Erase una vieja que vivía
en una casita algo apartada del pueblo. Tenía una vaca y seis ovejas, pero la
cerca del corral estaba bastante estropeada. En invierno, ya se sabe que rondan
por todas partes los lobos y los osos. Pues bien, precisamente un oso había
cogido la costumbre de acercarse por las noches hasta la casa de esta vieja
para comerse sus ovejas. Hizo un agujero en la cerca por la parte de atrás y se
comió una oveja y luego otra... La vieja se puso entonces a vigilar, y tan
preocupada estaba, que ya no distinguía el día de la noche. De manera que
permanecía siempre en vela, hilando la lana de las ovejas que se había comido
el oso.
El oso llegó varias veces
más hasta por allí cerca para ver si podía comerse alguna otra oveja. Pero,
¡quiá! Apenas se aproximaba, oía rechinar la puerta: era la vieja que salía al
corral.
Muy fastidiado, el oso
cambió de táctica y, en lugar de acercarse por la parte trasera, llegaba hasta
debajo de una ventana y se ponía a cantar:
Cruje, cruje, cruje…
Cruje, pata de palo,
Mientras duerme el agua
Y duerme la tierra
Y sólo una abuela
Está siempre en vela,
Dándole a la rueca...
La vieja se asomaba al
portón para ver quién cantaba aquella canción tan bonita, y el oso volvía
corriendo a la parte trasera, le echaba la garra a una oveja y escapaba al
bosque con ella. Hasta que acabó con todas las ovejas.
La pobre viejecita echó
entonces abajo su isba y se marchó a casa de un hermano suyo, donde vivieron
juntos, tan campantes, sin que les ocurrieran más percances.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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