Ambos caballeros de industria, tenían a su servicio
sendos embaucadores encargados de colocar los carteles en que aparecían las veras efigies del cuadrumano y del
cuadrúpedo ocelado, y perpretar discursos que se parecían como un huevo a otro
a las arengas del Vasco; razón por la cual no los transcribo aquí, atenién-dome
tan sólo al epílogo que decía, más o menos, lo siguiente:
-"¡Nadie deje de venir a verme, si quiere saber
lo qué es una piel sedosa, abigarrada, polícroma, mosqueada y llena de vetas de
diversos colores! (Habla el Leopardo). Conócenme las gentes, y no han dejado de
verme los magnates y los reyes. Cuando la Parca cruel corte el hilo o piolín de mi vida,
esta piel será entregada al mejor postor de los soberanos. ¡Entrad, señores,
hoy: mañana será tarde".
¿A quién no le gusta ver una bestia pintarrajeada de
paso por la ciudad? Grandes y chicos entraron, pues, y contemplaron al ocelado
felino un minuto. No había más que mirar, aunque el gatazo iba de un lado a
otro en su jaulán, y todos salieron.
Por su parte, en el otro extremo de la feria, el Mono
chillaba desde su barraca:
-"¡Entrad todos, entrad señores, veréis a un
descendiente de Marajadi y sobrino de Marroquín hacer mil escamoteos y juegos
de prestidigitador. Llegó ayer en tres fragatas y un bergantín expresamente
para hablaros del porvenir de vuestra urbe. Mi compadre Leopardo sólo ofrece
una piel manchada; por más variada que sea, sólo es exterior y en un momento se
acaba de ver, Yo os ofrezco el campo variadísimo de mi ingenio: digo chistes,
retruécanos, propongo adivinanzas, bailo, doy saltos mortales, paso por el aro
mejor que el Mono Rey, ejecuto mil
pruebas acrobáticas en el trapecio. Todo por diez centavos; y quien no esté
conforme con la sesión recibirá su dinero en la puerta de salida".
Este mono hablaba como un libro bien escrito. ¿Qué importa
la policromía en el vestido si el alma está como tabla rasa ! Un pobre,
remendado y erudito, nos puede dar compañía grata por meses y años; un quidam bien vestido y huero de espíritu
enfada desde la tercera frase. Lo hemos visto en la narración de "El Sabio
pobre y el Rico necio".
"¡Cuántos y cuántos andan por ahí, forrados de
casimir, cargados de oro, cuajadas las manos, la pechera, el cuello de
pedrería, no siendo más que unos pobres leopardos sin pizca de seso!”
1.087.1 Daimiles
(Ham) - 017
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