Jaana
arrebató el freno de la mano abierta de su hermano y tiró de él con toda su
fuerza, hasta que el trineo paró.
-Tulo,
¿qué te pasa?
-Nada,
¿por qué?
-Creía
que íbamos a la escuela a decir al señor Nobis que le daríamos nuestra estrella.
-Allá
vamos.
-Tulo
-insistió la niña, sacudiendo la cabeza con desesperación, ya dejamos la
escuela atrás... ¿Estás enfermo?
No has dicho
una palabra desde que salimos de casa.
-Perdóname,
Jaana -replicó el chico en un tono monótono, extraño e insólito. He estado
pensando en muchas cosas. Algún día lo entenderás.
Tulo
volvió a tomar el freno e hizo que su viejo animal apuntara en dirección al
lugar de donde venían. Varios perros, que no dejaban de ladrar,
escoltaron su trinca
que ruidosamente se abría camino
a través de la oscuridad de la mañana, al rítmico golpe del cascabel que
colgaba del cuello de Kala.
Encontraron a
Arrol Nobis leyendo
en su salón vacío.
Tan pronto como
lo vio, Jaana dijo exabrupto:
-Señor ¡vamos
a darle nuestra nueva estrella para la escuela!
La cabeza
del joven maestro
se sacudió como si le hubiesen
dado un golpe. Cuando logró recuperarse de la sorpresa, se levantó y abrazó a
los dos alumnos.
-Gracias,
Tulo y Jaana. Su generoso ofrecimiento
me ha conmovido
hondamente.
Gracias
a gente como ustedes, Kalvala es un sitio hermoso, a pesar de sus tierras
estériles y de su clima terrible.
El
maestro volvió a su silla y bajó la cabeza. Su voz sonaba apagada:
-Lo
único que nos hace ricos es lo que damos, y sólo nos empobrece lo que nos guardamos.
Mira, Tula, desde que fui a tu cabaña y te ofrecí ayuda pare entrar a la
universidad a cambio de tu estrella, me he sentido muy avergonzado de mí mismo.
Yo debí haber tratado
de ayudarte todo
el tiempo... con amor.
En vez de
hacerlo así, dejé
que mi egoísmo pusiera precio a
mi amistad y traté de obligarte a asegurarte el futuro con el tesoro más
preciado que posees
en este momento.
Tulo y Jaana nunca
habían visto a su
maestro en esa
actitud. El chico
le tocó el brazo con amabilidad y le dijo:
-Señor,
nosotros ni siguiera hemos pensado en que usted me ayude a entrar a la
universidad. Sólo queremos
que tome nuestra estrella para los niños. La universidad
ya no me interesa tanto.
Arrol
Nobis atrajo a Tulo hacia sí y volvieron
a abrazarse. Luego
el maestro mantuvo al discípulo frente a sí, con los
brazos extendidos y lo miró fijamente a los ojos:
-Tu cara
se siente muy caliente y... tus ojos están
muy inyectados. ¿Te sientes bien Tulo?
-Sí... sólo
estoy muy cansado.
¿Aceptará nuestra estrella, señor?
El
maestro sonrió, pero sacudió la cabeza con decisión:
-No, pero
te ayudaré con
la universidad cuando tú
estés dispuesto. En
cuanto a la estrella, te sugiero que des tu hermosa
luz a la iglesia. En todo Kalvala no hay un sitio más adecuado para ella. Fue
la mano de Dios la que dirigió tu cometa hasta la primera estrella... y luego
la segunda. Lo que es de Dios, debe volver a Él.
Tulo
repitió en voz baja:
-Lo que
es de Dios, debe volver a Él.
Arrol Nobis continuó:
-Mis
alumnos sobrevivirán, como todos los niños,
y trabajaremos horas
extra cuando vuelva el
sol. Chicos y
chicas pueden adaptarse a todo, menos a la falta de amor, y
seguramente nunca habrá
escasez de eso en
nuestro pueblo.
Cuando
ya estaban sentados de nuevo en su
trineo, Tulo miró
a su maestro
que se mantenía de pie a la
entrada de la escuela, y dijo:
-¡Lo que
es de Dios, debe volver a Él! Arrol
Nobis asintió con un movimiento de cabeza y se despidió agitando la mano.
El
pastor Bjork estaba solo, sentado en el primer banco de su iglesia. Una pequeña
vela ardía sobre el altar. Niños queridos, qué gusto veros.
He estado aquí
pidiendo perdón a Dios tanto rato, que temo haber perdido
toda noción del tiempo.
Jaana se
mostró extrañada.
-¿Perdón...
para usted?
-Oh sí
-repuso el prelado con tristeza. Yo dejé
que mis intereses
personales, mezquinos, me cegaran
y no me permitieran ver las cosas
que he predicado
y vivido siempre.
Después
de compartir casi todas mis velas y combustible
con los necesitados,
como Dios esperaba que lo
hiciera, perdí la confianza de que nuestra iglesia pudiera sobrevivir a este breve
momento de oscuridad, cuando en realidad ha sobrevivido a la amenaza de las tinieblas de
siglos. Fui a
rogarles que me dieran
su estrella, cuando tantos otros la necesitan
mucho más que
yo. ¡Qué persona
tan indigna y egoísta, me he vuelto en mi vejez!
¡Oh Dios,
líbrame de ese
hombre perverso que soy yo!
Los dos chicos
empezaron a retroceder temblorosos, dispuestos a salir de
la iglesia, sin dar tiempo al pastor Bjork de preguntarles a qué habían
venido.
También
el doctor Malni rechazó la estrella. Precisamente esa mañana -les explicó- el
alcalde le había entregado una pequeña provisión de combustible que mantendría
encendidas sus lámparas y estufa por lo menos una semana. Dio
las gracias más
cordiales a los niños, y les prometió que jamás olvidaría
su generosa oferta. Añadió
que, aunque sentía poca
compasión por LaVeeg
y sus métodos, ciertamente podían
decirse muchas cosas sobre la importancia de la tienda para
la aldea.
-Señor
LaVeeg -anunció Tulo, cuando al fin se puso de pie ante el dueño, que estaba detrás
de la caja registradora: hemos resuelto dejar que tenga nuestra estrella para
su tienda. Puede conservarla aquí hasta que vuelva el sol.
LaVeeg empezó
a sonreír nerviosamente por la alegría, hasta que un
ataque de tos lo hizo doblegarse. Cuando se recuperó, salió de detrás del mostrador
y acarició a los dos pequeños en la mejilla.
-¡Que acierto el suyo! ¡Qué gran acierto! Y
qué lucrativo, podría yo añadir. Mantendré mi palabra, confíen
en mí... confíen.
Nunca se arrepentirán de haber
hecho esto.
-Señor
-dijo Jaana, dando un salto
para llamar la atención
del viejo: Tulo y yo no queremos nada
de su dinero. Estamos prestándole la estrella sólo para que la gente de la
aldea no tenga que venir a hacer sus compras en la oscuridad.
La sonrisa
del dueño se
desvaneció. Se quedó mirando a
Jaana, que se acercó a su hermano.
-¿Qué dicen?
¿Nada de dinero? ¿No quieren nada por la estrella? No entiendo... ¿Por
qué?
Tulo
bajó la vista y explicó:
Nosotros...
queríamos dársela a la escuela.
-Eso
hubiera sido un disparate -respondió prontamente LaVeeg. Nobis no habría podido
pagarles nada... ¡absolutamente nada!
-No queríamos
nada. El señor
Nobis nos dio las gracias, pero
nos dijo que la diéramos al pastor Bjork para su iglesia. El pastor estaba
apenado por haber siquiera osado pedir la estrella, así que nos fuimos a la
clínica y...
-¿Y también
Malni la rechazó?
-gritó con asombro el
comer-ciante. ¿Y por eso han venido aquí?
LaVeeg
se recargó en el mostrador.
-¿Qué tiene
esa estrella? ¿Qué
es lo que me están ocultando?
-Nada.
Es una estrella hermosa.
-Hmmm... no
sé... no sé.
Tengo muchas ganas de la
estrella, pero ¿por qué nadie la quiere? Bjork, Nobis, el doctor... no son
gente muy lista, pero tampoco son tontos. Lo cierto es que
yo tampoco quiero
más problemas aquí. Por
cuanto puedo prever,
la cosa esa podría explotar... o incendiar este
lugar. ¡Podría suceder cualquier cosa! Después de todo, ¿qué sabemos de las
estrellas?
-No
tanto como ellas saben de nosotros.
-¿Qué
cosa, jovencito, qué dijiste?
Tulo clavó
los ojos en
el cielo raso
de la tienda y permaneció en
silencio. LaVeeg dio tal golpe al mostrador, en un gesto de impotencia, que
hizo saltar el
cajón de la
vieja caja registradora. Lo cerró de golpe y gritó:
-Sencillamente, no
puedo correr riesgos.
La cosa
esa podría hacerme perder todos los haberes
de mi vida.
Todo esto podría
arder hasta desmoronarse. He
cambiado de parecer.
No quiero su
estrella. ¡Ahora váyanse!
¡Ya me
han causado suficientes molestias!
Tulo y Jaana emprendieron el regreso a su
cabaña, cantando todo
el tiempo. Antes
de acostarse se sentaron a la mesa para tomar un poco de pastel helado
con café, y después de deliberar un
buen rato decidieron
que tampoco sería justo encerrar a la estrella en su cabaña.
Durante las
siete semanas siguientes, compartieron su brillante árbol
de las estrellas con todos los aldeanos. Tan pronto como terminó la tormenta,
los niños vinieron a jugar al prado. Arrol Nobis dio sus clases junto al árbol,
donde se sentía
calor. El pastor Bjork celebró los oficios religiosos
del domingo allí mismo...
hasta LaVeeg estacionó
su trineo en las
cercanías, lleno de
productos envasados y otra clase de provisiones.
Después, un
buen día... el
peregrino Sol proyectó un pequeño
arco de su esfera de oro por encima del horizonte, y Tulo comprendió que había llegado
la hora de cumplir el trato con la estrella Lirra.
Devolverla al
firmamento no sería
difícil, poniéndola en brazos
de su robusta
cometa roja.
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Credenda con el mundo entero era
otra cosa. Sin
embargo, después de haber vivido bajo el encanto de sus
palabras, día tras día, durante siete semanas, entendió que no había más que
una forma de asegurarse el éxito.
Ante
todo... debía poner a la gente de Kalvala al tanto del inapreciable tesoro que
les había sido entregado por medio de él.
Ellos...
a su modo... y a su debido tiempo... acabarían por presentar el don de la
estrella... a todo el mundo.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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