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jueves, 20 de junio de 2013

Cuatro hermanillos listos

Érase que se era un pobre hombre que tenía cuatro hijos. Cuando éstos crecieron, los reunió cierto día y les dijo:
‑Hijos míos, tendréis que iros a recorrer mundo, pues yo no os puedo mantener. Escoged cada uno un oficio y seguid vuestro camino en la vida.
Los cuatro hermanos tomaron cada uno su bastón, se despidieron de su padre y salieron de la ciudad. Anda que andarás, llegaron a un punto donde se cruzaban cuatro caminos. El mayor de los hermanos dijo entonces:
‑Aquí debemos separarnos, pero dentro de cuatro años justos volveremos a encontrarnos aquí de nuevo y veremos quién ha tenido mayor fortuna.
Cada uno siguió un camino distinto. El mayor se encontró con un viejo que le preguntó adónde iba y qué pensaba hacer.
‑ Quiero aprender un oficio ‑contestó el joven.
Entonces el hombre le dijo:
‑ Ven conmigo y te enseñaré a ser Ladrón.
‑No ‑contestó él. Ése no es un oficio honrado; quiero demasiado a mi cabeza, para exponerla a colgar un día como badajo de campana.
‑No tengas miedo ‑dijo el hombre. Lo que yo te propongo no te conducirá a la horca. Sólo te enseñaré a coger las cosas que nadie quiere y por las que nadie te pueda buscar.
El joven se dejó persuadir y bajo las instrucciones del hombre llegó a ser un Ladrón tan experto, que nada estaba seguro con él, si se proponía hacerlo suyo.
El segundo hermano encontró a otro hombre que le hizo idéntica pregunta.
‑Todavía no sé adónde voy ni lo que quiero ‑le contestó él.
‑ Ven conmigo y serás Astrónomo. Es lo mejor del mundo, pues nada habrá oculto para ti.
Le encantó la idea y llegó a ser un Astrónomo tan sabio, que conocía todas las estrellas. Cuando ya no hubo ninguna oculta para él, su maestro le dio un anteojo y le dijo:
‑Con esto podrás ver cuanto sucede en la tierra y en el cielo. Y no habrá nada oculto para ti.
El tercer hermano fue adiestrado por un Cazador, quien le enseñó tan bien todo lo relacionado con su profesión, que donde ponía el ojo ponía la bala. Cuando estuvo bien enseñado, su maestro le regaló una escopeta y le dijo:
-Esta escopeta no falla nunca: a todo lo que quieras no tienes más que apuntar y será tuyo.
El hermano más joven encontró también un hombre que le preguntó adónde iba y qué pensaba hacer.
‑¿Por qué no te haces Sastre? ‑ le preguntó,
‑Porque no sé nada de ese oficio ‑dijo el joven‑. Y no me parece muy divertido estarme sentado de la mañana a la noche, cose que coserás, y tirando de la aguja sin cesar.
‑¿Cómo puedes decir eso? ‑repuso el hombre‑. Si vienes conmigo, yo te enseñaré a ser Sastre de una manera bien distinta. Es un oficio muy agradable y divertido, y además muy honrado.
Se lo llevó consigo y le enseñó el oficio con todo detalle. Cuando estuvo bien enseñado, le regaló una aguja y le dijo:
‑Con esta aguja podrás coser todo lo que quieras, ya sea tan blando como un huevo, ya tan duro como un hierro; ni las puntadas ni lo añadido se advertirán.
Pasados cuatro años, los hermanos volvieron al cruce del camino, donde se encontraron. Abrazáronse unos a otros y, juntos, se apresuraron a volver a casa de su padre.
‑iBien, bien! ‑dijo el buen hombre, muy contento de volverlos a ver. ¿Qué viento os ha traído de nuevo a mi lado?
Cada uno le explicó cuanto le sucediera y el oficio que había elegido. Estaban sentados frente a la casa, bajo un árbol espeso, y su padre les dijo:
‑Ahora enseñadme cada uno lo que sois capaces de hacer.
Y dirigiéndose al hijo segundo añadió:
‑En la rama más alta de este árbol hay un nido de pinzones; ¿puedes decirme cuántos huevos hay en él?
El Astrónomo cogió su lente y contestó en seguida:
‑Hay cinco huevos.
Entonces el padre dijo al hijo mayor:
‑Roba los huevos del nido sin que lo advierta el pájaro que está sobre ellos.
El hábil Ladrón trepó por el árbol y cogió los cinco huevos tan sutilmente, que el pájaro que estaba encima de ellos no se dio cuenta. Después se, los dio al padre. Los tomó el buen hombre y poniendo un huevo en cada esquina de la mesa y otro en medio, dijo al Cazador:
‑Ahora trata de atravesar los cinco huevos con un solo tiro.
El Cazador disparó su escopeta y partió cada huevo justo por la mitad, con un solo disparo, tal como su padre deseaba.
‑Ahora te ha llegado la vez ‑dijo el padre a su hijo pequeño; ‑tu tarea será volver a coser los huevos y los pajarillos que hay dentro de ellos, y todo de manera tan limpia que no se note la señal hecha por el tiro.
El Sastrecillo enhebró su aguja y cosió los huevos tal como el padre le había ordenado. Cuando terminó, el Ladrón volvió a subir al árbol y colocó los huevos debajo del pinzón, sin que éste lo advirtiera. Pocos días después, los pajarillos salieron del cascarón, sin otra señal que una línea roja por el sitio donde el Sastrecillo los había cosido.
‑Ciertamente ‑ dijo el buen hombre a sus hijos‑, estoy orgulloso de vuestra destreza. Habéis aprovechado el tiempo y aprendido cosas muy útiles. Pero no sé aún cuál es de vosotros el que merece mejor premio. Solamente espero que pronto tendréis ocasión de emplear bien vuestra habilidad.
Poco tiempo después, cundió una gran alarma en el país: la única hija del Rey había sido raptada por un terrible dragón.
El Rey suspiraba por ella noche y día e hizo proclamar que quien fuese capaz de devolvérsela, se casaría con la Princesa.
Los cuatro hermanos se dijeron unos a otros:
‑He aquí una oportunidad para probar lo que somos capaces de hacer.
Y juntos fueron a libertar a la Princesita.
‑Pronto sabré dónde está ‑dijo el Astrónomo; y miró con su telescopio, añadiendo: Ya la veo. Está lejos, muy lejos de aquí, en una roca situada en medio del mar y tiene al dragón a su lado, vigilándola.
Entonces se fue al Rey y le pidió un barco para cruzar el mar y llegar a la roca él y sus hermanos.
Encontraron a la Princesa todavía en la roca; el dragón estaba dormido, con la fea cabeza en el regazo de la doncella. El Cazador exclamó:
‑No me atrevo a disparar. Temo matar a la hermosa joven.
‑Ésta es mi ocasión ‑dijo el Ladrón. Y robó a la doncella de junto al monstruo. Y lo hizo tan suave y hábilmente, que el dragón no se dio cuenta de nada. Locos de alegría, llevaron a la joven al barco y navegaron hasta alta mar. Mas el dragón, al despertar, echó de menos a la Princesa y se remontó por los aires enfurecido.
Volando, volando, alcanzó al barco y estaba ya sobre él, amenazando hundirlo en el mar, cuando el Cazador, tomando su escopeta, disparó y le atravesó el corazón. El monstruo cayó muerto, pero era tan grande y pesado, que al caer arrastró consigo al buque en que iban los hermanos y la doncella, que se asieron a las tablas que encontraron aquí y allá, sosteniéndose a flote.
Estalló una tempestad y las frágiles tablas ofrecían poca resistencia. Entonces el Sastre, sacando su aguja maravillosa, recogió las tablas que flotaban sobre el agua y las cosió tan bien que de nuevo volvió a formarse, sana y salva, la nave, en la cual regresaron los jóvenes y la Princesa a su país.
El Rey, al volver a ver a su hija, sintió un inmenso gozo y dijo a los cuatro hermanos:
‑Uno de vosotros será su esposo; pero solo uno. Decid vosotros mismos cuál se ha de casar con ella.
Los cuatro hermanos comenzaron a disputar, pues cada uno creía tener más derecho que los demás.
El Astrónomo dijo:
‑Si yo no hubiese descubierto a la Princesa, todas vuestras artes hubieran sido inútiles; por lo tanto, es mía.
Dijo el Ladrón:
‑Y si yo no la hubiese sacado de debajo del dragón, ¿de qué hubiera servido descubrirla? La Princesa es mía.
Dijo el Cazador:
‑Todo eso es verdad, pero si yo no hubiese matado al monstruo, la Princesa no existiría. Es mía, por tanto.
Y dijo el Sastre:
‑Si yo no hubiese cosido de nuevo el barco para volver, todos hubiéramos perecido en la mar. La Princesa ha de ser para mí.
Dijo el Rey:
‑Cada uno de vosotros tiene igual derecho; pero como no puede ser para los cuatro, mejor es que no sea para ninguno. Yo, como premio, daré a cada uno de vosotros una cuarta parte de mi reino.
Los hermanos aceptaron, satisfechos, esta decisión, exclamando:
‑Mejor es así, y no tendremos que pelearnos más.
Cada uno recibió, pues, una parte del reino, y vivieron felices con su padre hasta el fin de sus días.

1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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