Translate

viernes, 17 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XVII

Jaana arrebató el freno de la mano abierta de su hermano y tiró de él con toda su fuerza, hasta que el trineo paró. 
-Tulo, ¿qué te pasa? 
-Nada, ¿por qué? 
-Creía que íbamos a la escuela a decir al señor Nobis que le daríamos nuestra estrella. 
-Allá vamos.  
-Tulo -insistió la niña, sacudiendo la cabeza con desesperación, ya dejamos la escuela atrás...  ¿Estás  enfermo?  No  has  dicho  una palabra desde que salimos de casa. 
-Perdóname, Jaana -replicó el chico en un tono monótono, extraño e insólito. He estado pensando en muchas cosas. Algún día lo entenderás. 
Tulo volvió a tomar el freno e hizo que su viejo animal apuntara en dirección al lugar de donde venían. Varios perros, que no dejaban de  ladrar,  escoltaron  su  trinca  que  ruidosamente se abría camino a través de la oscuridad de la mañana, al rítmico golpe del cascabel que colgaba del cuello de Kala. 
Encontraron  a  Arrol  Nobis  leyendo  en  su salón  vacío.  Tan  pronto  como  lo  vio,  Jaana dijo exabrupto: 
-Señor ¡vamos a darle nuestra nueva estrella para la escuela! 
La  cabeza  del  joven  maestro  se  sacudió como si le hubiesen dado un golpe. Cuando logró recuperarse de la sorpresa, se levantó y abrazó a los dos alumnos. 
-Gracias, Tulo y Jaana. Su generoso ofrecimiento  me  ha  conmovido  hondamente.
Gracias a gente como ustedes, Kalvala es un sitio hermoso, a pesar de sus tierras estériles y de su clima terrible. 
El maestro volvió a su silla y bajó la cabeza. Su voz sonaba apagada:  
-Lo único que nos hace ricos es lo que damos, y sólo nos empobrece lo que nos guardamos. Mira, Tula, desde que fui a tu cabaña y te ofrecí ayuda pare entrar a la universidad a cambio de tu estrella, me he sentido muy avergonzado  de  mí  mismo.  Yo  debí  haber tratado  de  ayudarte  todo  el  tiempo...  con amor.  En  vez  de  hacerlo  así,  dejé  que  mi egoísmo pusiera precio a mi amistad y traté de obligarte a asegurarte el futuro con el tesoro  más  preciado  que  posees  en  este  momento. 
Tulo y Jaana  nunca  habían  visto  a  su maestro  en  esa  actitud.  El  chico  le  tocó  el brazo con amabilidad y le dijo: 
-Señor, nosotros ni siguiera hemos pensado en que usted me ayude a entrar a la universidad.  Sólo  queremos  que  tome  nuestra estrella para los niños. La universidad ya no me interesa tanto. 
Arrol Nobis atrajo a Tulo hacia sí y volvieron  a  abrazarse.  Luego  el  maestro  mantuvo al discípulo frente a sí, con los brazos extendidos y lo miró fijamente a los ojos: 
-Tu cara se siente muy  caliente y... tus ojos están muy inyectados. ¿Te sientes bien Tulo? 
-Sí...  sólo  estoy  muy  cansado.  ¿Aceptará nuestra estrella, señor? 
El maestro sonrió, pero sacudió la cabeza con decisión: 
-No,  pero  te  ayudaré  con  la  universidad cuando  tú  estés  dispuesto.  En  cuanto  a  la estrella, te sugiero que des tu hermosa luz a la iglesia. En todo Kalvala no hay un sitio más adecuado para ella. Fue la mano de Dios la que dirigió tu cometa hasta la primera estrella... y luego la segunda. Lo que es de Dios, debe volver a Él. 
Tulo repitió en voz baja: 
-Lo que es de Dios, debe volver a Él. 
Arrol Nobis continuó: 
-Mis alumnos sobrevivirán, como todos los niños,  y  trabajaremos  horas  extra  cuando vuelva  el  sol.  Chicos  y  chicas  pueden  adaptarse a todo, menos a la falta de amor, y seguramente  nunca  habrá  escasez  de  eso  en nuestro pueblo. 
Cuando ya estaban sentados de nuevo en su  trineo,  Tulo  miró  a  su  maestro  que  se mantenía de pie a la entrada de la escuela, y dijo: 
-¡Lo que es de Dios, debe volver a Él!  Arrol Nobis asintió con un movimiento de cabeza y se despidió agitando la mano. 
El pastor Bjork estaba solo, sentado en el primer banco de su iglesia. Una pequeña vela ardía sobre el altar. Niños queridos, qué gusto  veros.  He  estado  aquí  pidiendo  perdón  a Dios tanto rato, que temo haber perdido toda noción del tiempo. 
Jaana se mostró extrañada. 
-¿Perdón... para usted? 
-Oh sí -repuso el prelado con tristeza. Yo dejé  que  mis  intereses  personales,  mezquinos, me cegaran y no me permitieran ver las cosas  que  he  predicado  y  vivido  siempre.
Después de compartir casi todas mis velas y combustible  con  los  necesitados,  como  Dios esperaba que lo hiciera, perdí la confianza de que nuestra iglesia pudiera sobrevivir a este breve momento de oscuridad, cuando en realidad ha sobrevivido a la amenaza de las tinieblas  de  siglos.  Fui  a  rogarles  que  me  dieran su estrella, cuando tantos otros la necesitan  mucho  más  que  yo.  ¡Qué  persona  tan indigna y egoísta, me he vuelto en mi vejez!
¡Oh  Dios,  líbrame  de  ese  hombre  perverso que soy yo! 
Los dos  chicos  empezaron  a  retroceder temblorosos, dispuestos a salir de la iglesia, sin dar tiempo al pastor Bjork de preguntarles a qué habían venido. 
También el doctor Malni rechazó la estrella. Precisamente esa mañana -les explicó- el alcalde le había entregado una pequeña provisión de combustible que mantendría encendidas sus lámparas y estufa por lo menos una semana.  Dio  las  gracias  más  cordiales  a  los niños, y les prometió que jamás olvidaría su generosa  oferta.  Añadió  que,  aunque  sentía poca  compasión  por  LaVeeg  y  sus  métodos, ciertamente  podían  decirse  muchas  cosas sobre la importancia de la tienda para la aldea. 
-Señor LaVeeg -anunció Tulo, cuando al fin se puso de pie ante el dueño, que estaba detrás de la caja registradora: hemos resuelto dejar que tenga nuestra estrella para su tienda. Puede conservarla aquí hasta que vuelva el sol. 
LaVeeg  empezó  a  sonreír  nerviosamente por la alegría, hasta que un ataque de tos lo hizo doblegarse. Cuando se recuperó, salió de detrás del mostrador y acarició a los dos pequeños en la mejilla. 
   -¡Que acierto el suyo! ¡Qué gran acierto! Y qué lucrativo, podría yo añadir. Mantendré mi palabra,  confíen  en  mí...  confíen.  Nunca  se arrepentirán de haber hecho esto. 
-Señor -dijo  Jaana, dando un  salto  para llamar  la  atención  del  viejo: Tulo y yo no queremos nada de su dinero. Estamos prestándole la estrella sólo para que la gente de la aldea no tenga que venir a hacer sus compras en la oscuridad. 
La  sonrisa  del  dueño  se  desvaneció.  Se quedó mirando a Jaana, que se acercó a su hermano. 
-¿Qué dicen? ¿Nada de dinero? ¿No quieren nada por la estrella? No entiendo... ¿Por qué?  
Tulo bajó la vista y explicó: 
Nosotros... queríamos dársela a la escuela. 
-Eso hubiera sido un disparate -respondió prontamente LaVeeg. Nobis no habría podido pagarles nada... ¡absolutamente nada! 
-No  queríamos  nada.  El  señor  Nobis  nos dio las gracias, pero nos dijo que la diéramos al pastor Bjork para su iglesia. El pastor estaba apenado por haber siquiera osado pedir la estrella, así que nos fuimos a la clínica y... 
-¿Y  también  Malni  la  rechazó?  -gritó  con asombro el comer-ciante. ¿Y por eso han venido aquí? 
LaVeeg se recargó en el mostrador. 
-¿Qué  tiene  esa  estrella?  ¿Qué  es  lo  que me están ocultando? 
-Nada. Es una estrella hermosa. 
-Hmmm...  no  sé...  no  sé.  Tengo  muchas ganas de la estrella, pero ¿por qué nadie la quiere? Bjork, Nobis, el doctor... no son gente muy lista, pero tampoco son tontos. Lo cierto es  que  yo  tampoco  quiero  más  problemas aquí.  Por  cuanto  puedo  prever,  la  cosa  esa podría explotar... o incendiar este lugar. ¡Podría suceder cualquier cosa! Después de todo, ¿qué sabemos de las estrellas? 
-No tanto como ellas saben de nosotros. 
-¿Qué cosa, jovencito, qué dijiste? 
Tulo  clavó  los  ojos  en  el  cielo  raso  de  la tienda y permaneció en silencio. LaVeeg dio tal golpe al mostrador, en un gesto de impotencia,  que  hizo  saltar  el  cajón  de  la  vieja caja registradora. Lo cerró de golpe y gritó:
-Sencillamente,  no  puedo  correr  riesgos.
La cosa esa podría hacerme perder todos los haberes  de  mi  vida.  Todo  esto  podría  arder hasta  desmoronarse.  He  cambiado  de  parecer.  No  quiero  su  estrella.  ¡Ahora  váyanse!
¡Ya me han causado suficientes molestias! 
 Tulo y Jaana emprendieron el regreso a su cabaña,  cantando  todo  el  tiempo.  Antes  de acostarse se sentaron a la mesa para tomar un poco de pastel helado con café, y después de  deliberar  un  buen  rato  decidieron  que tampoco sería justo encerrar a la estrella en su cabaña. 
Durante  las  siete  semanas  siguientes, compartieron su brillante árbol de las estrellas con todos los aldeanos. Tan pronto como terminó la tormenta, los niños vinieron a jugar al prado. Arrol Nobis dio sus clases junto al  árbol,  donde  se  sentía  calor.  El  pastor Bjork celebró los oficios religiosos del domingo  allí  mismo...  hasta  LaVeeg  estacionó  su trineo  en  las  cercanías,  lleno  de  productos envasados y otra clase de provisiones. 
Después,  un  buen  día...  el  peregrino  Sol proyectó un pequeño arco de su esfera de oro por encima del horizonte, y Tulo comprendió que había llegado la hora de cumplir el trato con la estrella Lirra. 
Devolverla  al  firmamento  no  sería  difícil, poniéndola  en  brazos  de  su  robusta  cometa roja. 
Compartir Credenda con el mundo entero era  otra  cosa.  Sin  embargo,  después  de haber vivido bajo el encanto de sus palabras, día tras día, durante siete semanas, entendió que no había más que una forma de asegurarse el éxito. 
Ante todo... debía poner a la gente de Kalvala al tanto del inapreciable tesoro que les había sido entregado por medio de él. 
Ellos... a su modo... y a su debido tiempo... acabarían por presentar el don de la estrella... a todo el mundo. 

 1.003. Andersen (Hans Christian)

No hay comentarios:

Publicar un comentario