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lunes, 4 de marzo de 2013

Con la ciencia al frente

En relación con este asunto de la «desaparición miste­riosa», de la que hay abundantes ejemplos en cada memoria, viene al caso citar la teoría del Dr. Hern, de Leipsic; no a modo de explicación, a no ser que el lector quiera tomarla en ese sentido, sino por su in­trínseco interés como especulación singular. Este dis­tinguido científico ha expuesto sus opiniones en un libro titulado Verschwinden und Seine Theorie, que ha atraído cierta atención, «en especial -dice un escritor, entre los seguidores de Hegel y los matemáticos que defienden la existencia del llamado espacio no-euclí­deo, es decir, el que tiene más dimensiones que las de longitud, anchura y espesor; espacio en el que sería posible hacer un nudo en una cuerda sin fin y darle la vuelta a una pelota de goma sin "solución de continui­dad" o, en otras palabras, sin romperla ni abrirla.»
El Dr. Hern cree que en el mundo visible hay lugares vacíos, vacua o algo así, agujeros, como si dijéramos, a través de los cuales los objetos animados e inanimados pueden caer en un mundo invisible y no volver a ser vistos ni oídos. La teoría dice más o menos así: el espacio está impregnado de éter lumínico, que es algo material; una sustancia parecida al aire o al agua, aunque infinitamente más atenuada. Toda fuer­za, todas las formas de energía deben propagarse en ese medio; todo proceso que tiene lugar, tiene lugar en él. Pero supongamos que existen cavidades en este medio, por otra parte universal, del mismo modo que existen cavernas en la tierra o agujeros en el queso suizo. En tales cavidades no habría absolutamente nada. Sería un vacío tal que jamás podría reproducirse por medios artificiales; porque si extraemos el aire de un recipien­te, el éter lumínico permanece en él. A través de dichas cavidades no podría pasar la luz, porque no encontra­ría ningún soporte. El sonido tampoco podría salir de ellas; no se podría percibir nada. No habría ni una sola de las condiciones necesarias para la acción de nuestros sentidos. En resumen, en un vacío de ese tipo no podría ocurrir nada. Ahora, en palabras del escritor anteriormente citado, pues el sabio doctor no lo expli­có en ningún sitio de un modo tan conciso: «Un hombre encerrado en un espacio así no podría ver ni ser visto; oír ni ser oído; sentir ni ser sentido; ni vivir ni morir, porque tanto la vida como la muerte son procesos que sólo pueden tener lugar donde hay ener­gía, y en un espacio vacío la energía no podría existir.» ¿Son éstas las horribles condiciones (preguntará algu­no) bajo las que los amigos de los desaparecidos han de pensar que ellos existen, y estarán por siempre condenados a existir?
De modo escueto e imperfecto como aquí se ha enunciado, la teoría del Dr. Hern, en tanto que declara ser una explicación adecuada de «misteriosas desapa­riciones», está expuesta a muchas objeciones evidentes; al menos tal y como la enuncia en la «espaciosa volu­bilidad» de su libro. Pero incluso la exposición que hace su autor no explica los hechos relatados en estos apuntes y, a decir verdad, es incompatible con algunos de ellos: por ejemplo, el sonido de la voz de Charles Ashmore. Pero yo no soy quién para otorgar afinidad a los hechos y a las teorías.

1.007. Briece (Ambrose)


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