dorado de la felicidad cubana? No podía hablar y una lágrima furtiva, traicionó el dolor de su alma:
Entonces el tío, perfecto conocedor de la humanidad, díjole:
-Aquí, sobran lágrimas, rapaz. ¿Qué te pasa?'
-Tíu... ¿cómo... voy a dormir... aquí?... Si mi pá supiere, que un hermanu trata así a un fíu d'él...
-¡Ja, ja, ja!
-Con mordacidad reía el viejo.
-Ni padre ya tienes, amigo. Aquí, estás frente a una vida, que tú, únicamente tú, debes de vencer y dominar. No se viene a por el oro, por caminos de comodidad. La fortuna, sólo se entrega después de muy duras pruebas. Mira; yo, antes de ser rico, hube de operarme por dos veces de este mal que pudiéramos llamar de Cuba: La hernia.
Aprende sobrino; un mar de muchos miles de kilómetros, te trajo de un mundo a otro muy distinto: De la comodidad de Asturias, de la riqueza de Asturias, donde la fortuna está repartida para todos, a este otro. Allí, se duerme y descansa mucho, porque la tierra vela por los asturianos y les ofrece espléndida con sólo caricias de azada, la maravilla de sus patatas, de sus alubias, de sus almaizales.
Asturias, es el jardín de Hespérides, el Paraíso que todo lo ofrece al alcance de la mano... pero la has abandonado. Viniste aquí y, el, cambio es total. Hay más oro. ¡Quién lo duda! Pero se consigue, robándolo al cuerpo, a la salud y al alma, Esta misma lucha, es la que nos hace duros, desalmados, avaros. Sin embargo, a mi me queda algo de alma, y cariño. Por eso te permito dormir debajo del mostrador, ya que, si no fueras pariente, dormirías como Pancho y su compañero. Mira...
Como un autómata miró Josefín hacia el rincón que le señalaba el tío. Quedó petrificado al ver dos negros, completamente desnudos, roncando potentemente, acurrucados sobre el pavimento... Con ojos de misericordia, miró a su tío.
-¿Lo ves? Esos dos negros, serán desde hoy, tus compañeros de trabajo. Tengo negros, porque me resultan más baratos. El blanco, es muy exigente y se toma demasiadas confianzas. A tí, te admito por excepción. Bueno, sobrino, aprovecha el sueño que, Pancho, es madrugador y te despertará temprano.
Volvió la espalda y se fué. Josefín, tumbóse bajo el mostrador, y por vez primera después del desembarco, lloró como un chiquillo.
¡Nunca tan sólo, tan insignificante, tan despreciado se había visto!
Acordóse de las noches cómodas en su casa, bajo limpísimas sábanas; la tranquilidad del sueño, los desvelos de la madre por que ni un ruido molestase la placidez del descanso. E insospechadamente, al quedarse dormido, oía una canción, susurrante entre las nubes, entonada llena de «saudade», por la maravillosa voz de Adelina... Sonriente, abrazóse feliz en los suaves brazos de Morfeo.
No podría saber con exactitud el tiempo que llevaba durmiendo, cuando despertó sobresaltado. Ante él, vió quieto, a un negrazo retinto, corpulento como un samán y de gelfo enorme, color fresa.
Con voz gangosa, decíale:
-¡Apa. Apa, señol vagaso! Ya e sol dá en la tienda. Hala gallego a tlabajo. Mi amo dise que te enseñe.
Resignado, levantóse Josefín. Recogió los sacos, doblólos con cuidado y siguiendo a Pancho, introdújose en la trastienda. En un cajón de madera, burbujeaba un infernillo, sobre el que calentaba café. Pancho, solícito, le ofreció una taza.
-Desayuna amigaso.
-¿No hay un poco de pan?
-Cobardemente imploró Josefín.
-¿Qué e eso? ¡Amo ándele, que el tiempo pasa y e talde.
Acuciante decía el negro.
El pobre Josefín, hubo de quemarse los labios y la lengua. En sus manos recibió una escoba y dispúsose a barrer. Más tarde, cambió cincuenta sacos de azúcar de una estiba a otra. Luego subió por una altísima escalera, doscientas latas de aceitunas a lo más alto de la estantería...
En un pequeño descanso, sintió la voz de su tío en el mostrador, regañando a un dependiente. Un respiro de alivio, ascendió por todo su cuerpo y olvidándose de la faena, echó a correr para la tienda, con el fin de saludarle. Mas el negro, se interpuso, le agarró con su manaza de monstruo por un hombro y le dijo:
-¡Tlabajal es lo tuyo!...
-¡Quita! ¡Voy a hablar con mi tíu!
-Enérgico, replicó Josefín.
Pero el negro imperturbable, exclamó.
-Tu tío e el patlón y patlón a mi desir, que tú no hablal con él hasta que él oldene. Todo a mi pleguntas. ¿Tú entiede, gallego?
Ante cuya aplastante argumentación, Josefín, inclinó vencido la cabeza, al tiempo que una nube negra de desilusión y trísteza, cubría doliente todo su ser.
Días tan solo habían transcurrido, cuando le llegó otra más honda decepción. Ocurrió, al sábado siguiente de su llegada a la Habana y, a los cinco días de ingreso en la trastienda de la "Casona". Por mediación de Pancho, fué avisado, de que el "amo" le esperaba, para hablarle.
Con alegría irreprimible, llegóse el joven emigrante a su tío.
¡Pensaba en sus soliloquios que, se había olvidado de que él estaba en la trastienda! Quiso cariñosamente expresarle su efusivo reconocimiento, pero quedó pálido e inmóvil, al observar el gesto desplicente con que el viejo le miraba:
-¡Nada de bobadas, sobrino! Guarda esas efusiones para mejor ocasión. Te he llamado para decirte lo siguiente: Mañana, es domingo y por tanto, la tienda permanecerá cerrada. Tú, te ocuparás todo el día, en ordenar las estanterías; así no tendrás ocasión de aburrirte.
Josefín, en un arranque inaudito de energía, miró cara a cara al viejo. Mas hubo de bajar sus ojos e inclinar la cabeza, al topar con la mirada fría y dura de aquél. No obstante, objetó.
-Qdisiera dir a misa. En mi casa, nunca se faltó.
Ante cuya respuesta, el viejo inopinadamente enfurecido, gritó.
-¡Macanas! Deja a los frailes que vayan, pues es su misión. Pero tú, no. La tuya, es el trabajo. Olvídate de todas esas monsergas de beatas.
A Josefín, le vino el cielo sobre sí. Jamás, en la vida, había sentido ofensa semejante a la más alta representación de la espiritualidad cristiana. Vió recio ante él, al hombre duro, cruel, sanguinario, que todo lo olvida, a todo renuncia, por lograr con el trabajo suyo y la extenuación de los demás, la fortuna soñada. Sin saber como, resonaban en su cerebro, aquellas palabras del bodeguero, cuando le habló de la fortuna:... "Pero se consigue, robándola al cuerpo, a la salud y al alma"...
En consecuencia, Josefín, con fuerte sentimiento de conciencia, trabajó por vez primera en su vida, todo un día festivo, dedicado al
Señor de Cielos y Tierra...
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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