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viernes, 22 de marzo de 2013

El hurón y el busto

Erase un hurón, arrepentido de su vida anterior (vida más bien de foragido que de agente de Policía), y resuelto a hacer radical mudanza de costumbres.
Buscó en lugar escondido, lejos de gallineros y corrales, un rincón desierto donde fundar su Ferney, y habiendo descu­bierto un ribazo verdeante, corrientes aguas, arboleda sonora y fresca, resolvió sentar allí sus penates. Llamó una pareja de castores que, con otros muchos, estaban construyendo un dique en el propio río, y los alquiló para la nueva vivienda.
En el interín, nuestro hurón se pone en campaña para el ornato del futuro oratorio. Ante todo frecuenta un ejecutante de arpa para aprender música y poder acompañarse en el canto del Salterio los días de repique gordo y mantel largo; pero comprende, al cabo de seis lecciones, que la cosa va a ser al cuento de nunca acabar :
-"¡Quien me mete a mí en solfeos y en cuerdas de arpa, por vida del rey David! ¿Ni qué necesidad tengo ¡voto a la lla­ve de Sol de desgañitarme cantando salmos! Con llevar a la ermita una escolanía de gallos, gallinas y pollitos icátate el coro formado! En otros tiempos me vi yo mano a mano con ellos, y conozco su canto; volveremos a los antiguos y honestos tratos. Antífonas, salmos, himnos, versículos, tractos y respon­sos saldrán, cantados a capella, mucho mejor que acompañados con orquesta.
Resuelto el problema filarmónico, había que afrontar el pictórico. Entra en el taller de un maestro, y se hace de varios adefesios encuadrados de cacería, con halcones, azores, milanos y neblíes tan bien pintados como las pinturas de Orbaneja, pintor de Ubeda, el cual preguntándole qué pintaba, respondía: "Lo que saliere". Tal vez pintaba un gallo, de tal suerte y tan bien parecido, que era menester que con letras góticas escri­biese junto a él: éste es gallo. Remitida a destino la cinegética colección de cuadros, nuestro anacoreta pasó luego a un taller, de escultor (marmolería, que decimos ahora, por ser más poé­tica locución), en busca de una estatua de san Dimas, Patrono de los cacos convertidos, y de los ladrones en vías de arrepenti­miento. (Olvidábaseme decir que el ermitaño hurón no quería para su convento laico ni cuadros de la Pasión, ni escenas dei Evangelio, ni Santos penitentes, dando por razón que como era enfermo "de los hígados e hipocondrios" no le convenían visio­nes, dolorosas, sino reconfortantes. Así a san Dimas no lo que­ría en la cruz, sino al natural. Es decir que el tipo venía a ser como un primo del Ratón que renunció al mundo).
Entró, pues, el novel solitario en el taller, y detúvose ante un busto hermoso de yeso, más grande que natura, hueco por deu­tro, que representaba un héroe, o un grande de la Corte; miróle de hito en hito, huroneó por dentro, admiró la testa tan perfec­tamente acabada y sentencib :
...-"¡Soberbia, monumental cabeza, pero sin pizca de sesos!"

El taller de mármol es el mundo, el busto personifica a tanto ignorante cargado de oro, a tanto ente blasonado, a tanto mandón cuasi analfabeto, todos ellos verdaderos mascarones de teatro. Podrán impresionar al vulgo incompetente, pero al en­tendido lo hacen sonreír".

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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