Buscó en lugar escondido, lejos de gallineros y
corrales, un rincón desierto donde fundar su Ferney, y habiendo descubierto un
ribazo verdeante, corrientes aguas, arboleda sonora y fresca, resolvió sentar
allí sus penates. Llamó una pareja de castores que, con otros muchos, estaban
construyendo un dique en el propio río, y los alquiló para la nueva vivienda.
En el interín, nuestro hurón se pone en campaña para
el ornato del futuro oratorio. Ante todo frecuenta un ejecutante de arpa para
aprender música y poder acompañarse en el canto del Salterio los días de
repique gordo y mantel largo; pero comprende, al cabo de seis lecciones, que la
cosa va a ser al cuento de nunca acabar :
-"¡Quien me mete a mí en solfeos y en cuerdas de arpa,
por vida del rey David! ¿Ni qué necesidad tengo ¡voto a la llave de Sol de
desgañitarme cantando salmos! Con llevar a la ermita una escolanía de gallos,
gallinas y pollitos icátate el coro formado! En otros tiempos me vi yo mano a
mano con ellos, y conozco su canto; volveremos a los antiguos y honestos
tratos. Antífonas, salmos, himnos, versículos, tractos y responsos saldrán,
cantados a capella, mucho mejor que
acompañados con orquesta.
Resuelto el problema filarmónico, había que afrontar
el pictórico. Entra en el taller de un maestro, y se hace de varios adefesios
encuadrados de cacería, con halcones, azores, milanos y neblíes tan bien
pintados como las pinturas de Orbaneja, pintor de Ubeda, el cual preguntándole
qué pintaba, respondía: "Lo que saliere". Tal vez pintaba un gallo,
de tal suerte y tan bien parecido, que era menester que con letras góticas
escribiese junto a él: éste es gallo. Remitida a destino la cinegética
colección de cuadros, nuestro anacoreta pasó luego a un taller, de escultor
(marmolería, que decimos ahora, por ser más poética locución), en busca de una
estatua de san Dimas, Patrono de los cacos convertidos, y de los ladrones en
vías de arrepentimiento. (Olvidábaseme decir que el ermitaño hurón no quería
para su convento laico ni cuadros de la Pasión, ni escenas dei Evangelio, ni
Santos penitentes, dando por razón que como era enfermo "de los hígados e
hipocondrios" no le convenían visiones, dolorosas, sino reconfortantes.
Así a san Dimas no lo quería en la cruz, sino al natural. Es decir que el tipo
venía a ser como un primo del Ratón que
renunció al mundo).
Entró, pues, el novel solitario en el taller, y
detúvose ante un busto hermoso de yeso, más grande que natura, hueco por deutro,
que representaba un héroe, o un grande de la Corte; miróle de hito en hito,
huroneó por dentro, admiró la testa tan perfectamente acabada y sentencib :
...-"¡Soberbia, monumental cabeza, pero sin pizca
de sesos!"
El taller
de mármol es el mundo, el busto personifica a tanto ignorante cargado de oro, a
tanto ente blasonado, a tanto mandón cuasi analfabeto, todos ellos verdaderos
mascarones de teatro. Podrán impresionar al vulgo incompetente, pero al entendido
lo hacen sonreír".
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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