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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Josefin, el emigrante - Cap II. Estancia I

Llegó la hora de desembarco, en una noche tropical, tibia, suave, extenuante. Abríase, potentemente iluminada por los reflectores del puerto,  la  belleza  inigualable  de  la  bahía  de  la  Habana.  Con reciedumbre  de  siglos,  destacaban  las  siluetas  de  los  históricos castillos de la Punta y el Morro, adivinándose a la par, la artística puerta  de  la  Cabaña,  otra  de  las  fortalezas  construídas  en  época colonial.
Entre ruidos de sirenas, voces de mando y ajetreo de cargadores, llegóse  lentamente  al  muelle  el  barco  alemán,  que  portaba  entre otras mercancías, al emigrante Josefín. Ya en el antepuerto, había recibido orden del Capitán, para que prestamente se asease; cuando cumplido el encargo, asomóse a cubierta, estaba atracado el buque, lánguidamente balanceado, por la suave corriente de la Bahía.
Con  rapidez,  unos  marineros  tendieron  la  pasarela.  Inmediatamente, dos hombres llegaron a cubierta.
El uno, viejo, encorvado, de andar cansino y mirada penetrante.
El otro, joven, sonriente y uniformado. Sin preámbulos, llegáronse al capitán  y  tras  unas  palabras  dichas  en  voz  baja,  éste,  llamó  a Josefín. 
-Tu tío. -Presentó.
El viejo, dejóse abrazar y besar por el rapaz, que nerviosamente le preguntó por su salud, y le contó cosas incoherentes de la familia en Asturias. Cuestiones que a su tío, no parecían importarle, por que sin apenas hacerle caso, reponía:
-Déjate de monsergas, rapaz. Ahora, lo interesante, es arreglar tu situación. Síguenos.
Josefín,  quiso  despedirse  del  capitán  y  no  pudo;  ya  se  había hundido en las bodegas del buque, después de haber entregado sin novedad la mercancía.
Poco más tarde, aquel joven uniformado, sentado tras una mesa de escritorio en una oscura oficina del Puerto, recibía de manos del tío de Josefín, un puñado de dinero. A cambio, entregó al viejo, unos papeles  sellados.  Despidiéronse  con  apretón  de  manos.  Ya  en  la calle, el tío decía:
-Eres  un  ciudadano  cubano.  Habrás  visto,  como  he  entregado doscientos  pesos  para  legalizar  tu  situación.  Por  tanto,  acuérdate que,  desde  hoy  eres  mi  deudor.  Dé  no  haberlo  solucionado,  irías irremisible-mente a Triscornia.
-En cuanto trabaye y gane, pagaréiles, tíu.
-Replicó el sobrino.
-¡Desde  luego! 
-Secamente  repuso  el  viejo. 
-Son  las  tres  de  la mañana y por tanto, debemos ir a dormir.
Hoy, como pariente, dormirás en mi casa. Mañana por la noche, como empleado, dormirás en la tienda.
-Donde  usté  quiera  -argüía  aquél. 
-Tengo  sueñu  y  con  tal  de dormir, aúnde sea.
-Mañana, -continuaba el viejo sin hacer caso a las manifestaciones del joven- te llevaré a dar una vuelta por la Habana, a fin de que la conozcas.  Pasado  mañana;  empezarás  a  trabajar  y  por  tanto,  no tendrás quizá en años, ocasión de ver la hermosa ciudad.
-Pero tíu -espantado dijo Josefín.
-¿Ye qué aquí el que trabaya, non sal nin de día, nin de noche?
-¿Para qué, chico? 
-Con la mayor frialdad decía su tío. 
-El que sale del tajo para pasear, no es un buen trabajador y nunca nada hará.
Aquí,  no  lo  olvides  nunca,  se  viene,  única  y  exclusivamente,  a trabajar. Sólo a eso. A trabajar. 
-Y recalcó con reciedumbre la frase.
Josefín,  quedó  silencioso  y  algo  triste.  Miró  hacia  lo  alto  y antojósele ver las mismas estrellas de Asturias. Marchaban a lo largo de la calle Virtudes. De un balcón. entreabierto, salía un rayo de luz y  envuelto  en  él,  risas,  de  mujeres,  mezcladas  con  las  notas dulzonas de un piano.
-Mira,  sobrino.  
-Inició  la  conversación  el  viejo.  Esta  es  la  calle Virtudes y allá el Prado. Ya ves mi tienda, con un letrero luminoso que dice: La "Casona". Encima, está la vivienda.
Subieron y entraron en un piso que pudiera decirse abandonado.
Sólo dos habitaciones, sucias, sin muebles, ni ropas. Pronto saltaba a la vista que, allí vivía un hombre sólo y huraño.
-Ahí tienes tu cama de hoy, sobrino. Mañana, será otra cosa.
Sin más, se alejó.
En las pocas horas que restaban a la noche, Josefín, no durmió.
Por las amplias ventanas, entraba el aliento sofocante de la noche.
Gran  laxitud,  amodorramiento  y  cansancio,  invadían  todo  su  ser, hallándose en una situación de extraño desasosiego. Era la primer noche  tropical,  que  le  enfebrecía,  haciéndole  hablar  sólo,  en  claro delirio:
-¡Madre! ¡Ya toy en la Bana! Cerca de mí, rínse muyeres cubanes; suena un pianu, y, talmente paezme oyer repicar, el oro bailando per les calles... Mañana, voy ver la Bana, con mió tíu y pasau ganaré sin frayar tarrones, les primeres perres de una fortuna. ¡Madre! ¡Madre!
¿Sigues  llorando  per  mí?  ¿Non  ves  que  feliz  soy?  ¡Cuando  vaiga, llevaréte  un  rosariu  de  oro,  que  brille  na  Iglesia  más  qu'el  sol! ¡Madre mía!...
Y seguía en la noche tropical, delirando en extraño rerviosismo...
No bien serían las once de la mañana, cuando Josefín, llevando de guía a su tío, irrumpía lleno de ansiedad sabedora en las calles de la Habana. Las amplias avenidas del más moderno estilo, los grandes edificios de atrevidas líneas, los monumentos perpetuadores de la Colonización, los parques repletos de esbeltas palmeras, los miles de automóviles  pasando  y  repasando  por  las  calles...  todo  le  hacía estremecer en sobresaltó de sorpresa.
Eso  pensó  su  tío,  cuando  viéndole  con  la  boca  abierta contemplando el Capitolio, y después unos escaparates llamativos de un gran almacén, le preguntó:
-¿Te asusta ésto, verdad?
Asustame non, tíu. iGústame! Ahora que, tal paez. me Xixón. En toos llaos, letreros de tiendes que se llamen de López, de Suárez, de Quirós.  Lo  único  que  veo,  más  automóviles.  
-Tranquilamente respondió Josefín.
El  tío  lo  miró  de  arriba  abajo,  con  mirada  escrutadora, reponiendo:
-Veo que no eres impresionable. Es una gran virtud de carácter para llegar.
-¿Qué  diz?  
-Inquirió  el  sobrino  que  no  había  comprendido  el alcance de las palabras del viejo.
-No. Nada importante. 
-Razonó el tío, para continuar. 
-Estamos en la Plaza de la Catedral. Un buen recuerdo de España.
Efectivamente.  Hallábanse  en  uno  de  los  rincones,  donde  aun perdura la grandeza de la Madre Patria. Esta Plaza de la Catedral, juntamente con la de Armas, conservan su primitivo carácter, siendo los dos más bellos rincones típicos coloniales, de la vieja ciudad de San  Cristóbal  de  la  Habana.  Allí  estaba  perenne,  la  magnífica Catedral, como claro exponente de la pujanza espiritual de la raza, que  siendo  Madre,  en  parto  glorioso,  sembró  hijos  en  el  Mundo Nuevo y cuajó de monumentos a todo un Continente. A ambos lados de  la  Catedral,  hállanse,  como  centinelas  guardadores  eternos  del inapreciable  tesoro,  los  palacios  del  Conde  Lombillo,  Marqués  de Arcos y Marqués de Aguas Claras, cabe la calle del Chorro.
-Tío -preguntó con ansias de saber Josefín.
-¿Esto quién lo fizo y pa qué?
-Lo  hicieron  unos  albañiles  españoles,  para  nada.  Mejor  dicho, para que una vez terminado y gastado en la obra buenos millones de oro,  donados  por  la  esplendidez  española,  viniesen  los  Estados Unidos a apoderarse de ellos. 
-Esta fué, la erudita explicación que acertó a hilvanar el opulento bodeguero del Prado.
Siguieron  caminando  por  la  ciudad.  Boquiabierto,  emocionóse Josefín, al contemplar en la Alameda de Santa Paula, el Arbol de la Fuente,  monumento  levantado  en  el  año  1847  en  homenaje  a  la Marina de Guerra Española. Rápidamente, fueron desfilando ante sus retinas insaciables, otros rincones bellísimos, recuerdos emocionantes de la Habana colonial, tales como la Cúpula de Santo Domingo, Casa de Rey Aguiar, Senado, Palacio Municipal... junto con
la  moderna  población,  donde  resaltan  edificios  de  tan  magnífica factura, como el Colegio Jesuíta de Belén, el Colegio de Arquitectos, el  Hotel  Nacional  y  muchos  otros  que  la  ofuscación  del  joven emigrante, no alcanzó a ver.
En  unión  de  un  viejo  amigo  de  su  tío,  comieron,  Después, pasearon  por  los  jardines  del  Centro  Asturiano,  contemplaron  el campo  de  Deportes  de  la  "Tropical",  miraron  de  refilón  el  anuncio llamativo de un cabaret,
Las primeras luces, semi-iluminando las calles, interrumpieron el paseo.
-Vamos  sobrino.  Nos  quedan  cuatro  cuadras  para  llegar  a  la tienda. Ten en cuenta que, hace muchísimos años que no he perdido el tiempo como hoy. Hora que se pierde, nunca se recupera.
Josefín, callaba y otorgaba. En ésto, plantáronse ante la "Casona", que se hallaba ya cerrada.
-Fíjate en la bodega. De las mejores de la Habana, y, es mía, muy mía. 
-Decía  hinchándose  de  vanidad  el  viejo. 
-Pues  bien,  sobrino; cuando  vine,  no  tenía  donde  caerme  muerto.  Hoy  tengo  mucho  y todo fué hecho a fuerza de trabajos, de sacrificios, de penalidades, de privaciones. Esta "Casona", vale miles de pesos y tengo el orgullo de decir que, es la mejor bodega del Prado. Ahora, entras en ella, como yo entré: desnudo. Puedes salir bien vestido en oro, si sigues mis consejos. Nada de paseos, de diversiones, de holganza. Debes de  decir  adiós  a  todo.  Al  buen  comer,  al  bien  vestir,  al  amor  de verdad  y  al  amor  barato.  Piensa  sobrino,  que  precisamente  las mujeres, son la bancarrota del ahorro.
Y según se hallaba en plan de consejero paternal, abrió la tienda.
Encendió la luz, diciendo:
-Ven.
-Le llevó a la trastienda.
-Ya eres mi empleado. Cógete esos sacos vacíos, y sígueme. Josefín, obedeció en silencio.
-Ahora, -decía el viejo nuevamente en la tienda. Tu cama, será debajo de este mostrador. ¡Muchos años fué mi sitio! Extiendes los sacos y tendrás estupendo mullido. Por la mañana, los recoges, los doblas y los guardas en la trastienda, para usarlos a la otra noche.
Josefín,  quedóse  atónico.  Quiso  protestar,  pero  la  angustia  en forma de nudo doloroso en la laringe, impidióle articular los sonidos.
Sin embargo, la lucidez de su mente, hacíale meditar: ¡Dormir cómo un  perro  debajo  del  mostrador!  ¡En  su  casa  de  Asturias,  para  los mendigos  había  un  techo  de  teja  y  yerba  seca  en  el  henil!  ¿Era aquéllo, el sueño dorado de la felicidad cubana? No podía hablar y una lágrima furtiva, traicionó el dolor de su alma:
Entonces el tío, perfecto conocedor de la humanidad, díjole:
-Aquí, sobran lágrimas, rapaz. ¿Qué te pasa?'
-Tíu... ¿cómo... voy a dormir... aquí?... Si mi pá supiere, que un hermanu trata así a un fíu d'él...
-¡Ja, ja, ja!
-Con mordacidad reía el viejo.
-Ni padre ya tienes, amigo. Aquí, estás frente a una vida, que tú, únicamente tú, debes de  vencer  y  dominar.  No  se  viene  a  por  el  oro,  por  caminos  de comodidad.  La  fortuna,  sólo  se  entrega  después  de  muy  duras pruebas.  Mira;  yo,  antes  de  ser  rico,  hube  de  operarme  por  dos veces  de  este  mal  que  pudiéramos  llamar  de  Cuba:  La  hernia.
Aprende sobrino; un mar de muchos miles de kilómetros, te trajo de un mundo a otro muy distinto: De la comodidad de Asturias, de la riqueza  de  Asturias,  donde  la  fortuna  está  repartida  para  todos,  a este otro. Allí, se duerme y descansa mucho, porque la tierra vela por los asturianos y les ofrece espléndida con sólo caricias de azada, la  maravilla  de  sus  patatas,  de  sus  alubias,  de  sus  almaizales.
Asturias, es el jardín de Hespérides, el Paraíso que todo lo ofrece al alcance  de  la  mano...  pero  la  has  abandonado.  Viniste  aquí  y,  el, cambio  es  total.  Hay  más  oro.  ¡Quién  lo  duda!  Pero  se  consigue, robándolo al cuerpo, a la salud y al alma, Esta misma lucha, es la que  nos  hace  duros,  desalmados,  avaros.  Sin  embargo,  a  mi  me queda algo de alma, y cariño. Por eso te permito dormir debajo del mostrador, ya que, si no fueras pariente, dormirías como Pancho y su compañero. Mira...
Como un autómata miró Josefín hacia el rincón que le señalaba el tío. Quedó petrificado al ver dos negros, completamente desnudos, roncando potentemente, acurrucados sobre el pavimento... Con ojos de misericordia, miró a su tío.
-¿Lo ves? Esos dos negros, serán desde hoy, tus compañeros de trabajo. Tengo negros, porque me resultan más baratos. El blanco, es muy exigente y se toma demasiadas confianzas. A tí, te admito por excepción. Bueno, sobrino, aprovecha el sueño que, Pancho, es madrugador y te despertará temprano.
Volvió la espalda y se fué. Josefín, tumbóse bajo el mostrador, y por  vez  primera  después  del  desembarco,  lloró  como  un  chiquillo.
¡Nunca tan sólo, tan insignificante, tan despreciado se había visto!
Acordóse  de  las  noches  cómodas  en  su  casa,  bajo  limpísimas sábanas; la tranquilidad del sueño, los desvelos de la madre por que ni  un  ruido  molestase  la  placidez  del  descanso.  E  insospechadamente, al quedarse dormido, oía una canción, susurrante entre las nubes,  entonada  llena  de  «saudade»,  por  la  maravillosa  voz  de Adelina... Sonriente, abrazóse feliz en los suaves brazos de Morfeo.
No podría saber con exactitud el tiempo que llevaba durmiendo, cuando  despertó  sobresaltado.  Ante  él,  vió  quieto,  a  un  negrazo retinto, corpulento como un samán y de gelfo enorme, color fresa.
Con voz gangosa, decíale:
-¡Apa. Apa, señol vagaso! Ya e sol dá en la tienda. Hala gallego a tlabajo. Mi amo dise que te enseñe.
Resignado,  levantóse  Josefín.  Recogió  los  sacos,  doblólos  con cuidado  y  siguiendo  a  Pancho,  introdújose  en  la trastienda.  En  un cajón  de  madera,  burbujeaba  un infernillo,  sobre  el  que  calentaba café. Pancho, solícito, le ofreció una taza.
-Desayuna amigaso.
-¿No hay un poco de pan?
-Cobardemente imploró Josefín.
-¿Qué  e  eso?  ¡Amo  ándele,  que  el  tiempo  pasa  y  e  talde.
Acuciante decía el negro.
El pobre Josefín, hubo de quemarse los labios y la lengua. En sus manos recibió una escoba y dispúsose a barrer. Más tarde, cambió cincuenta sacos de azúcar de una estiba a otra. Luego subió por una altísima escalera, doscientas latas de aceitunas a lo más alto de la estantería...
En un pequeño descanso, sintió la voz de su tío en el mostrador, regañando a un dependiente. Un respiro de alivio, ascendió por todo su cuerpo y olvidándose de la faena, echó a correr para la tienda, con el fin de saludarle. Mas el negro, se interpuso, le agarró con su manaza de monstruo por un hombro y le dijo:
-¡Tlabajal es lo tuyo!...
-¡Quita! ¡Voy a hablar con mi tíu!
-Enérgico, replicó Josefín.
Pero el negro imperturbable, exclamó.
-Tu tío e el patlón y patlón a mi desir, que tú no hablal con él hasta que él oldene. Todo a mi pleguntas. ¿Tú entiede, gallego?
Ante  cuya  aplastante  argumentación,  Josefín,  inclinó  vencido  la cabeza, al tiempo que una nube negra de desilusión y trísteza, cubría doliente todo su ser.
Días tan solo habían transcurrido, cuando le llegó otra más honda decepción. Ocurrió, al sábado siguiente de su llegada a la Habana y, a  los  cinco  días  de  ingreso  en  la  trastienda  de  la  "Casona".  Por mediación de Pancho, fué avisado, de que el "amo" le esperaba, para hablarle.
Con  alegría  irreprimible,  llegóse  el  joven  emigrante  a  su  tío.
¡Pensaba en sus soliloquios que, se había olvidado de que él estaba en  la  trastienda!  Quiso  cariñosamente  expresarle  su efusivo reconocimiento,  pero  quedó  pálido  e  inmóvil,  al  observar  el  gesto desplicente con que el viejo le miraba:
-¡Nada  de  bobadas,  sobrino!  Guarda  esas  efusiones  para  mejor ocasión.  Te  he  llamado  para  decirte  lo  siguiente: Mañana,  es domingo y por tanto, la tienda permanecerá cerrada. Tú, te ocuparás todo  el  día,  en  ordenar  las  estanterías;  así  no  tendrás  ocasión  de aburrirte.      
Josefín, en un arranque inaudito de energía, miró cara a cara al viejo. Mas hubo de bajar sus ojos e inclinar la cabeza, al topar con la mirada fría y dura de aquél. No obstante, objetó.
-Qdisiera dir a misa. En mi casa, nunca se faltó. 
Ante cuya respuesta, el viejo inopinadamente enfurecido, gritó.
-¡Macanas! Deja a los frailes que vayan, pues es su misión. Pero tú, no. La tuya, es el trabajo. Olvídate de todas esas monsergas de beatas.
A Josefín, le vino el cielo sobre sí. Jamás, en la vida, había sentido ofensa semejante a la más alta representación de la espiritualidad cristiana. Vió recio ante él, al hombre duro, cruel, sanguinario, que todo lo olvida, a todo renuncia, por lograr con el trabajo suyo y la extenuación  de  los  demás,  la  fortuna  soñada.  Sin  saber  como, resonaban en su cerebro, aquellas palabras del bodeguero, cuando le habló de la fortuna:... "Pero se consigue, robándola al cuerpo, a la salud y al alma"...
En  consecuencia,  Josefín,  con  fuerte  sentimiento  de  conciencia, trabajó por vez primera en su vida, todo un día festivo, dedicado al
Señor de Cielos y Tierra...

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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