Como
había sucedido aquel día memorable en que Lirra bajó a la Tierra , al acercarse la
hora de su partida el prado estaba lleno, con todas las familias de la aldea.
Sin embargo, esta vez se congregaron en grupos silenciosos, sin sonreír, como si
estuviesen fuera de la iglesia, en espera de un funeral. Con ojos nublados por
el llanto, Tulo
enrolló varios metros de cordel,
de forma mecánica, y subió poco a poco, por en medio de las ramas, hasta llegar
a Lirra.
-¡Vamos jovencito!
-musitó ella en
tono consolador- No hay razón para lucir tan triste. ¡Volveremos a
vernos!
-¡Ya lo
sé! -respondió él con la misma suavidad.
-Tulo,
tu aspecto y tu voz me parecen muy extraños... como si estuvieras en una
especie de trance. ¿Estás
seguro de poder
realizar este lanzamiento? ¿Estás bien?
-Estoy perfectamente, estrella
Lirra. Por favor, no te preocupes.
-Bueno,
entonces sonríe... y deja de actuar como si tu mundo estuviera a punto de acabarse.
Tulo
asintió con la cabeza e hizo muchos nudos más en la cuerda con la que había envuelto
a la estrella. Luego, ésta preguntó:
-¿Has seguido
pensando en un
plan para presentar Credenda a
los ojos del mundo?
-Confía
en mí Lirra, confía en mí. Ya tengo un plan.
-Confío
en ti, hombrecito... ahora más que nunca, después de haber pasado estas semanas
juntos. Vine a enseñarte y, en cambio, yo soy la que he aprendido mucho de
ti... y de ver actuar a los demás.
Akbar tenía razón.
Todo lo
que los terrícolas necesitan es una luz que los guíe... una estrella de
esperanza, como la llamó tu madre en la
profecía que te hizo. Bueno... hasta
pronto, por ahora.
Te amo, hombrecito.
-Yo
también te amo Lirra.
Tulo
arrojó a su tío las cuatro puntas separadas del cordel que había usado para
envolver la brillante
esfera. Varno las
sujetó al armazón de la cometa.
Después, Tulo volvió a acariciar en
silencio la estrella
y bajó del árbol.
El chico
esperó a que todas las porciones de la cuerda estuvieran bien atadas a la cometa.
Luego preguntó:
-Tío
Varno, si algo llegara a sucederme a mí, ¿cuidarías de Jaana?
Varno lo
miró con una expresión de extrañeza.
-Naturalmente.
Tu tía y yo siempre hemos querido
que vinierais a
vivir con nosotros, para poder
cuidar de ambos.
¿Por qué me haces
esa pregunta en
un momento como éste?
-Es
que... me vino la idea...
-Bueno,
pues deja de pensar en esas cosas y...
¡adelante con nuestro
asunto mientras puedas contar con
este viento fuerte!
Tulo
avanzó cojeando hacia Jaana, que estaba
muy ocupada en
desenrollar el cordel del gran carrete. Se inclinó hacia
ella, le quitó las manos del montón de cuerda y las puso sobre su propio pecho.
Luego preguntó:
-Jaana,
¿tú sabes dónde guardo el gran libro verde?
-Sí.
Está en el cajón mayor de tu armario... ¿Por qué?
-¿Me prometes
que si alguna vez me sucede algo se lo darás al señor Nobis? Él sabrá lo que
debe hacer...
-Sí,
claro... pero...
Tulo sonrió
y le dio
un beso en
la nariz.
Luego se
apresuró a volver hasta el gran árbol que ya estaba inclinándose bajo el ímpetu
de los
tibios vientos de
occidente. Estiró la mano para tomar la cuerda y tiró de ella
varios metros, suerte
que Varno tuviera
suficiente para lanzar la cometa hacia lo alto. Al deslizar la
cuerda entre los
dedos, observó que había una
parte débil, donde las fibras se habían separado un poco. Sacó su cuchillo de
caza, hizo dos
cortes, dejó caer
la cuerda arruinada y
con un nudo
juntó las puntas sanas. Todo estaba listo.
A una
señal del sobrino, Varno levantó la cometa sobre su cabeza cerciorándose de que
las cuerdas que
iban del instrumento
a la estrella estuvieran
fuera de las
ramas para sostener la cometa.
Luego Tulo hizo otra seña y Varno lanzó la gigantesca cometa a lo alto.
El
sonido del viento al chocar contra el lienzo rojo fue tan fuerte como el
disparo de un rifle. Mientras la multitud lanzaba un gemido.
Varno
volvió rápidamente la cabeza hacia el árbol, para contemplar la estrella. Las
cuatro cuerdas atadas al globo de plata se estiraron.
La
cometa se sacudió con violencia al tirar de la estrella. Por fin ésta se
hallaba libre... oscilaba como un péndulo
de periodo breve, de tonalidades rosadas y argénteas, a medida
que seguía elevándose en pos de la cometa escarlata, que
subía y subía...
penetrando cada vez más en la oscura luz crepuscular... todos los
ojos estaban fijos
en la estrella, excepto Tulo.
Tulo se
inclinó, y volvió a sacar su cuchillo.
Rápidamente
se
enrolló la cuerda
que subía hasta la
cometa en torno
a la muñeca
izquierda, sujetándola bien,
luego cortó la cuerda dejando libre la porción que iba
elevándose.
La
primera en lanzar un grito fue Jaana.
-¡Tulo,
Tulo! ¡Hermano adorado!
Corrió
hacia su tío y le golpeó el pecho con desesperación.
-¡Tío
Varno, detenlo! ¡Sálvalo! ¡Haz algo... por favor!
Varno
abrazó a Jaana, oprimiéndola contra su pecho, mientras contemplaba con horror,
mezclado de impotencia, a su joven sobrino elevarse hacia
el firmamento, siguiendo
la estela de su amada estrella y de su cometa.
En muy poco
tiempo, todo había desaparecido, incluso la bola resplandeciente, en medio de
aquella plácida penumbra.
Lo único que quedó
a la vista
del atónito pueblo
de Kalvala fueron las primeras estrellas relucientes de un temprano
anochecer de primavera.
1.003. Andersen (Hans Christian)
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