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miércoles, 25 de diciembre de 2013

Josefin, el emigrante - Cap II. Estancia III

Los  pasos  iniciales  de  Josefín,  como  primer  dependiente  de  la "Casona", fueron una sucesión continua, de lamentables fracasos. En primer lugar, la lengua torpe hasta la exasperación, no acertaba a modular  una  palabra  medianamente  castellana,  aferrada  como estaba a su bable nativo. Después, la falta absoluta de sociabilidad, hacíale  montaraz,  huraño  y  cobardón,  hasta  el  extremo  de  bajar siempre la vista, como temeroso de enfrentarse cara a cara con el cliente que le reclamaba. Por otro lado, la sobrexcitación nerviosa, contínua e irreprimible, causa era de que cuantos paquetes, frascos o envoltorios  tomaba  en  sus  manos,  cayesen  con  estrépito  sobre  el pavimento.
Pese a ello, su viejo tío, amplio conocedor del estado de ánimo en que su sobrino se hallaba, lejos de exasperarse con la torpeza del novel dependiente, era la mano tutora que le amparaba y guiaba en el aprendizaje.
Por eso, cuando en innumerables ocasiones, Josefín, se llegaba a él, para rogarle le volviese a la trastienda, reponía:
-No te desilusiones sobrino. El mejor atleta del mundo, comenzó a gatas su carrera.
Y  Josefín,  todo  voluntad,  ahínco  y  tesón,  llegó  en  no  mucho tiempo a ser un experto dependiente. Entonces su tío, dejó de ir por la  tienda,  llegándose  a  ella  únicamente  a  finales  de  mes,  para reconocer los libros, que siempre encontraba en excelente situación.
Por  este  tiempo,  si  no  amo,  jefe  de  la  "Casona",  trabó  Josefín amistad, con  el  simpático  viajante  D.  Manolito,  también  asturiano, nacido en Llanes. Era pequeñito, alegre y borrachín. Frisaba en los cuarenta  años  y  soltero  de  "profesión",  repartía  sus  horas  entre vender  a  los  bodegueros  y  piropear  a  cuanta  mujer  hallase  a  su paso, sin reparar jamás en color, raza o edad. Sin embargó, era un dignísimo  representante  comercial,  respetado,  admirado  y  querido, no  sólo  por  sus  dotes  inigualables,  para  vender  las  mercancías,  si que también, por su acrisolada honradez, sometida a toda clase de pruebas. Por eso, representaba los mejores almacenes de la Isla.
D. Manolito, era la única amistad de Josefín. Llegó a sentir por él verdadero  afecto,  aun  cuando  en  ocasiones  le  zahiriera  dolorosamente con puyazos mal intencionados.
-Pepe  -decía  Manolito.  -¿Cuándo  despegarás  de  ese  maldito mostrador, que te vuelve astilla? ¿Tú conoces la Habana, chico?
Josefín,  llevando  años  en  la  ciudad  cubana,  no  la  conocía  en absoluto, pues  a pesar, que  en un tiempo ya pasado, había ido a trabajar a los almacenes de Arrazola y a la clase del negro Poncio, en realidad, no había visto la calle. Por ella pasaba huído, espantado, sorteando a las gentes, buscando el camino más corto para llegar a la negra guarida de bajo del mostrador.
Cuando siendo dependiente, evitó las salidas innecesarias, tuvo un alivio de descanso; como si de sus hombros le hubieran quitado un peso abrumador.
Uno de tantos días Manolito, llegóse a él, locuaz como siempre.
Sin ninguna clase de preámbulos, díjole:
-Señor, esclavo; he estado ahora mismito con tu tío en el Banco.
Está  muy  viejo,  derrengado  y  triste.  El  mal  del  trabajo  salta  a  la vista. Tú, camarada, seguirás igualito camino.
-Manolito -reponía Josefín. -El trabajo no envejece.
 -¡Y  olé  la  modestia!  -jovialmente  exclamó  el  viajante.  -Estás hablando por tí, chico. No hay más que mirarte. Pelo blanqueando, siendo más joven que yo; herniado y tomando esa maldita postura del mostrador, que hace un arco de tus espaldas. Haz caso de mí.
Lánzate a la conquista de la calle. Tienes falta de sol, de aire, de risas de mujeres...
Y su diálogo, fué interrumpido por la llegada de Panchito -hijo de Pancho el negro- que le traía una copa de coñac.
-Oh, gracias betunero. Eres más atento que el amo.
-Comentó el viajante.
-Mi amo manda ¡seño!. -Impasible repuso el mozarrón moreno.
-Bien Pepe -seguía hablando Manolito.
-¿Piensas morirte sin salir a la calle?
-Hombre -repuso aquél. -¿Para qué hacer lo que no es preciso? ¿Qué me dan a mí en la calle? Mi sitio es aquí, siempre aquí. He venido a trabajar y éste y no la calle, es mi tajo.
-¡Trabajo!  ¡Trabajo!  Sobran  horas  para  ello  y  para  todo.  El  día estira como las ligas de las criollas... Tienes que airearte, a ver si de una  vez  se  te  va  ese  olor  a  polilla  que  atormenta.  Ahora  que  sí, chico; el día que salgas, toma grandes precauciones, pues el sol te deslumbrará, las mujeres... y apropósito de mujeres: ¿Tú sabes qué en la calle del Obispo hay "cargamento" nuevo? ¡Algo soberbio! ¡Ah!
Y también a la Alameda de Santa Paula y, al Sol, llegaron morenillas de mucho postín. Y no es eso sólo, sinó que la Loti... ¡ay! ¡ay! ¡ay!... por  cierto  que  hace  tiempo  le  dije  que  iría  a  verla  con  un  buen amigo. Inútil será el decirte, que ese amigo eres tú...
-Pues no. ¿Tú comprendes -interrogaba el dependiente- que voy a dejar mi deber por el gusto de una, juerga? Ni está bien, ni puedo.
-Porque  no  quieres.  Al  diablo  con  el  deber,  al  infierno  con  el trabajo. Alegría del sol, risas de mujeres, copas de bodegueros... Eso es la vida...
-Hay que nacer con suerte para todo, Manolito. Tu trabajas y te diviertes y, yo me divierto tristemente, con el trabajo...
-¡Macanas,  no  más!  Todos  nacemos  desnudos  y  haciendo pucheros. Cuando aún no tenemos uso de razón, la vida nos forma a nosotros;  pero  en  cuanto  lo  tenemos,  nosotros  formamos  la  vida.
Eres un miserable usurero, que morirás de rabia, al pensar que te faltaron horas para trabajar. El pecado del oro, es siempre el mismo.
Parecer  poco.  Potes,  murió  colgado  de  pena,  al  considerarse arruinado... Aún le quedaban diez... doce, quince millones... Bueno chico, me axfixia estar tanto dentro de una bodega. ¡Me axfixia!...
-¿Qué me ofreces hoy? -Interrogóle Josefín.
-Nada. Buenas cosas traigo, como dice el tamalero, pero no para tí. Cuando no seas mostrador y te vuelvas hombre que sepas salir a la calle, entonces traeré lo que quieras.
Y allá se fué el simpático D. Manolito, piropeando a las mujeres, dando  chupitos  a  su  "Vuelta  Abajo"  y  haciendo  notas  a  los bodegueros.
Josefín,  veíalo  alejarse  con  tristeza.  Reaccionaba  un  tanto  su espíritu, que poco a poco adormecía, y a su conjuro, veníasele a la mente  una  imagen  retrospectiva  de  la  vida.  Vida  triste  de renunciación. Sin una sonrisa de cariño, sin un suspiro de amor que conmoviese su alma, sin una nota musical que llegase al espíritu...
Siempre allí, encorvado sobre el mostrador y... ¡Durmiendo como un perro debajo de él!
Había  años  que  estaba  en  la  Habana  y  no  conocía  la  ciudad.
¡Mujeres,  sol,  amigos!  ¡Palabras  hueras,  sin  valor  real  alguno!  No había duda: La Habana, de un hombre joven, optimista, y lleno de vitalidad,  habíale  convertido  en  un  ser  triste,  viejo  prematuro  y, esclavo  de  las  leyes  tiránicas  de  la  avaricia.  Porque  avaricia  era, aquella  su  única  ilusión,  que  giraba  en  torno  al  vIler  de  pnas mercancías gananciosas. ¿Cuántos años llevaba allí?
He ahí una cruel interrogante, brotada al impulso de una carta de su  hermano.  En  aquella  carta,  le  decía  que  sus  padres  habían muerto.  Cabe  las  paredes  de  la  milenaria  iglesia  de  la  aldea,  él  -Monzón- había erigido para ellos, un magnífico panteón de mármol.
Además, continuaba, -"tengo cuatro hijos ya mayores que trabajan la hacienda; ha sido grandemente mejorada con compras". Asimismo comunicaba que, Adelina, se había casado y ya era madre...
Las últimas palabras de la carta, decían:
-«Ningún feliz se acuerda de los demás. En eso me demuestres -nunca  escribes-  que  yes  un  señoritu  americanu,  que  nada  te importen estos probes aldeanos».
Apenas si le conmovió la noticia de la muerte de sus padres. El corazón  duro,  envilecido,  no  vibraba  al  influjo  de  los  hondos sentimientos.  Pero...  ¿Su  hermano  con  cuatro  hijos  mayores? ¿Adelina ya madre? ¡Señor! ¿Cuántos años llevo aquí?
-¡Un señoritu americanu!... ¡Qué sarcasmo!... ¡El que no veía el sol  ni  las  estrellas  y  que  dormía  como  un  perro  debajo  del mostrador!...
Desconsolado, miraba a su alrededor y rápidamente se obraba el milagro de la recuperación. Bastábale para ello, ver a los negros en afanosa faena, las estanterías repletas de mercancías valiosas y el desfile continuo de clientes...
-¡Mi vida!... Pensaba.
E insospechadamente, llegó lo inesperado.
Ante la "Casona" detúvose un lujoso coche de alquiler. Del mismo, descendieron su tío y un señor de mediana edad, portador de una cartera. Sin preámbulos de ninguna clase, el tío, dijo a Josefín.
-Este es mi Notario. Ya le conoces. Te entregará las escrituras de propiedad,  traspasadas  a  tu  nombre,  de  esta  Bodega  y  de  todo cuanto poseo. Asimismo, los poderes que exige la ley. El Notario, te dirá  donde  debes  firmar.  Dentro  de  una  hora,  me  embarco  para
España, pues me siento viejo, maltrecho y acabado. Es mi deber, ir a morir al lugar donde he nacido. Sigue portándote como un hombre, sobrino.
Cuando Josefín, salió de su estupor, ya el barco enfilaba su proa cara al horizonte lejano, en las afueras de de la Bahía Cubana.
Entonces sí, que fué el loco, el ciego, el fanático triunfador, que hasta la gloria encuentra chiquita.
-¡Rico!  ¡Rico!  ¡Quiero  más!  ¡Más!  ¡Mucho  más!  ¡Trabajaré  sin descanso para llegar a donde no fué capaz ningún emigrante! ¡Qué importa el cuerpo ni el alma, si dentro del arca brillan con destellos de sol, los doblones divinos del oro!
Insaciable, frenético en su afán de riqueza, contaba y recontabá las cuentas de sus ganancias. Era trabajo febril, agotador, al que se hallaba entregado. De día, pegado constantemente al mostrador. De noche, anotando en el libro las ventas, preparando mercancía para la otra jornada o haciendo cálculos para nuevos pedidos. Cuando a las altas horas de la noche, tomaba la escalera de mano que le ascendía sin salir de la tienda; al piso donde había vivido su tío, quemábanle las sienes enfebrecidas.
Manolito; satisfecho con la suerte de su amigo, contemplaba entre alegre y triste, la ascensión vertiginosa de Josefín. «¡Este hombre, morirá prisionero de su misma tienda! ¡Este hombre enfermará por falta de aire!,
Una ocasión, en que Josefín se hallaba atendiendo a una negra y después  de  haberla  servido,  se  la  quedó  mirando  hasta  que desapareció en una encrucijada, Manolito, de sopetón le dijo:
-¿Oye  chico?  ¿No  te  gustan  las  negras?  ¿Has  observado,  extraña,  que  irresistible  seducción  tienen  esas  endemoniadas mujeres? ¿La mujer que te hace la limpieza arriba, es negra verdad?
-Estás  loco  Manolito  -comentó  el  dueño  de  la  "Casona".  -Tengo demasiadas preocupaciones para pensar en mujeres. ¡Pero vamos! Y mucho menos, para pensar en negras.
-Son tremendas -seguía diciendo el viajante.
-A mí, me traen de cabeza. No se que tienen esas condenadas mujeres, que aún oliendo regularmente, según dicen, que yo no lo noto, le gustan a uno. Yo, no hay un día en que no vaya a la plaza para darme el gustazo de piropear a cada cocinera, que ¡vamos! Producen el vértigo.
-Calla, calla Manolito. Eres un sinvergüenza.
-Protestó Josefín.
-Esas negrazas señor dueño -entusiasmado reponía el aludido.
-Te gustarán a tí, como a mí. Lo que pasa es que yo tengo la franqueza de decirlo. Gustan tanto como las blancazas o más. Si nó, hoy vamos a hacer una prueba. Sales conmigo y me lo demostrarás.
-No  puedo  salir.  Es  mucho  lo  que  sobre  mí  tengo.  No  puedo perder una hora.
-Pero  bueno,  judío.  Eres  exasperante.  Ni  dueño  de  toda  una fortuna,  dispones  de  una  hora  para  solaz  del  cuerpo.  ¿Eso  es  ser rico? Eso es ser miserable. ¿De qué sirve la riqueza, escondida en caja fuerte? De nada en absoluto. Tu no vives, ni nada. No haces más que el imbécil.
-¡D. Manolito!
-Interrumpió un si no es ofendido.
-Nada.  Lo  dicho. 
-Seriamente  recalcó  el  viajante.  Si  a  tí  te preguntan  qué  hay  en  la  vida,  dirás  que  mucho  bacalao  y  cacao, mucho café y tabaco; mucho debe y haber... Y no es así. En la vida hay mucho "tomate".  Mujeres hermosas pidiendo amores,  músicas que  transportan  el  espíritu  al  cielo,  playas  de  doradas  arenas, sirviendo de alfombras a Afroditas Astarté...
-Como se conoce, que jamás te has enfrentado duramente con la vida.
-Razonó Josefín.
-¿Yo?  Todos  los  días  lucho  con  ella  y  la  venzo.  Tú  eres  el  que jamás  te  has  enfrentado.  Tan  sólo  has  hecha,  dejarte  absorver, poseyéndote por completo. Eso no es lucha, es dejarse dominar, sin una  protesta,  sin  un  gesto  gallardo;  antes  al  contrario,  doblando siempre la cerviz a su servicio. Eso no es enfrentarse con la vida. La lucha es en plena calle, no en cobardía de encrucijadas. En la calle se la  desafía,  se  la  vence  y  si  es  preciso  se  toma  mi  sistema;  el  de reirse  de  la  misma  vida.  Yo  soy,  el  que  valientemente  la  desafía cara al sol, no tú, cobarde-mente en las tinieblas.
-No  soy  cobarde  ante  la  vida,  Manolito. 
-Con  fiereza  repuso Josefín.
-Pues entonces, ven a desafiarla conmigo.
-Replicó el viajante.
-¡Voy!
-Entero repuso el dueño.
-¡Hoy entraste por vez primera en el corazón de la Habana y das una alegría a tu amigo!
-Y Manolito le abrazó.
Noche de orgía, a través de las calles cubanas. Visitas a los sucios lupanares,  donde  la  pobreza  malsana  de  una  sociedad  podrida, muestra  las  huellas  sangrientas  de  la  esclavitud,  en  la  venta  de carne humana, por unas monedas de dinero. Obispo, el Sol, Santa Paula...  Después,  cabarets  lujosos:  Montmatre,  Hollywod.  Desfile deslumbrante  de  bellezas,  llenas  de  esplendor  y  coquetería.  En  el fondo, es la misma miseria de los antros de más baja estofa. Pero aquí, se disfraza con en el refinamiento de la alta sociedad. El mismo pecado, se cotiza a precios más elevados.
Josefín, como en casi la mayoría de sus actos, desde aquel día en que mercancía de un barco, arribara a la Perla de las Antillas, obraba y dejábase llevar como un autómata. Manolito, era el actor principal de  aquel  drama.  En  él,  veíase  prontamente,  al  hombre  de  gran mundo que nada le arredra ni sorprende. El hombre que a la vida con  sus  lacras  y  virtudes,  la  domaba  y  vencía.  Por  eso,  entre aquellas bellezas que un poeta diría; "con sus ojos deslumbrarían al mismo sol", él, en su insignificante persona,  era  el árbitro de una bacanal, que no vivía, pero que aceptaba sin salpicaciones, porque por  encima  de  todo,  estaba  su  sonrisa  y  sarcasmo  que  en  un momento decía: ¡Nunca amor fraguó el dinero!
Y  bebieron,  rodeados  de  mujeres  jóvenes  ¿Insinuantes.  Josefín, dejóse arrastrar por una criolla de ojos color tabaco, senos pródigos y  caderas  de  junco,  que  cariñosamente  le  llamaba  "mijito".  Wiski, Champán, Pipermín. El dueño de la "Casona", sintió entre los brazos, más calculadores que amantes, de aquella muchacha, oscurecérsele la vista, perder el conocimiento y soñar cosas dulcísimas, más que de  lucha  de  tendero,  de placer  de  Dioses.  Con  este  pensamiento, inerte entre los brazos de Manolito. y un Policía, ya bien amanecido, fué depositado como un saco de patatas en la cama de su bochinche, sobre la tienda la "Casona".
Entre  risas  y  comentarios  jocosos,  las  chicas  disfrutadoras  de Champán y licores, comentaban la terrible borrachera de aquel señor novato, en lides del vicio...
Fué  un  lamentable  despertar  para  Josefín.  Semiinconsciente todavía  por  los  efectos  del  alcohol,  llevó  su  mano  a  la  cartera.
¡Estaba vacía! Dos mil pesos habíanle desaparecido en una noche de la  Habana.  Entonces,  maldijo  a  Manolito,  cuando  ya  el  vituperado aparecía en su habitación.
-¡Malvado!  ¡Huye  de  aquí!  Eres  un  mal  nacido  y  mal  amigo.
Furióso insultóle Josefín.
D. Manolito, tranquilo, sereno, con la risa en los labios, replicóle.
-Medita  y  juzga,  mi  amigo.  Nada  se  hizo  anoche  que  no  sea reparable. Pero ha sido la gran lección de tu vida.
-¡Ha sido la gran cochinada!
-Repuso indignado aquél.
-No  lo  creas.  ¿Cuánto  has  perdido? 
-Con  la  misma  calma interrogó.
-Dos mil pesos.
-Aseveró aquél.
-¿Ves tú, cómo jamás has luchado con la vida? Una vez más te ha vencido,  por  no  estar  preparado.  Una  vez  sola  que  a  ella  te enfrentas, sales esquilmado. Eso se llama ineptitud.
-¿Tú no has gastado dinero? -Sorprendido interrogó Josefín.
D. Manolito, soltó con ganas una sonora carcajada, a la vez que decía.
-Por Dios, chico. ¿Gastar yo dinero? Le he sacado cincuenta pesos a aquella rubia platino, histérica y con afán de ser honrada, con la condición  de  que  le  busque  un  novio  lo  suficiente  tonto,  para casarse.
Entonces Josefín, claudicó en sus intenciones de apartar de sí a Manolito y le dijo:
-Efectivamente; una lección. Es necesario en la vida, saber estar en todas las circunstancias.
Volvió  a  su  tienda  y  fueron  pasando  los  meses  con  la  misma intranscendencia de costumbre. Mas he aquí que, una buena mañana de noviembre, en el mismo aposento del comerciante, se le planta la negra de la limpieza con un envoltorio en sus manos. Josefín, fué a regañarla, porque había faltado una semana a su obligación, y quedó pasmado, cuando aquélla, con la mayor calma de la tierra repuso:
-No ofendelte amol mío. Vengo a enseñalte tu hijo,
-¿Mi hijo?
-Exclamó horrorizado Josefín.
-Si  amol.  Mílalo. 
-Levantó  la  ropita  del  envoltorio  y  quedó  al descubierto una diminuta cara de niño negro.
El comerciante se horrorizó. Apartándola con la mano lejos de sí, gritaba.
-No. No. No puede ser. ¡Un niño negro! Impostora. Ramera.
-¡E muy bello!... Contemplándole decía la madre,
-Es un tizón del infierno.
-Con síntomas de arrebatado, exclamaba Josefín. -Quítalo de mi presencia. Mi hijo tiene que ser blanco como la leche.
-Bueno amol -tranquilamente reponía la negra. Me das quinientos pesos e hijo no sel tuyo.
Aquél  echó  maquinalmente  mano  a  la  cartera  y  le  dió  mil.  Al mismo tiempo gritaba:
-Vete, por favor. No aparezcas más a mi presencia.
-Pelo amolsito y ¿quién te va a plepalal la cama?
Mila "mijito" tengo una helmana joven y glasiosa. ¿Tú quelel qué venga?
-Bien. Que venga, con tal de que tú...
-Descuida  quelido.  Con  mil  pesos,  tú  no  tienes  hijo. 
-Y  se  fué escaleras abajo con el recién nacido, no osando volver la cara hacia atrás.
No tardó en aparecer Manolito, que le dijo.
-He visto ahora mismo una negraza, que me ha dejado patidifuso.
Aún  sigues  sosteniendo,  que  no  te  gustan  las  negras?  -Guasón, inquirió.
-Sigo pensando -refunfuñó Josefín- que si no te quitas de mi lado, cometo un asesinato.
Por la calle, los vendedores pregonaban a voz en grito:
-¡El tamalero se va!...  ¡Al rico mango, mangüe!... ¡Ay, que rico mango!... Llevo mamey, aguacate!...
-Bonito pregón, Josefín. Afuera la vida, sigue lo mismo. ¿Te das cuenta?
-Sí.  Y  también  me  doy  cuenta,  que  en  mí  Asturias  en  la  que pienso  más  que  nunca,  no  existen  preocupaciones  de  negras, esclavitud  de  tiendas,  ni  avaros  desgraciados.  Maldito  pregón.
¡Sardinas! ¡Sardinas frescas, es el canto alegre de las pescadoras de nuestra tierra!...
La  rueda  incansable  de  la  vida,  siguió  en  su  girar  vertiginoso.
Josefín, llegó a morir para la Habana y en su lugar quedó, D. José
López  Argüelles.  ¡Poder  del  dinero!  La  "Casona"  fué  transformada, ampliada  y  ocupaba  toda  una  cuadra.  De  la  primitiva  Bodega, transformóse  en  el  mayor  Almacén  de  la  Habana.  Pero  su  dueño seguía como en los primeros años, cuando luchaba por lograr una fortuna, esclavo total de su trabajo, esclavo total de su avaricia, que pedía más y más.
Pero  hete  aquí,  que  una  desdichada  tarde  del  mes  de  marzo, patrullas  de  criollos,  de  descamisados,  de  algún  que  otro  militar, iniciaron una gran algarabía en la calle. Los vivas y mueras a Zaya y Machado,  mezcláronse  con  tiroteos  intermitentes.  Sobre  el pavimento, no tardaron en aparecer los primeros muertos. De siempre es sabido que, la sangre pide más sangre y es el mayor acicate de  los  combates.  Un  orador  improvisado,  pidió  la  destrucción  de todos los patronos. ¡Vivan los parias!
-Resonó un grito continuo.
Fué  la  consigna.  En  alud  incontenible,  aquellos revolucionarios asaltaron las tiendas, prendiendo fuego a algunas.
Panchito llegó nervioso y fuera dé sí a D. José.
-¡Mi amo, huya! ¡La Levolución! ¡Piden muelte patlones! iMalche
mi amo! ¡Yo quedal aquí y molil pol mí tienda!
Pero fué tarde. Un centenar de hombres armados, entremezcla-dos  con  mujerucas  que  debían  bastante  dineto  al  gran  Almacén, arremetieron contra las lunas, haciéndolas añicos. Otros, entraron y robaban  o  destrozaban  con  la  mayor  osadía.  Josefín,  arremetió contra los asaltantes. Entonces, un culatazo le abrió una brecha en la cabeza. Inerte  en el suelo, fué pisoteado por un negrazo, hasta romperle la columna vertebral,
-¡Cochino blanco. Neglelo. Climinal!
Panchito  llegóse  a  su  mano  presto  a  defenderlo.  El  negrazo azuzado por las mujeres, decíale.
-Toma tú helmano. Lemátalo. Este ela quién te tilanizaba.
Panchito, tomó a su amo en brazos y lanzóse a correr entre la turba. A grandes voces, entre lágrimas y lamentos, exclamaba:
-A mi amo no mal. Yo no esclavo de mi patlón. Yo hijo...
Jadeante, agotado, llevóle al Hospital, donde la calma, en virtud de  un  elemental  principio  de  caridad.  prevalecía.  Allí,  le  dejó  a merced de los médicos.
Cuando  Panchito  volvió  a  los  almacenes,  hallóse  con  sólo  las paredes en pie. Todo había desaparecido.
¡Josefín!  ¡D.  José!  El  rico  propietario  del  Prado,  había  quedado arruinado en unas horas, víctima de la misma vida, exasperada en una  revolución!  ¿En  qué  quedó  todo  su  sacrificio,  privaciones, renunciación a cuerpo y alma? A nada. A la más negra pobreza. Todo su esfuerzo quedó compendiado, en dos hernias de sus comienzos y en la columna vertebral rota, cuando la opulencia le sonreía.
Luchó entre la vida y la muerte largos días. A su lado D. Manolito, era  el  consuelo  y  la  esperanza.  Cuando  pudo  hablar,  Josefín reconocido, díjole:
-Eres mi hermano, Manolito. Así haría Monzón conmigo. Llevamos el alma de Asturias dentro y en los momentos de infortunio, somos un sólo sufrimiento.
-Somos  Josefín,  desertores  de  aquel  paraíso;  reos  del  mismo pecado,  justo  es  que  unidos  llevemos  la  misma  penitencia.-Seriamente replicó el viajante.
-Y tú, ¿saliste indemne de la revolución? -Inquirió Josefín.
Ante  cuya  pregunta,  el  buen  humor  e  intranscendencia  ante  la vida, revivió en Manolito, que jovialmente repuso.
-Naturalmente. Otra vez supe sortear y vencer a la vida. ¿No te he  dicho  siempre,  que  en  esto  estaba  el  secreto?  Pues  mira,  me cogió  la  iniciación  del Movimiento,  en  Murallas.  Allí,  predominaban los Zayistas y yo grité a todo pulmón: ¡Viva Zayai Más tarde, en la parte Nueva, me hallé encerrado por el triunfo de los Machadistas y con más fuerzas aún, exclamé: ¡Viva Machado! Una vez renacida la calma,  atravesé  todas  las  calles  de  la  Habana  gritando,  a  pleno pulmón, ¡Viva la Pepa!
La robusta naturaleza de Josefín, sobrepudo con la enfermedad.
En  unos  meses  recuperóse  valientemente,  y  no  tardó  en  pasear entre  dos  muletas  por  los  grandes  jardines  del  Hospital.  Sin embargo,  de  la  arrogancia,  y  hombría  del  primitivo  hombre,  no quedaba más que un guiñapo. Después de tanto dolor e infortunio, el tronco se inclinó, el cabello blanqueó totalmente y aquellos ojos de mirar vivo, eran la imagen amarga de la desilusión. Una nostalgia grandísima,  aproximaba  la  lejana  tierra  de  Asturias,  hasta  tenerla casi a su lado; ¡Poderoso influjo del dolor! ¡El dolor más que el amor, une  a  los  seres  que  se  quieren!  ¡Asturias!  ¡Asturias!  ¡Cuán duramente  pago  el  crimen  de  haberte  abandonado!  ¡Enviaste  a  la Habana a un hombre y ahora cuando vaya, recibirás a un ser muerto e inservible!...
Fué a Manolito, en una tarde de paseo, a quien hizo la confesión.
Ayudóle aquél solícito, a sentarse sobre un banco de madera y entre lágrimas de amargura, le dijo Josefín:

-Toda mi vida ha sido deshecha. Ahora, aquí no soy nadie más que uno de tantos desgraciados, que vienen con ilusión y sueños de riqueza  a  la América y se encuentran con dolores y desengaños.
Luché incansablemente, tú lo sabes. Perdí mi condición de humano y me hice duro y malo. Malo hasta para mi alma. Enriquecí. ¿Pero es algo  la  riqueza,  si  al  primer  soplo  de  aire,  vuela  como  cosa inconsistente? Manolito y ¿ahora qué? Volver a Asturias a pedir a mi hermano  la  caridad,  de  que  cuide  a  este  ser  impotente,  pobre, miserable y lleno de desengaños. ¡A pedir caridad a mi hermano!
-No, Josefín. -Con entereza interrumpía aquél. Quién fué capaz en años de juventud a renunciar a todo lo bello de la vida, tiene que ser capaz a recuperarse.
-¡Recuperarse!  ¿Cómo,  si  no  tengo  ni  fuerzas  musculares,  ni impulso del espíritu? ¿Cómo, si pobre, nada puedo emprender?
-Pero tienes -de nuevo hablaba aquél -algo que vale más que el dinero.  Tienes  aquí  a  un  amigo  de  verdad.  Manolito  el  borrachín.
Manolito, es persona de corazón. Gozo de la confianza de las mejores casas de la Isla y yo me encargo de ponerte la "Casona" tan repleta, como  cuando  pagabas  con  dinero  contante...  Tu  garantía,  tu honradez, vale más que todo el dinero. No desfallezcas. ¿Qué tenías cuando llegaste?
-¡Juventud! Repuso aquél.
-Y  ahora  experiencia  y  camino  abierto.  No  hay  que  entregarse jamás. La vida pasa. Pero hay dos cosas inmutables. El cielo en lo alto y la voluntad del hombre en la tierra. Adelante Josefín.
-¡No me creo con fuerzas! Tristemente comentó aquél.
-Es preciso. Para cuando sanes, ya tu "Casona" estará repleta. Te lo dice Manolito. A Asturias no irás a pedir caridad. Irás a entregar tu vida a la tierra donde has nacido, con la alegría del luchador que no ha sucumbido en el camino.

Cuento asturiano

1.017. Busto (Mariano)

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