Trátase de una pequeña capital de distrito, que, según
la expresión del celador de la cárcel, no se encuentra ni con telescopio en los
mapas. Todo está silencioso y tranquilo bajo el sol ardiente del mediodía.
Desde el Ayuntamiento, y hacia la fila de tiendas del
mercado, se dirige lentamente la comisión sanitaria compuesta del médico, del
inspector de policía, de dos procuradores del Ayuntamiento y de un diputado
comercial. Detrás de ellos caminan respetuosamente los municipales... La ruta
de la comisión, como la del infierno, está sembrada de buenos propósitos; los
señores sanitarios andan hablando de la sociedad, de los malos olores, de
medidas preventivas y de otras materias semejantes, propias del tiempo del cólera.
Las conversaciones son tan instructivas, que el inspector de policía se
entusiasma y, volviéndose hacia los otros, declara:
-Así es como tendríamos que reunirnos y discutir las
cuestiones de interés público con más frecuencia. Además, da gusto; se siente
uno en sociedad, en vez de dedicarnos al chismorreo y a las querellas. ¿No le
parece justo lo que digo?
-¿Por quién vamos a empezar? -pregunta el diputado
comercial volviéndose hacia el médico y hablando con un aire de verdugo
escogiendo su víctima-. ¿No le parece conveniente ir primeramente a la tienda
de Ocheinikef? Es un bribón..., y además es hora que le llamemos al orden. El
otro día me trajeron de su tienda sémola que estaba llena de... ustedes
dispensarán, de inmundicias de ratones ... Mi esposa no se atrevió a comerla.
-¿Por qué no? Si quiere usted ir a la tienda de
Ocheinikef, que sea así -replica el médico con indiferencia.
Los señores de la comisión entran en la tienda de «té,
café, azúcar y otros comestibles, de A. M. Ocheinikef» y, sin gastar más
palabras, empiezan la inspección.
-¡Muy bien! -dice el médico, contemplando las hermosas
pirámides de jabón. ¡Qué torres Eiffel has construido! ¡Mirad qué inventos!... ¡Hum!...,
pero ¿qué significa esto? Miren ustedes, señores ¡Demian Gavrilovitch corta el
jabón y el pan con el mismo cuchillo!
-¡Esto no traerá el cólera! -interviene el dueño de
la tienda.
-¡Tienes razón; pero es asqueroso!... ¡Yo también te
compro el pan!
-No se incomode usted. Para los clientes de más
importancia tenemos un cuchillo especial. Puede usted comerlo tranquilamente...,
se lo juro...
El inspector de policía pestañea largo rato con sus
ojos miopes mirando el jamón; lo raspa con la uña, lo huele, soplando, y luego,
palpándolo, interroga:
-¿Es con trichina?
-¿Qué me dice? ¡Por Dios! ¡Puede usted suponerlo!
El inspector se turba, se aparta del jamón y se fija
en la lista de los precios de tés de la casa Asmalof &.
El diputado comercial mete la mano en el barril con
sémola y su mano tropieza allí con algo blando, velludo y caliente... Mira
adentro, y la admiración y la ternura resplandecen en su semblante:
-¡Minino!... Minino!... -balbucea. Se han hecho un
nidito en la sémola, y duermen... están blanditos... Mándame, Demian Gavrilovitch,
un gatito a mi casa.
-Con mucho gusto... Señores: sírvanse inspeccionar
los entre-meses, los embutidos, el queso... Aquí está el balik[1].
El balik lo recibí el jueves pasado; es de lo mejor... Michka, ¡trae el
cuchillo!...
Los presentes cortan trozos del balik, lo huelen y lo
saborean.
-Tomaré yo también un bocadito -dice como hablando
consigo mismo el dueño de la tienda, Demian Gavrilovitch. Tenía yo por ahí una
botellita... Bebiendo un trago la comida sabe mejor... Michka, ¡venga la
botella!...
Michka, con los carrillos hinchados y los ojos
dilatados, descorcha la botella y la coloca en el mostrador.
-Beber en ayunas... -observa el inspector de policía
rascándose la nuca. En tal caso, una solaxnente, y que sea pronto, Demian
Gavrilovitch; es que no tenemos tiempo.
Un cuarto de hora después, los sanitarios, enjugándose
los labios y mondándose los dientes con cerillas, se encaminan hacia la tienda
de Goloribenko. Pero, como si fuera a propósito, la entrada está obstruida...
Unos cinco mocetones están atareados sacando un gran barril de manteca,
-¡Hacia la derecha!... ¡Déjalo rodar!... ¡Tira, tira
de este lado!... ¡Pon una viga por debajo!... ¡Qué diablo! ¡Señores,
apártense; les aplastaremos los pies!
El barril se encaja en la puerta y no hay quien lo
saque... Los mozos lo empujan con toda la fuerza, soplan y se injurian mutuamente.
Cuando, a consecuencia de tantos esfuerzos, el aire
pierde su pureza, el barril sale por fin; pero inmediatamente torna, y rodando
vuelve a encajarse sólidamente en el dintel de la puerta.
-¡Diablo! -exclama el inspector. Vamos a casa de
Schibukin; estos demonios se quedarán aquí hasta la noche.
Pero la tienda de Schibukin está cerrada.
-¡Si estaba abierta hace poco! -dicen asombrados los
sanitarios. Cuando entrábamos en casa de Ocheinikef, Schibukin estaba delante
de su puerta enjuagando una tetera de cobre. ¿Dónde está? -preguntan a un
mendigo que está sentado al lado de la tienda cerrada.
-¡Una limosnita por el amor de Dios! -entona el
mendigo con voz ronca. ¡Tengan piedad de un lisiado, por el amor de Dios!¡Por
el descanso de las almas de sus padres!...
Los sanitarios le manifiestan con la mano su
impaciencia y se alejan todos, excepto el procurador del Ayuntamiento,
Pliumin, que le da al mendigo un copec, y luego, como asustado, se persigna y
corriendo alcanza a los demás.
Al cabo de dos horas, la comisión regresa; todos
tienen el aspecto cansado y fatigado; pero no han ido en balde: un municipal
lleva triunfalmente detrás de ellos una cesta con manzanas podridas.
-Ahora, después de haber trabajado, conviene tomar una
copita -declara el inspector de policía guiñando el ojo y señalando a una
taberna. ¡Vamos a reponernos! ¡Sí; no estaría mal! Entremos si les parece.
Los sanitarios entran en la taberna y siéntanse
alrededor de una mesa coja. El inspector hace una señal al dependiente, y
varias botellas aparecen en la mesa.
-¡Qué fastidio que no haya nada para tomar un
bocadito! -dice el diputado comercial tragando de un golpe el contenido de una
copa y haciendo una mueca. ¿No tendrías tú siquiera algunos pepinos?...
¡Cualquier cosa! ...
El diputado se vuelve hacia el municipal y escoge una
manzana, menos podrida que las demás.
-¡Vaya!... ¡Si hay aquí algunas que no están del todo
echadas a perder! -advierte el inspector. ¡Escogeré también una! Puedes dejar
la cesta en la mesa y elegiremos las mejores. En cuanto a las demás, podrás
destruirlas después. ¡Anikita Ivanovitch, eche usted vino! Convendría reunirnos
más frecuentemente y discutir sobre las medidas necesarias...; pero vivimos
como en un desierto; no hay ni vida social, ni casinos, ni instrucción... ¡Como
si viviéramos en Australia! ¡Una copita más! ¡Échense, señores! ¡Doctor! Esta
manzana la escogí para usted.
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-¡Señor inspector! ¿ Qué hago con esta cesta? -le dice
al inspector de Policía el municipal, cuando la comisión sale de la taberna.
-¿La cesta?... ¿Cuál de ellas? ¡Ah..., ya!...
Destruirla al mismo tiempo que las manzanas ... ¿Comprendes? Está contagiada...
-Las manzanas se las han comido ustedes.
-¡Ah!..., pues me alegro mucho. Vete a mi casa y dile
a mi señora que no se enfade... que me voy una horita... a casa de Pliumin, a
dormir... ¿Comprendes? A dormir un ratito... en los brazos de Morfeo.
Y lanzando miradas al cielo, el inspector mueve
tristemente la cabeza, levanta los brazos y dice:
-¡Así se pasa la vida!...
1.014. Chejov (Anton) - 071
[1] Filete
de pescado ahumado.
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