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viernes, 17 de enero de 2014

El don de la estrella - Cap. XVIII

Como había sucedido aquel día memorable en que Lirra bajó a la Tierra, al acercarse la hora de su partida el prado estaba lleno, con todas las familias de la aldea. Sin embargo, esta vez se congregaron en grupos silenciosos, sin sonreír, como si estuviesen fuera de la iglesia, en espera de un funeral. Con ojos nublados  por  el  llanto,  Tulo  enrolló  varios metros de cordel, de forma mecánica, y subió poco a poco, por en medio de las ramas, hasta llegar a Lirra. 
-¡Vamos  jovencito!  -musitó  ella  en  tono consolador- No hay razón para lucir tan triste. ¡Volveremos a vernos! 
-¡Ya lo sé! -respondió él con la misma suavidad. 
-Tulo, tu aspecto y tu voz me parecen muy extraños... como si estuvieras en una especie de  trance.  ¿Estás  seguro  de  poder  realizar este lanzamiento? ¿Estás bien? 
-Estoy  perfectamente,  estrella  Lirra.  Por favor, no te preocupes. 
-Bueno, entonces sonríe... y deja de actuar como si tu mundo estuviera a punto de acabarse. 
Tulo asintió con la cabeza e hizo muchos nudos más en la cuerda con la que había envuelto a la estrella. Luego, ésta preguntó: 
-¿Has  seguido  pensando  en  un  plan  para presentar Credenda a los ojos del mundo? 
-Confía en mí Lirra, confía en mí. Ya tengo un plan. 
-Confío en ti, hombrecito... ahora más que nunca, después de haber pasado estas semanas juntos. Vine a enseñarte y, en cambio, yo soy la que he aprendido mucho de ti... y de ver  actuar  a  los  demás.  Akbar  tenía  razón.
Todo lo que los terrícolas necesitan es una luz que los guíe... una estrella de esperanza, como la llamó tu madre  en la profecía que te hizo.  Bueno...  hasta  pronto,  por  ahora.  Te amo, hombrecito. 
-Yo también te amo Lirra. 
Tulo arrojó a su tío las cuatro puntas separadas del cordel que había usado para envolver  la  brillante  esfera.  Varno  las  sujetó  al armazón de la cometa. Después, Tulo volvió a  acariciar  en  silencio  la  estrella  y  bajó  del árbol. 
El chico esperó a que todas las porciones de la cuerda estuvieran bien atadas a la cometa. Luego preguntó: 
-Tío Varno, si algo llegara a sucederme a mí, ¿cuidarías de Jaana? 
Varno lo miró con una expresión de extrañeza. 
-Naturalmente. Tu tía y yo siempre hemos querido  que  vinierais  a  vivir  con  nosotros, para  poder  cuidar  de  ambos.  ¿Por  qué  me haces  esa  pregunta  en  un  momento  como éste? 
-Es que... me vino la idea... 
-Bueno, pues deja de pensar en esas cosas y...  ¡adelante  con  nuestro  asunto  mientras puedas contar con este viento fuerte! 
Tulo avanzó cojeando hacia Jaana, que estaba  muy  ocupada  en  desenrollar  el  cordel del gran carrete. Se inclinó hacia ella, le quitó las manos del montón de cuerda y las puso sobre su propio pecho. Luego preguntó: 
-Jaana, ¿tú sabes dónde guardo el gran libro verde? 
-Sí. Está en el cajón mayor de tu armario... ¿Por qué? 
-¿Me prometes que si alguna vez me sucede algo se lo darás al señor Nobis? Él sabrá lo que debe hacer... 
-Sí, claro... pero... 
Tulo  sonrió  y  le  dio  un  beso  en  la  nariz.
Luego se apresuró a volver hasta el gran árbol que ya estaba inclinándose bajo el ímpetu de  los  tibios  vientos  de  occidente.  Estiró  la mano para tomar la cuerda y tiró de ella varios  metros,  suerte  que  Varno  tuviera  suficiente para lanzar la cometa hacia lo alto. Al deslizar  la  cuerda  entre  los  dedos,  observó que había una parte débil, donde las fibras se habían separado un poco. Sacó su cuchillo de caza,  hizo  dos  cortes,  dejó  caer  la  cuerda arruinada  y  con  un  nudo  juntó  las  puntas sanas. Todo estaba listo. 
A una señal del sobrino, Varno levantó la cometa sobre su cabeza cerciorándose de que las  cuerdas  que  iban  del  instrumento  a  la estrella  estuvieran  fuera  de  las  ramas  para sostener la cometa. Luego Tulo hizo otra seña y Varno lanzó la gigantesca cometa a lo alto.
El sonido del viento al chocar contra el lienzo rojo fue tan fuerte como el disparo de un rifle. Mientras la multitud lanzaba un gemido.
Varno volvió rápidamente la cabeza hacia el árbol, para contemplar la estrella. Las cuatro cuerdas atadas al globo de plata se estiraron.
La cometa se sacudió con violencia al tirar de la estrella. Por fin ésta se hallaba libre... oscilaba como  un  péndulo  de  periodo breve,  de tonalidades rosadas y argénteas, a medida que seguía elevándose en pos de la cometa escarlata,  que  subía  y  subía...  penetrando cada vez más en la oscura luz crepuscular... todos  los  ojos  estaban  fijos  en  la  estrella, excepto Tulo. 
Tulo se inclinó, y volvió a sacar su cuchillo.
Rápidamente  se  enrolló  la  cuerda  que  subía hasta  la  cometa  en  torno  a  la  muñeca  izquierda,  sujetándola  bien,  luego  cortó  la cuerda dejando libre la porción que iba elevándose.  
La primera en lanzar un grito fue Jaana. 
-¡Tulo, Tulo! ¡Hermano adorado! 
Corrió hacia su tío y le golpeó el pecho con desesperación.
-¡Tío Varno, detenlo! ¡Sálvalo! ¡Haz algo... por favor! 
Varno abrazó a Jaana, oprimiéndola contra su pecho, mientras contemplaba con horror, mezclado de impotencia, a su joven sobrino elevarse  hacia  el  firmamento,  siguiendo  la estela de su amada estrella y de su cometa. 
En muy poco tiempo, todo había desaparecido, incluso la bola resplandeciente, en medio  de  aquella  plácida  penumbra.  Lo  único que  quedó  a  la  vista  del  atónito  pueblo  de Kalvala fueron las primeras estrellas relucientes de un temprano anochecer de primavera. 

1.003. Andersen (Hans Christian)

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