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viernes, 22 de marzo de 2013

El mono rey

El león de Aksoum había muerto.
Concluidas las exequias, hubo gran asamblea de animales en el desierto de Danakil para la elección del nuevo monarca. Se convino en que el dueño de la testa sobre la cual encajase perfectamente la corona real sería entronizado. Con todas las ceremonias de rúbrica fué traída la diadema, sacada de su enor­me estuche y colocada en un estrado, por donde fueron desfi­lando los candidatos. A unos, les venía demasiado estrecha (elefantes, rinocerontes, hipopótamos y todos los vacunos) a otros, demasiado ancha (tigre, jirafa, lobo, gato, caracol).
Por fin llegó el Mono: subió riendo, con muecas, al estra­do, saludó con mil ceremonias la honorable asamblea, echó ma­nos de la real corona, la besó, miró y remiró en todas las posi­ciones, a la sombra, al rayo de sol, a contraluz, la hizo mil zala­mas y, finalmente, se la llevó a la cabeza que pasó, junto con los hombros, como por un aro. Entonces dió comienzo a toda una serie de piruetas, pinicos y juegos malabares. Los asisten­tes aplaudieron con zarpas y pezuñas como animales, e hicie­ron víctima al Mono de tan bestial ovación que por poco no perdió los tímpanos y aun la vida el rey cuadrumano. Fué ele­gido por unanimidad de votos, aun el del zorro, que votó por el mono, muy a su pesar, obedeciendo a la orden del caudillo de su partido, un lobo reblandecido.
Pero disimuló muy bien el raposo y, cuando le llegó el turno de prestar pleito homenaje, hízolo con todo garbo. Más aún, doblando el espinazo hasta darle la forma de un acento circunflejo, dijo en tono misterioso al rey:
-"Conozco, sire, un tesoro, enterrado en tina mina aban­donada, del que nadie tiene la menor noticia. Ahora bien, se­gún el Código de Minas y el derecho real, los tesoros escondidos son patrimonio de la casa reinante, y las minas deben ser denun­ciadas al Estado".
Conforme iba hablando el raposo, abría el mico más ojos que un queso y, concluida la relación, quiso, sin decir oste ni moste, apoderarse personalmente de las riquezas fabulosas.
La tarde llegaba a su ocaso, la asamblea en pleno estaba meren-dando, el acceso a la mina quedaba expedito: corriendo en dos y en cuatro manos, trepando plantas, saltando fosos, llega el flamante rey al lugar descrito por el zorro... y queda atrapado por un lazo corredizo que lo sujeta y balancea por los aires.
La gente zorruna llama a rebato, acude la asamblea, todos contemplan al Mono enlazado, y el raposo, tomando la palabra, pregunta:
"¿Será posible que sea -nuestro rey quien no sabe regirse a sí mismo? ¿Aceptaréis, ciudadanos, semejante monarca?".
Un estruendo que hizo retemblar el desierto en un formida­ble acorde disonante y que significaba "¡No!", fué la respuesta.
Abdicó al punto el Mono codicioso, y los asambleistas deci­dieron, némine discrepante, vivir al natural, es decir, anárqui­camente, sin más ley que el personal capricho, esperando la lle­gada de un nuevo león... que no tardó en llegar del Coliseo de Roma.

1.087.1 Daimiles (Ham) - 017

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