Dedicado...
...a cuantos llenos
de fé, arribaron
un día en
busca de fortuna a
la América dorada
y, cayeron vencidos
a mitad de carrera.
...a cuantos no
pudiendo soportar la
nostalgia de la
Patria lejana, volvieron maltrechos a ella...
...a cuantos buscando
oro y felicidad,
hallaron dolores de cuerpo, trabajos forzados y, olvido del
alma...
Todo fué sencillo, como sencilla es
el alma aldeana.
Dos hermanos, en una hacienda
pequeña. El mayor, había de ser, casado para en casa. El segundo, debiera de
emigrar en busca de la fortuna, que, en tan exigua hacienda no podía hallar.
Razonamientos elementales que, encierran todo el giro de una vida.
Josefín, tenía
a la sazón
dieciocho años. Alto,
fornido, de agradable presencia
y nada tonto.
Jamás le había
arredrado el trabajo ni las
privaciones y, cuando su padre le indicó la necesidad de que fuese "pa la Bana ", acogió la noticia
sereno y hasta alegre.
-¡Bueno padre, diré!
Apenas si hubo más diálogo, porque
en los momentos solemnes las palabras traicionan y sólo quedan los
sentimientos.
Era
una noche clara
de octubre. El padre,
enfermo hacía unos meses, -tal vez de pena, al ir madurando
la decisión de enviar tan lejos de sus lares al hijo de su sangre- reunió en su
humilde alcoba a todos los suyos. La mujer, sentóse sobre la cama del paciente
y sus dos hijos, de pie tras ella, guardaban silencio sepulcral. Unicamente
sentíanse de vez en vez, los suspiros sostenidos de la madre:
-Bueno fíu -con voz entrecortada
hablaba el padre.
-Hoy marches por es¡ mundu de Dios.
Deseo sepias, que te quiero como a Monzón, el tu hermanu que queda. ¡Pero la
vida ye así! El, ye el mayor, tien moza a gustu de tóos y, debe casase
p'ancasa...
-Sí, padre.
Véolo bien. A él corresponde¡;
además, yo siempre suañé con dir a América, cruciar el
mar, trabayar y facer dineru, pa un día volver ricu...
-¡Bueno; el
que marcha con
ganes de trionfar,
ye fácil que lo
logre. Pero mira fíu; la vida a veces tien munches porqueríes y a lo mejor...
Por eso te digo, que si un día quies volver, aquí tá to casa.
Non ye sólo de Monzón, ye tuya
tamién. ¿O qué Monzón?
-¡Padre!... -conmovido susurró el
aludido.
-La casa ye tanto d'él como mía...
El día que vuelva, lo tendrá tó a su disposición... y no pudo continuar, porque
la emoción le ahogaba.
-Ya
lo ves Josefín.
Agora vete con
Dios, fíu míu.
Acuérdate siempre de los
tuyos, acuérdate siempre
de Dios, y
procura ser buenu en la vida, que
siéndolo, llevarás la mejor recomendación. Ya sabes qu'en la Bana t'espera el mió hermanu.
Ye tíu tuyu, ricu, y ta tenderá. ¡Ven que te abrace por última vez!...
Josefín, llegóse a su padre,
dejándose abrazar y besar. Los brazos escuálidos del enfermo, temblaban contra
su cuerpo. Las lágrimas, bajábanle
por las mejillas
arrugadas; volvió el
rostro al otro
lado, cerró los ojos y no quiso verle marchar.
La madre, entre gritos y desmayos,
despidióle a la puerta de la corrada y pronto sintió únicamente, el esquileo
del caballo y el ruido de la charret marchando por la carretera.
Josefín, miró varias veces hacia
atrás en su afán de ver por última vez la casa donde naciera. Monzón, callaba,
en silencio emocionante.
Allá lejano,
sentíase jolgorio de una esfoyaza.
Mujeres y hombres cantaban alegremente
y sobre todos,
una voz clara
de mujer, de forma magistral, entonaba:
...la
despedida es corta
la ausencia
larga:
¡hasta
siempre que quieras
bien de mi
alma!
-¿Oyes Monzón?
-Decía Josefín. -Paezme la voz de
Adelina. ¿Non taría bien pararpa decíi adiós? Pero non; sigue. Non ye más que
pa entristeceme, porque ella gústame y yo a ella, paezme que tamién.
¡Sigue, sigue; non quieo oyela
cantar...
Entre el
ruido de los
cascabeles, no sentían
como aquella nostálgica canción,
repetía:
...la
ausencia es larga:
¡hasta
siempre que quieras
bien de mi
alma!
Llegaron al
Musel. Como debido
a estar incluido
en la
Milicia , había
de marchar de
"matute", ya en
el antepuerto estaba,
aquel señor gordo que,
mediante unas pesetas
se lo había
arreglado.
También un
alemán, ceñudo y de
cara fosca, que
sin preámbulos, dijo:
-A
ver: ¿El dinero?
-Josefín, extrajo la
cartera y le
dió lo con-venido.
Aquél, continuó:
-Desde ahora, eres el fogonero,
¿entiendes? Si la policía, pregunta quien eres ¿qué tienes que decir?
-Interrogó el
Capitán del barco,
que no otro
era, el alemán aludido.
-¡Qué voy pa la Bana ! -Titubeante, respondió
Josefín.
-Bruto. Eso nunca. Tu vas en mi
barco sin documentación y si te cogen irás a la cárcel lo mismo que yo. Así
que, -recalcaba bien sus palabras- tú, aunque vas para la Habana , no vas. ¿Entiendes?
Eres el fogonero.
Ya entiendo. -Afirmó el
aludido.
-¿Vino alguien a despedirte?
-El mi hermanu.
-Despídete al
momento, que el
barco zarpará ahora
mismo.-
Ordenó el capitán.
Se abrazaron. Josefín hasta
entonces tan entero, se conmovió, y llorando besó a su hermano. Volvieron a
abrazarse y a llorar.
-¡Adiós Monzón! ¡Adiós! Escríbeme
muncho... ¡Day un besu a mí má cuando llegues!...
Pero no pudo continuar, porque el
brusco capitán, llegósé a ellos, diciendo:
-¡Ya está bien! ¡Qué no te mueres
hombre! ¡No parece más que te van a enterrar!
¡Hala! ¡Al barco!
Usted, quédese ahí.
No conviene que vean muchos juntos.
Monzón, quedóse
triste viendo como
Josefín se alejaba.
Este, volvía el rostro a cada paso, diciéndole adiós con el pañuelo, con
que limpiaba sus ojos.
Pronto se perdió en el interior del
barco. Monzón quedó allí quieto, extático, hasta que le vió alejarse. Entonces,
se arrimó a la charret, y lleno de angustia, lloró hasta quedar ronco.
-¡Josefín, buen viaje! ¡Dios te de
suerte! ¡Josefín!... Josefín...
Ya
la oscuridad del
Cantábrico, había absorvido
el buque, que impasible a los más hondos sentimientos,
enfilaba su popa hacia el horizonte.
Cuento asturiano
1.017. Busto (Mariano)
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