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lunes, 13 de enero de 2014

Rumpeles-tijeles

Había una vez un molinero que era muy pobre, pero tenía una buena hija. Un día sucedió que tuvo que ir a hablar con el rey, y para presentarse como persona importante le dijo:
-"Tengo una hija que cuando hila el lino, lo convierte en oro."
El rey dijo al molinero:
-"Ese es un arte que me complace mucho. Si tu hija es tan ingeniosa como dices, tráela mañana a mi palacio, y entonces veré eso que hace."
Y cuando llegaron al palacio, el rey llevó a la muchacha a un cuarto que estaba lleno de lino, le dio una rueda de hilar y un carrete, y le dijo:
-"Ahora ponte a trabajar, y si para mañana temprano no has hilado y convertido este lino en oro, te castigaré."
Enseguida él cerró con llave el cuarto y la dejó sola. Allí, ella se sentó, y no sabía qué hacer. No tenía idea de como hilar y transformar el lino en oro. Y se acongojó tanto, y se sintió tan miserable que se puso a llorar.
Pero de pronto la puerta se abrió, y entró un pequeño hombrecillo, que dijo:
-"Buenos días, señorita molinera, ¿por qué lloras así?"
-"¡Ay!" -contestó la muchacha, "tengo que hilar lino y convertirlo en oro, y yo no sé cómo hacer eso."
-"¿Qué me darías si yo lo hago por ti?" -preguntó el enano.
-"Mi lazo de gargantilla." -dijo la joven.
El hombrecito tomo el lazo, se sentó al frente de la rueda, y "roar." "roar." "roar...", tres vueltas y el carrete se llenó. Entonces puso otro, y "roar…" "roar…" "roar...", tres vueltas y el segundo carrete se llenó. Y así siguió hasta la mañana siguiente, cuando todo el lino quedó hilado y los carretes llenos de oro. Apenas empezada la mañana llegó el rey, y al ver el oro quedó embelesado y asombrado, pero únicamente su corazón se volvió más avaro. Y llevó a la hija del molinero a otra habitación aún más grande, y le ordenó hilar todo aquello en una noche si quería evitar el castigo. La muchacha no sabía como se salvaría, y empezó a llorar, cuando la puerta se abrió de nuevo y el hombrecito apareció y le dijo:
-"¿Qué me darías si yo te hilo y convierto en oro todo ese lino?" 
-"El anillo de mi dedo" -respondió ella.
El enano tomó el anillo y empezó a girar la rueda, y al amanecer ya tenía todo el lino hilado y convertido en brillante oro.
El rey se regocijó sin medida por lo que veía, pero sintió que aún no tenía suficiente oro, y llevó a la doncella a una aún más grande habitación llena también de lino, y le dijo:
-"Tienes que trabajar esto también en el transcurso de la  noche, y si tienes éxito, te haré mi esposa."
-"No me importa que sea hija de un molinero" -pensó él, "no podría encontrar una esposa con mayor riqueza en el mundo entero."
Cuando la joven quedó sola, el enano entró de nuevo por tercera vez, y dijo:
-"¿Qué me darás si te realizo el trabajo esta vez también?"
-"Ya no me queda nada que pudiera darte." -contestó la muchacha.
-"Entonces prométeme que si llegas a ser la reina, me darás a tu  primer hijo." -dijo él.
-"¡Quién sabe para que eso pueda suceder!" -pensó ella. 
No teniendo otra opción para salir de este problema, le prometió al duende lo que pidió, y entonces una vez más él hiló y convirtió el lino en oro.
Y cuando el rey llegó en la mañana, y encontró todo finalizado tal como lo pidió, la tomó en matrimonio, y la buena hija del molinero llegó a ser la reina.
Un año después, ella tuvo un hermoso niño, y jamás volvió a recordar duende. Pero súbitamente éste entro al dormitorio y dijo:
-"Ahora dame lo prometido."
La reina se horrorizó, y le ofreció al enano todas las riquezas del reino si la dejaba con el niño. Pero el duende dijo:
-"No, algo que es viviente es más apreciado por mí que todos los tesoros del mundo."
Entonces la reina empezó a llorar y gritar tan amargamente que el duende se compadeció.
-"Bien, te daré tres días de tiempo" -dijo él, "si para ese tiempo averiguas mi nombre, podrás quedarte con el niño."
Así, la reina pasó toda la noche pensando en todos los nombres que ella hubiera oído antes, y envió un mensajero por todo el reino para preguntar, a lo ancho y largo, por todos los nombres que hubiera. 
Cuando al día siguiente llegó el duende, ella empezó a mencionar "Melchor", "Gaspar", "Baltazar" y todos los demás que ella había aprendido, uno tras otro. Pero a cada ocasión el hombrecito respondía:
-"Ése no es mi nombre."
En el segundo día ella había preguntado en la vecindad por los nombres de las personas de allí, y ella le repetía al duende los más curiosos y desconocidos nombres.
-"Quizás tu nombre sea "Mecacorto", o "Rioazul", o "Estrella-blanca"."
Pero él siempre respondía:
-"Ése no es mi nombre."
Al tercer día regresó el mensajero que había enviado y éste dijo:
-"No me ha sido posible encontrar un nuevo nombre, pero cuando subí a una alta montaña al final del bosque, donde la zorra y la liebre se dicen entre sí "buenas noches", vi una pequeña casa, y al frente de la casa había un fuego encendido, y dando vueltas alrededor del fuego un ridículo hombrecito que brincando en un pie, cantaba:
-"Hoy horneo, mañana fermento,  y al siguiente el niño de la reina mío será. ¡Já! Gustoso estoy que nunca sabrá que Rúmpeles-Tíjeles será su tormento."
¡Ya te puedes imaginar lo contenta que se puso la reina cuando escuchó el nombre! Y cuando poco después el hombrecito entró, y preguntó:
-"¿Ahora señora reina, cuál es mi nombre?"
De primero ella preguntó:
-"¿Será tu nombre Conrad?"
-"No."
-"¿Es Pedro?"
-"No."
-"¡Entonces podría ser Rúmpeles-Tíjeles!" -gritó con entusiasmo.
-"¡Fue el diablo quien te lo dijo! ¡Fue el diablo quien te lo dijo!" -gritaba el duende.
Y en su enojo zapateó tan duro en la tierra que la pierna derecha entera se le hundió, y entonces de rabia se apoyó tan fuerte en la pierna izquierda que él mismo se partió en dos, desapareciendo al instante para siempre.

 1.018. Grimm (Jacob y Wilhem)

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