Cierta
familia tenía un hijo que era idiota de remate. No pasaba día sin que alguien
se quejara de él, porque lo mismo insultaba que pegaba a cualquiera. A la madre
le daba pena, y cuidaba de él como si fuera un niño pequeño. En cuanto se
disponía a ir a alguna parte, la madre se pasaba media hora haciéndole
recomendaciones:
-Mira,
hijito, debes comportarte de esta manera y de la otra...
Una vez
pasaba el idiota junto a una era y vio que estaban trillando guisantes.
-Que tres
días de faena os dejen tres guisantes apenas...
Los
campesinos, furiosos, le pegaron con los mayales.
Acudió el idiota a su madre llorando:
-¡Ay,
mátushka! Me han pegado, me han atizado muy fuerte...
-¿A ti,
hijito?
-Sí.
-¿Por
qué?
-Veras:
yo pasaba cerca de la era de Dormidón, y allí estaban trillando guisantes...
-¿Y qué
hiciste, hijito?
-... y
les dije: «Que tres días de faena os dejen tres granos apenas...» Por eso me
han pegado.
-¡Pero,
hijito! Haberles dicho: «Ojalá tengáis tantos de éstos que nunca acabéis de
cargar con ellos.»
Muy
ufano, el idiota echó a andar al día siguiente por la aldea, cuando se cruzó
con un entierro. Recordó la recomendación que le hizo su madre la víspera y
lanzó a voz en cuello:
-¡Ojalá
tengáis tantos de éstos que nunca acabéis de cargar con ellos!
Y le
dieron otra paliza. Volvió el idiota donde su madre y le contó por qué le
habían pegado.
-¡Pero
hijito! Lo que debías haber dicho es «que la tierra le sea leve».
Aquellas
palabras se le quedaron muy grabadas al idiota. Al otro día andaba otra vez
vagando por la aldea cuando vio venir una boda. El idiota carraspeó para
aclararse la voz y, al llegar el cortejo a su lado, gritó:
-¡Que la
tierra os sea leve!
Los que
iban con la boda, y que andaban ya a medios pelos, se tiraron de los carros y
le atizaron de lo lindo. Corrió el idiota a su casa:
-¡Ay,
madrecita mía, cómo me han pegado!
-¿Por
qué, hijito?
El idiota
le refirió lo ocurrido. Y dijo la madre:
-Lo que
debías haber hecho, hijito, es tocar la flauta y bailar para ellos.
El idiota
se marchó otra vez, llevándose su flauta.
Y sucedió
que, en un extremo del pueblo, se le incendió el pajar a un campesino. El
idiota corrió a todo correr hacia allá y, colocándose enfrente, se puso a bailar
y a tocar la flauta.
También
la emprendieron con él a golpes. Y otra vez acudió a su madre, hecho un mar de
lágrimas, para contarle por qué le habían pegado.
-Lo que
debías haber hecho, hijito -explicó la madre, era llevar agua para ayudarles a
apagar el fuego.
A los
tres días, cuando iban doliéndole menos las costillas, el idiota salió a dar
una vuelta por la aldea. En esto vio a un hombre que estaba chamuscan-do un
cerdo recién matado. Inmediatamente le arrebató un cubo de agua a una mujer que
volvía del río y corrió a vaciarlo sobre la hoguera. El idiota se ganó otra
tanda de golpes.
De nuevo
corrió donde su madre a contarle por qué le habían pegado.
La madre
se juró entonces no dejarle andar solo por el pueblo. De manera que, desde ese
día y hasta el de hoy, el idiota no asoma las narices fuera de su casa.
Cuento popular ruso
1.001. Afanasiev (Aleksandr Nikolaevich)
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